• El Violento Oficio de Escribir

 

Alfredo Griz /CAMBIO 22

En el sur, donde el calor funde la memoria y la política se confunde con la familia, hay nombres que no se pronuncian en voz alta. Adán Augusto López Hernández —hermano de afectos del Ex Presidente AMLO, hijo pródigo de Tabasco, ministro sin toga de la nueva fe morenista— carga hoy con un rumor que ya no es rumor: 37 denuncias penales presentadas ante la Fiscalía General de la República. Treinta y siete heridas abiertas que apuntan a una sola figura, y a un mismo periodo: su gobierno estatal, entre auditorías manchadas, contratos inflados y notarías que parecían fábricas de dinero público.

Las denuncias detallan desvíos, quebrantos y omisiones que rebasan el discurso moral del obradorismo. Se habla de centenas de millones de pesos perdidos entre adjudicaciones directas, programas inflados y obras que nunca se concluyeron. Documentos, informes, firmas, transferencias. Nada parece nuevo en la liturgia del saqueo mexicano, pero lo que sacude aquí es el rostro del apóstol caído, del que alguna vez fue la voz pausada y obediente del sur.

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Porque Adán Augusto no era un cualquiera. Era el hombre de confianza, el que podía levantar el teléfono y hablar con el presidente sin intermediarios. El que tuvo las llaves de Palacio cuando otros solo podían mirar la puerta. Pero el poder —ese animal sin memoria— no perdona la sombra. Y ahora, el nombre del tabasqueño reaparece en titulares teñidos de sospecha.
Los números pesan más que los discursos: 79 millones de pesos que habrían circulado en 2023 y 2024, invisibles en sus declaraciones patrimoniales. Dinero sin rastro en los registros públicos, pero con huellas en las contabilidades de empresas contratistas, en las rutas opacas del financiamiento político. Montos que, si se confirman, dibujan una línea directa entre el poder y el bolsillo, entre el discurso austero y la realidad de los millones que no se ven pero se huelen.

Y luego está el fantasma del exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena, señalado en expedientes por presuntos vínculos con grupos delictivos. Su caída reavivó las viejas sospechas sobre los nombramientos hechos en Tabasco bajo la sombra del gobernador. De pronto, lo que se quiso llamar “lealtad” comenzó a parecer “protección”. La frontera entre la obediencia y la complicidad se volvió difusa.

Mientras tanto, las notarías y empresas familiares vinculadas a antiguos colaboradores multiplicaban contratos, participaciones y ganancias. Sociedades constituidas con premura en los meses de cierre de gobierno, adjudicaciones a nombres que se repiten en círculos, como si un mismo puñado de manos acaparara la obra pública, la consultoría y la renta del Estado. En las hojas de esas actas se dibuja una geografía del poder tabasqueño: parientes, ex socios, viejos amigos. Todos alrededor de un sol que hoy arde con sospecha.
El propio Adán Augusto ha respondido con un gesto ensayado: sonrisa mínima, voz baja, el discurso del inocente que mira desde arriba la tormenta. Dice que todo es “campañita”, que no hay pruebas, que el tiempo pondrá las cosas en su lugar. Pero el tiempo, en política, no cura: acumula. Y lo que hoy son denuncias, mañana pueden ser citatorios. Lo que hoy son reportajes, mañana pueden ser pruebas.

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El daño, sin embargo, ya está hecho. La imagen del político intocable se agrieta. En los pasillos del Senado, sus aliados bajan la voz. Los que ayer lo defendían hoy evitan pronunciar su nombre. Las cámaras, que antes lo seguían como si fuera ministro de Estado, ahora lo retratan con la luz incómoda del acusado.

En Tabasco, el pueblo observa con la misma resignación con que se observa un huracán: saben que pasa, saben que arrasa, y saben que después todo vuelve a parecer igual. Pero no lo es. En los archivos quedan las denuncias, los números, las firmas. Treinta y siete carpetas que reposan en la FGR como una advertencia: el poder no borra las huellas del dinero, solo las oculta bajo la alfombra hasta que alguien decide levantarla.

Los analistas lo dicen en voz baja: si la Fiscalía decide actuar, el golpe político sería devastador. No solo contra Adán Augusto, sino contra el discurso moral que lo engendró. Porque en el fondo, lo que se está juzgando no es un hombre, sino una idea: la de que el nuevo régimen había vencido a la vieja corrupción. Y esa idea, hoy, sangra por la herida.

Hay quienes todavía lo defienden, apelando a la lealtad, al sacrificio, a la cercanía con el presidente. Pero el país ha cambiado. Ya nadie cree en santos sin manchas. Los números están ahí, las denuncias también. Y aunque ninguna resolución judicial lo haya declarado culpable, la política no espera sentencias: dicta su propio veredicto, silencioso y brutal.

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En la noche de la Ciudad de México, los murmullos se multiplican. El hombre que soñó con ser el sucesor del presidente ahora carga con un expediente que podría sepultarlo.En Tabasco, la humedad lo cubre todo: las calles, los recuerdos, los nombres.

Y entre ellos, uno comienza a borrarse.

Adán Augusto López, el hombre del sur, hoy mira hacia el norte buscando aire.

Pero el viento que sopla huele a dinero viejo y poder podrido.

 

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

KXL/RCM

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