• Despacho 14

 

  • El Violento Oficio de Escribir

 

  • Se Multiplican los nombres de Estudiantes desaparecidos y tal parece que las autoridades le apuestan al olvido.

 

  • Sin alerta temprana contra contingencias y el desinterés de las autoridades estatales y municipales, condenaron a los habitantes de Poza Rica y sus alrededores a vivir en el peligro inminente.

 

 

Alfredo Griz/CAMBIO 22

El agua llegó sin aviso.

Primero fueron las lluvias, luego el rumor del río Cazones creciendo, y después el estruendo. En cuestión de horas, Poza Rica dejó de ser ciudad para convertirse en una mancha de lodo, despojos y silencio. El olor a gasolina, a cuerpos y a madera podrida se mezcló con los gritos, con la impotencia, con la certeza de que el auxilio si llegaba sería tarde.

 

Hoy, la versión oficial habla de decenas de muertos en Veracruz, de cientos de desaparecidos, de miles de viviendas arrasadas. Pero en Poza Rica el número tiene rostro, tiene nombre, tiene uniforme escolar: 192 estudiantes que nadie encuentra. Jóvenes de la Universidad Veracruzana que vivían en pensiones baratas, que estudiaban medicina, ingeniería o educación, y que ahora forman parte de una lista que nadie quiere leer en voz alta.

La Ciudad Sumergida

Las lluvias golpearon durante tres días. El río, cargado con todo el veneno industrial y los escombros de los cerros, rompió los bordes de contención y se llevó colonias enteras. Casas, autos, animales, postes.

Las calles quedaron como cauces de muerte: flotaban refrigeradores, mochilas, retratos familiares.


El aire huele a cloaca y a miedo. Hay perros husmeando entre los restos, buscando comida o dueños que no regresarán. En las noches, cuando cesa la lluvia, se escuchan los generadores de la Marina, los helicópteros, y los rezos de quienes aún esperan encontrar a alguien con vida.

Los números que se repiten son fríos: más de 16 mil viviendas afectadas, pérdidas económicas incalculables, una ciudad partida en dos. Pero lo que duele está en los ojos de los que buscan.

Los 192

La Facultad de Ciencias de la Salud de Poza Rica era, hasta hace poco, un punto de luz. Estudiantes que llegaban de comunidades serranas, de Papantla, de Álamo, de Tuxpan. Muchos vivían en cuartos compartidos cerca del río. Cuando la corriente subió, las pensiones quedaron sepultadas bajo el fango.


Al amanecer del segundo día, los compañeros comenzaron a pasar lista. Faltaban decenas. Al tercero, eran cientos. Hoy se habla de 192 estudiantes no localizados.
Las autoridades guardan silencio. Dicen que están “censando”, que “hay confusión”, que “no todos están desaparecidos”.

Pero la realidad es que hay madres que han dormido tres noches junto a los escombros, sosteniendo la foto de sus hijos en una bolsa de plástico.

En los refugios improvisados se repiten los mismos nombres. Jóvenes de veinte, veintidós años, desaparecidos entre el lodo. La universidad habilitó centros de acopio, pero no listas.

Los compañeros patrullan las colonias con linternas, marcando con aerosol rojo las casas colapsadas.

En las fachadas se leen tres letras: U V D, “Universitario Desaparecido”.

La mentira de la calma

El gobierno habla de “control” y “ayuda”, pero en las calles no hay orden ni asistencia suficiente.

La gente sobrevive gracias a lo que reparte la misma comunidad. Las morgues están saturadas; los cuerpos llegan sin identificar, sin documentos, sin reclamo.

Hay bolsas apiladas con números escritos en marcador negro.

A veces una madre entra, abre una bolsa, y vuelve a salir en silencio.

En los hospitales, los heridos yacen mezclados con los muertos; el olor es insoportable.

El Ejército limpia, la Marina rescata, pero los días avanzan y los nombres siguen desaparecidos.

Los funcionarios llegan en camionetas blindadas, se toman la foto, prometen reconstrucción.

Nadie menciona que el sistema de alerta falló, que el drenaje está podrido desde hace años, que los bordos del río nunca se reforzaron.

  • Los muertos no se cuentan porque reconocerlos sería aceptar que no fue el clima, sino el abandono.

  • La economía del desastre

  • Los comercios se hundieron.

  • Las gasolineras quedaron inservibles.

  • Los hoteles son refugios.

  • Los mercados, pantanos.

  • Los productores de naranja, de vainilla y de maíz hablan de pérdidas totales.

  • En las cifras que nadie publica, los daños se miden en cientos de millones de pesos; en la realidad, se miden en familias que lo perdieron todo: casa, empleo, herramientas, libros, recuerdos.

  • Los bancos no prestan, los seguros no pagan, los municipios no tienen fondos de emergencia.

  • Después de la desaparición del Fonden, cada desastre se convierte en limosna política.

  • La juventud Rota

Cada generación tiene su herida.

Poza Rica tendrá la suya: 192 ausentes que representan la fractura de un país que olvida demasiado rápido.

Los jóvenes que sobrevivieron miran al vacío, repitiendo que no pueden volver a clase, que nada tiene sentido si los pupitres vacíos siguen esperándolos.

La universidad intenta volver a la normalidad, pero el campus huele a humedad y duelo.

Algunos profesores han empezado a leer los nombres de los desaparecidos al inicio de cada clase, como un acto mínimo de resistencia

Otros prefieren callar, por miedo, por cansancio o por fe en que aparezcan.

Después del Agua

Cuando el nivel del río bajó, quedaron las marcas en las paredes, como cicatrices.

En cada barrio hay un punto donde el agua se detuvo; hasta allí llegó la furia.


Poza Rica es hoy una ciudad muda, una fosa abierta, una advertencia.

Y entre el fango, los nombres de los 192 siguen flotando, empapados de silencio y de desdén.

Porque en México, los muertos se cuentan dos veces:

una cuando el agua los arrastra, y otra cuando el gobierno los olvida.

 

Con Datos del Sistema de Notícias CAMBIO 22

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