Efraín Villanueva Arcos/Cambio 22

“Cualquier sistema federal necesita un tribunal superior con el poder de decidir si y cuándo las autoridades estatales se han excedido en sus atribuciones. Pero una Corte Suprema debería tener también la autoridad de modificar leyes federales y decretos administrativos que violen derechos fundamentales, que son necesarios para la existencia de un sistema político democrático”, Robert Dahl.

El Dr. Ernesto Zedillo no ha sido santo de mi devoción. Como muchos mexicanos, perdí parte de mi patrimonio con la crisis de 1995 y siempre lo atribuí al mal manejo de aquellas decisiones. En una sola ocasión tuve la oportunidad de saludarlo personalmente. Fue cuando hubo una reunión en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI para felicitarlo ya como presidente electo, hacia agosto de 1994. Pedro Joaquín Coldwell, quien se desempeñó como secretario de Gestión Social en el CEN y me invitó como Subsecretario de Planeación, me presentó con el Dr. Zedillo y le comentó que yo había recibido una propuesta del Gobernador de Quintana Roo para hacerme cargo de la naciente Universidad de esa entidad. Cuando apenas escuchó eso, Zedillo me dijo: “Oiga, esa es la Universidad más cara del país”. Luego, socarronamente, cuando nos reunimos para comentar el evento, Pedro dijo que de todos quienes habían ido a saludar al presidente electo, el único que había salido con una certidumbre había sido yo: la de un recorte presupuestal para la Universidad de Quintana Roo.

Latinoamérica sufre ola de gobernantes populistas e ineptos: Zedillo

Esa era la fama y la característica que mucho se decía del Dr. Zedillo: era un técnico que se fijaba mucho en el costo, más que en el beneficio. Como secretario de Educación, se opuso a la creación de la Universidad de Quintana Roo como recién lo relató el exgobernador Miguel Borge, quien tuvo que convencer al presidente Salinas para la creación de esa institución educativa.

Sin embargo, reconozco que fue Zedillo quien dio pie a la llamada transición democrática. Le tocó desenvolverse como presidente de la República cuando por primera vez el PRI perdió la mayoría en el Congreso (1997); fue quien planteó la “sana distancia” que el titular del Ejecutivo debía tener con su partido, y fue quien otorgó la autonomía al Instituto Nacional Electoral sustrayéndolo del control del gobierno. El otro asunto relevante que correspondió impulsar a Zedillo -sobre lo que escribió en las revistas Letras Libres y Nexos causando gran polémica-, fue la reforma del poder judicial, cuyos alcances los sintetiza muy bien Jorge Javier Romero Vadillo: “La relevancia de la reforma judicial de 1995 no radica sólo en el diseño administrativo de la carrera judicial o en la creación del Consejo de la Judicatura. Su verdadero salto cualitativo fue convertir a la Suprema Corte en un tribunal constitucional, con facultades para resolver controversias entre poderes y acciones de inconstitucionalidad. Gracias a esos instrumentos, el Poder Judicial pudo ejercer, por primera vez en su historia, una función de contrapeso real frente al Ejecutivo”1. Hay que subrayar que fue un gobierno neoliberal el que propició el fortalecimiento de los contrapesos y de la vida democrática.

La preocupación de Zedillo, pero también de muchos de nosotros, es que ahora el poder judicial se ha desmantelado y será otro apéndice de la T4 o, en el peor de los casos, del crimen organizado. Los que han criticado la postura del expresidente ponen el énfasis en que esa supuesta democracia con los poderes que la acompañaban no defendía el interés de las mayorías sino solamente “otorgaba una pátina de legitimidad a un orden destinado a favorecer al tercio superior de la población. El deterioro del poder adquisitivo de los de abajo, la transferencia a los de arriba y el desmantelamiento de las políticas asistenciales tomaron cuerpo durante su gestión”2. De allí las críticas se siguen con el FOBAPROA, Acteal y otros muchos episodios.

Ernesto Zedillo

Del último cuarto de siglo, lo que me parece indiscutible es que la transición democrática no alcanzó para disminuir la desigualdad social y menos para asegurar el acceso a la justicia. Un análisis que me parece certero3 es que al despuntar el siglo xxi México había trazado una pujante alianza económica con Norteamérica (TLC), dejaba de ser una “almeja nacionalista y se abría al mundo con seguridad”, pero se ha convertido en “tierra de desaparecidos, se ha construido un régimen intimidatorio que concentra todos los poderes” y la alianza comercial se resquebraja. ¿Qué fue lo que pasó? La falla fue que la inversión y los esfuerzos se concentraron en “cambiar la naturaleza del régimen político para garantizar elecciones auténticas y controles efectivos del poder”, pero se escatimaron recursos para construir instituciones sólidas que garanticen la legalidad: “fiscalías, agencias de seguridad y tribunales”. Habría que agregar acciones efectivas
para disminuir la desigualdad social.

El corolario de la transición democrática con la T4 es que ahora las elecciones, el congreso y el poder judicial regresan al control del gobierno, como antes de Zedillo. Sin oposición, con reformas constitucionales a su favor y el control político del país, la Sra. Sheinbaum y su mentor pueden rediseñar las instituciones como mejor les parezca. Para algunos, la llegada de la T4 es también el fin de la historia, porque ellos no mienten, no son corruptos y saben gobernar para el pueblo bueno y sabio. Vean si no las megaobras de la transición. Con la reconfiguración del poder judicial, como también han señalado muchos memes, ya se tienen los resultados; ahora solo faltan las elecciones. Que con su pan se lo coman.

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Chetumal, Q. Roo, Mayo 13, MMXXV

  1. https://www.sinembargo.mx/4647035/zedillo-la-corte-y-la-demolicion/

  2. Jorge Zepeda Paterson, “La importancia de llamarse Ernesto”, Milenio, jueves 1 de mayo 2025.

  3. Jesús Silva Herzog-Márquez. “Tiempo de Autopsias”. Reforma, 12 de mayo 2025.

 

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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