Tumbas Vacías: el Recuerdo de una Tragedia en las Carreteras del Sureste
1 Nov. 2024
Redacción/CAMBIO 22
JOSÉ MARÍA MORELOS, 1 de noviembre.- Conducir por las carreteras del sureste de México y la Península de Yucatán ofrece una experiencia fascinante, un viaje entre frondosos paisajes, cielos amplios y los misteriosos ecos de la historia. Pero en esas largas travesías hay algo que irrumpe de forma inesperada en el paisaje: pequeñas tumbas solitarias, cenotafios, alzados a la orilla del camino, testigos mudos de tragedias pasadas.
Estos monumentos, “cenotafios” o “sepulcros vacíos”, guardan el espíritu de aquellos que nunca llegaron a casa. Cruces de variados tamaños y formas se elevan al borde de la carretera, en un susurro constante al viajero: aquí alguien partió de forma violenta, un instante fatal que dejó su huella en las curvas y rectas del asfalto. Se erigen en el lugar exacto donde el destino truncó una vida, para recordarla y, quizás, advertirnos.
En municipios como José María Morelos, existe la creencia de que estas tumbas vacías son más que un recuerdo, son una necesidad espiritual. Dicen los ancianos que cuando alguien muere de manera abrupta en un accidente, su alma, sacada repentinamente del cuerpo, queda atrapada, incapaz de aceptar su partida. Las familias, entonces, organizan procesiones con rezos del Santo Rosario por nueve días, comenzando en el lugar del accidente y terminando en el cementerio, en un esfuerzo para “levantar” el espíritu, para que halle paz y siga su camino. Sin estos rezos, el alma podría quedar errante, prisionera de la tragedia en el lugar de su muerte.
Cada cenotafio, a veces con forma de capilla en miniatura, guarda pertenencias, fotos o figuras religiosas, detalles personales que evocan a quienes ya no están. Algunos ven estas cruces como advertencias, marcas sombrías que indican un tramo peligroso. Otros, en cambio, sienten que es una manera de asegurar que el espíritu descansa en paz, de pedir a cada viajero que haga una pausa en silencio y recuerde, aunque sea por un instante, la fragilidad de la vida.
Así, en el eterno viaje por las carreteras, los cenotafios emergen del paisaje como un recordatorio de lo invisible, de un misterio que el viento murmura a los conductores: entre las sombras de la carretera, el tiempo guarda las historias de quienes ya no pueden contarla.
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