• Los efectos de la elección judicial se reflejarán en breve; sin certeza jurídica, la desconfianza se apoderará de propios y extraños

 

Gerardo René Herrera Huízar/ CAMBIO 22

Ninguna sorpresa, todo transcurrió como se pronosticaba. Todo en calma, sin sobresaltos, sin incidentes violentos y sin asistencia a las urnas. Desde su inicio, el nebuloso proceso estuvo determinado por la confusión; la creatividad, como algunos la califican, se hizo presente en todas las fases: narrativa, tómbolas, acordeones y resultados previamente cantados incluidos. Desde la máxima tribuna se anunciaba que, aun con una mínima participación, el pueblo decidiría el futuro del Poder Judicial, reivindicando con ello el carácter democrático de nuestra sociedad, de nuestra República.

Y el pueblo, al menos, según los datos publicados, con una representación del diez por ciento del padrón, decidió, con acordeón en mano, elegir a los más preclaros hijos e hijas de la patria que serán los encargados de velar por los más caros intereses de los habitantes de esta nación e impartir justicia, pronta y expedita.

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Más allá del pequeño detalle de la paupérrima afluencia, de la creativa y espontánea aparición de los acordeones en toda nuestra dilatada geografía sugiriendo la manera de votar, la inédita elección ha sido calificada como todo un éxito, generando una narrativa mediática con la que se pretende transformar en virtud lo que para muchos sólo significó un gran desaire ciudadano y un rotundo fracaso plagado de malabares desde su origen.

Ninguna sorpresa, todo transcurrió como se pronosticaba. Todo en calma, sin sobresaltos, sin incidentes violentos y sin asistencia a las urnas.

Desde su inicio, el nebuloso proceso estuvo determinado por la confusión; la creatividad, como algunos la califican, se hizo presente en todas las fases: narrativa, tómbolas, acordeones y resultados previamente cantados incluidos. Desde la máxima tribuna se anunciaba que, aun con una mínima participación, el pueblo decidiría el futuro del Poder Judicial, reivindicando con ello el carácter democrático de nuestra sociedad, de nuestra República.

Y el pueblo, al menos, según los datos publicados, con una representación del diez por ciento del padrón, decidió, con acordeón en mano, elegir a los más preclaros hijos e hijas de la patria que serán los encargados de velar por los más caros intereses de los habitantes de esta nación e impartir justicia, pronta y expedita.

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Más allá del pequeño detalle de la paupérrima afluencia, de la creativa y espontánea aparición de los acordeones en toda nuestra dilatada geografía sugiriendo la manera de votar, la inédita elección ha sido calificada como todo un éxito, generando una narrativa mediática con la que se pretende transformar en virtud lo que para muchos sólo significó un gran desaire ciudadano y un rotundo fracaso plagado de malabares desde su origen.

Pero, atendiendo al transformador discurso oficial y a la máxima maquiaveliana de que el fin justifica los medios, en efecto, se ha cumplido el objetivo; pese a lo que pueda seguirle, denuncias o impugnaciones, incluso de carácter internacional, no habrá vuelta atrás, el regenerador movimiento en el poder ha logrado el éxito.

Citando al clásico, la política es elegir entre inconvenientes y el pueblo bueno y sabio acompañó el deseo del caudillo del sur eligiendo, con gran creatividad, un inconveniente mayúsculo y de gran repercusión para el futuro de la República con la que un día soñamos construir sin mentir, sin robar y sin traicionar.

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Paradójico pero cierto, el evidente rechazo social, el fracaso de la convocatoria, las creativas machincuepas organizacionales, el despilfarro y el acordeón de autor desconocido, como arma secreta de último momento, han sido todo un éxito para sus promotores.

Los efectos se reflejarán en breve; sin certeza jurídica, la desconfianza se apoderará de propios y extraños. Los equilibrios mínimos deseables, los contrapesos indispensables al poder político, al quedar extintos, alentarán tentaciones de límites impredecibles en nuestra naciente y regeneradora clase política.

¡Qué miedo!

 

Fuente: El Financiero

redaccion@diariocambio22.mx

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