Redacción/CAMBIO 22  

En algún rincón del bello Yucatán, donde el calor abriga el alma y las tradiciones viven en cada corazón, un padre demostró que el amor por un hijo no conoce límites.
Su pequeño, amante de los torneos de lazo, los caballos y las corridas de toros, soñaba con tener su propio ruedo. No pidió tecnología, ni juguetes caros. Solo quería un espacio donde pudiera imaginar que era un gran torero o un jinete valiente, como los que admira en las fiestas del pueblo.
Y ese deseo fue suficiente para que su papá con palitos, huano y manos llenas de esfuerzo le construyera uno. Bajo el sol y entre sudor y polvo, fue levantando no solo un ruedo… sino un recuerdo eterno.
Porque allá, en tierras mayas, un padre no solo cría… también enseña a soñar.
Y ese niño, con los ojitos brillando, aprendió que cuando hay amor, los sueños se pueden construir con las propias manos.
La historia ya circula por todas las redes, tocando corazones y recordándonos lo más importante: el tiempo y la dedicación valen más que cualquier regalo.
Así se forjan los lazos que nunca se rompen.

 

Fuente: Redes

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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