• NOTA.- Esta breve crónica es mi regalo para mis amigas y amigos. Con este texto concluye la tercera edición de mi libro Los rebeldes de Chasn Santa Cruz

 

Jorge González Durán / CAMBIO 22

La memoria del tiempo es una foto en sepia.

Conocí a don Sil en Chan Chen Comandante. Estábamos sentados frente a frente en dos banquillos de tosca madera. Ese anciano guerrillero me dice: “Tu hablas mi lengua, por eso le ofrecí ese banquillo para sentarse”. Escuché de sus labios la crónica de una guerra antigua cuyo estrépito todavía sacude el alma. En sus labios la lengua maya adquiría resonancias épicas. Y la memoria reconquistaba territorios perdidos:}

”A veces pienso que somos un ejército de sombras custodiando un sueño, porque muchos de los nuestros ya murieron, y yo estoy cerca de la muerte porque poco a poco me olvido de las cosas. Morir es ya no poder recordar ni donde nacimos ni hacia donde se dirigen nuestros pasos. Es ya no saber si existe un pasado; es ignorar el presente; es caminar sobre todos los tiempos; es ya no poder soñar”.

”Por eso pienso que ahora somos unas sombras que se niegan a morir del todo. Las sombras ya no pueden recordar, pero nosotros mientras vivamos, los recordamos”.

-Ustedes ya no tienen capacidad de combatir con las armas, le dije-

-Entiendo lo que me dices –me respondió. Pero entonces tenemos una ventaja, porque las sombras no pueden ser derrotadas. Lo mismo se mueve en la noche que en el día con el sigilo del jaguar, con su misterio y con su valor. Somos la sombra del jaguar. Y sólo nos puede delatar la melancolía.

”La noche se acerca al tiempo donde todo es olvido. Mi memoria tropieza al pretender rastrear las huellas ocultas de la guerra”.

-De repente se asoman a mi memoria las voces de la ausencia. Son las voces que me llegan de los árboles, de las piedras, de las viejas trincheras donde está la sangre de los nuestros. Por eso me despierto en la madrugada para conversar con los que regresan del olvido.

-Es una historia triste, le dije.

-No es triste. Usted no la puede entender porque no la vivió. La tristeza es de los que pierden. Nosotros no hemos perdido, no nos hemos rendido. La tristeza se siente en el cuerpo; la melancolía se lleva en el alma.

Nosotros regresamos del olvido. La Santísima con su palabra hermosa y perfecta nos dijo que aquí está nuestra tierra para honrarla. Ella sólo escucha nuestra lengua no la de castlán.
A veces me despierto en la madrugada y veo sombras que se enredan en mis pies. Y entonces pienso: vienen porque no los he olvidado.

Hace cuatro o cinco años, no recuerdo bien, fui al pueblo santo de Xcacal a despedirme de la Santísima. Desde su sagrada morada ella escucha los ruegos y las alabanzas de los indios, y al sentir que era la última vez que la veía, postrado ante su gracia, no pude evitar ver el mundo a través de mis lágrimas.

PD: Esta conversación sucedió en 1975; mi amigo Hipólito Kau Puc fue guía y testigo.

 

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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