Juanjo Sánchez/CAMBIO 22

 

La escena fue simple: un video de unos segundos proyectado en una sala llena. Nada más. Pero en este estado, donde todo está tenso, donde cada gesto es un movimiento de piezas, ese pequeño video abrió una grieta que ya nadie puede tapar. Y como ya sabes que Mi Pecho No Es Bodega en estas líneas te lo cuento

Porque en menos de diez días, sin giras, sin espectáculos, sin propaganda pagada, Rafael Marín hizo algo que llevaba un año atorado: movió algo real. Una visita breve a Chetumal para “Asuntos de Aduanas” terminó convertida en una revisión de daños políticos.

Un mensaje virtual en Cancún terminó convertido en detonador.

Y esa combinación, mínima en apariencia, reveló lo que se había querido ocultar bajo la alfombra del discurso oficial: el Verde domina, reparte, decide, controla todo… pero no controla la lealtad del morenismo original.
Ese morenismo cansado de ser “aliado” solo para cargar sillas mientras otros se sientan.

En Chetumal, Rafa Marín no hizo mucho ruido. Pero habló con quienes ya habían dejado de hablar. Empresarios, militantes heridos, operadores fatigados de fingir disciplina. Escuchó diagnósticos, dio otros. Y dejó claro que conoce el estado como no lo conocen quienes viven en oficinas con cristales polarizados.

Sabe dónde está atorada la administración.
Sabe cómo se degradó el partido.
Sabe que la sociedad espera cambios que no llegan.
Sabe que el deterioro no es futuro: es presente.
Y sabe que, si decide entrar, lo hará con permiso de una sola persona: Claudia Sheinbaum.

Ese punto lo entiende él. Pero aquí no lo quieren entender.

El golpe fuerte llegó después. En el informe de la senadora Anahí González, la misma que ganó con una candidatura maquillada de “indígena” que ofendió a las comunidades que dice representar, apareció el mensaje de Marín Mollinedo. Y entonces se soltó el coro.

Un coro espontáneo para algunos, incómodo para otros, alarmante para muchos: “gobernador, gobernador”.
Frente a la gobernadora sentada ahí.

Frente a quien se supone que encabezaría la sucesión desde la comodidad de la estructura.
Frente a ese proyecto que lleva un año financiado, organizado, promocionado… sin resultados visibles.

Ahí se derrumbó la narrativa oficial. Bastó un video para exhibir que el supuesto liderazgo construido desde arriba jamás prendió.

Que la estructura verde, sostenida con recursos públicos y favores, no genera convicción.
Y que el respaldo armado por obligación no sostiene a nadie cuando aparece alguien con historia dentro del movimiento.

La incomodidad se notó. Y cuando la incomodidad se nota, empieza el pánico. Por eso armaron de inmediato la operación mediática: acusar a Anahí de traición, fingir indignación institucional, inventar una afrenta inexistente.
Quisieron presentar a Marín como enemigo.

Como si fuera un externo.
Como si no fuera fundador.
Como si no tuviera línea directa con quienes realmente cuentan.
Intentaron convertir un acto de torpeza propia en un acto de deslealtad ajena.
Les salió peor.

Porque el problema no fue el video. El problema fue la reacción pública de la gobernadora: una risa que no convenció a nadie, una incomodidad grabada en todos los ángulos, una falta de control del escenario que todos los billetes gastados para proteger su imagen pudieron maquillar.
El aparato de comunicación que asfixia a medios enteros no logró ocultar ni un minuto de ese gesto. Y cuando un gobierno que compra silencio no puede evitar el ruido, algo está roto adentro.

La figura de Rafael Marín pesa porque no depende del Verde.

No debe favores locales.
Tiene respaldo federal.
Y eso desbalancea todo un edificio construido con prisas.
Su presencia exhibe que Quintana Roo nunca estuvo bajo control político real. Que el proyecto sucesorio no tiene cimientos.
Que en el partido hay fracturas profundas. Y que los operadores del gobierno ya perdieron la capacidad de contener narrativas externas.

El fondo es crudo:

El Verde creyó que podía administrar el estado como si Morena fuera un accesorio.
Creyó que podía imponer, mover, callar, reemplazar.
Creyó que la gubernatura se define en Cancún.
Pero la decisión viene de otro lado. Y cuando la decisión no está en tus manos, la fuerza real se diluye.

Rafael Marín no está haciendo campaña (Hasta ahorita). Está midiendo. Y mientras mide, incomoda.
Sus reuniones recientes con sectores del norte, centro y sur —incluidos personajes de peso, de conflicto, de cálculo— muestran que está trazando un mapa propio.
Sin pedir permiso local.
Y sin anunciarlo.

Mientras tanto, la senadora que lo proyectó logró lo que quería: desviar la atención, levantarle perfil, poner su nombre en boca de todos. Su informe legislativo fue irrelevante. Su movimiento político no lo fue.

Encuestas de Morena se imponen a 'delfines' para gubernaturas- Grupo Milenio

Lo ocurrido no define nombres, pero sí define un escenario:

Morena en Quintana Roo está fracturado.
El Verde perdió el control que presumía.
La gobernadora quedó expuesta.
El proyecto sucesorio quedó tocado.
Y el proceso ya está manchado antes de empezar.

2026 no será un cierre suave. No será un consenso. No será un acuerdo interno.
Será un choque.
Y todos saben que lo que se vio en esa pantalla fue apenas la primera señal.

La pregunta ahora es quién aguanta la siguiente. Y quién entiende que el poder, cuando se resquebraja, no avisa dos veces.

 

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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