Redacción/cambio 22

Abramos la puerta, descorramos el velo y penetremos a la intimidad de este mundo. El sexo en las personas con discapacidad. Un mundo del que nadie habla, que a muchos avergüenza y para el que prácticamente no hay políticas públicas.

Un mundo nada menor, porque en él viven entre uno y 12 millones de mexicanos. Tener sexo, pareja, hijos. Gozar de una sexualidad plena. Arribar al mundo del placer. ¿Cómo y de qué manera lo alcanzan las personas con discapacidad? ¿De qué tamaño son nuestros tabués? ¿Qué tanto ignoramos lo que es amar a pedazos, desde la oscuridad o más allá de todo movimiento?

Estas son historias de ese mundo, del sexo en personas con discapacidad.


Un accidente automovilístico le provocó una lesión medular, pero Lola sigue siendo una mujer que arranca suspiros.

Al momento del accidente ella tenía 23 años y era novia de quien ella considera que era el amor de su vida. Él no pudo con el impacto y la dejó.

Después vendrían muchos pretendientes. Todos sin discapacidad. Aun así fue difícil. Lola, nombre con el que ha pedido que se le identifique, cuenta:

–Después del accidente sentí como que se me murió algo. Tuve que reconocer un nuevo cuerpo. Yo me creía Miss Universo y de pronto me vi gorda y con las piernas flacas.

Cuando Lola estaba con alguno de sus novios, escapaba a esa realidad. Algunos la llevaban a conocer a sus padres. No la aceptaban. Incluso alguna madre se atrevió a decir que si tenían hijos, iban a tener una mamá “rarita”.

A ella misma le costaba trabajo creer que  a pesar de su discapacidad seguía teniendo éxito con los hombres Los pretendientes tenían una parte muy activa en la relación sexual. Ellos la subían a la cama, la tomaban en sus brazos y le hacían el amor. La llevaban a hoteles que tuvieran elevador. Previamente, emprendían una misión de exploración para conocer si había demasiados obstáculos en el camino hasta la habitación. Ya ahí, Lola se dejaba querer.

Aunque perdió la sensibilidad del abdomen hacia abajo, encontró en besos, caricias y una empatía emocional la fórmula que la llevaba a tener orgasmos.

–¿Cómo alcanza un orgasmo?
–No lo puedo explicar. Es con caricias, con cierta sensibilidad que tengo en el clítoris, aunque no es como solía ser antes del accidente. Pero, más que nada, es algo que tiene que ver con la persona con la que te encuentres y qué tan enamorada estés. No es algo tan físico.

A los 33 años llegó a su vida el que fue su esposo hasta hace dos meses en que murió. A diferencia de los otros pretendientes que no tenían discapacidad, él era parapléjico.

Entonces la vida sexual de Lola comenzó a complicarse. Ambos sufrían la inmovilidad de sus piernas. Ella sentía que entre los dos multiplicaban su discapacidad.

Para los hombres con lesiones medulares es más complejo el ejercicio de la sexualidad, ya que en ocasiones se afecta la capacidad de erección. Por eso, cuando tomaron la decisión de ser padres, el médico tuvo que asistirlos. Les recomendó usar Viagra y recurrir a juguetes eróticos para conseguir lo que buscaban. Se tardaron dos años para que ella quedara embarazada.

En el caso de las personas con una lesión medular, dice el sexólogo David Barrios, aun cuando pueden carecer de sensibilidad genital, cuentan con recursos para ponerlos a disposición del placer y enriquecer cada vivencia sexual a solas o en compañía, ya que pueden utilizar la boca, la lengua, el olfato, la audición, y todas las áreas corporales; es decir, su vida sexual puede ser satisfactoria sin centrar el desempeño en los genitales sino en una experiencia más integral y creativa.

Y eso hicieron Lola y su pareja.

El 25 de septiembre de 2006 nació una niña que hoy corre por el departamento. A sus dos años todavía no alcanza a entender la discapacidad de su madre. En ocasiones le pregunta que ella cuándo va a empezar a usar silla de ruedas. De hecho, quiere pedir una silla de ruedas chiquita como regalo de Navidad.

“Me dice que me pare, que vaya con ella. Se acerca a la silla, le quita el freno y me jala de un lado a otro”.

Héctor la podría reconocer aunque ella estuviera muy lejos de él. Es imposible que olvide aquel aroma que activó su olfato de inmediato y sin pensarlo. Esa vez, tal vez la única en sus 26 años de vida, pudo percibir como sólo puede hacerlo alguien en un estado de conciencia sublimado, las cautivantes feromonas de una mujer.

Así que llegaron al hotel y encontraron su king size. Erika apagó la luz y prendió una vela de manzana que apenas iluminaba. Quería estar en igualdad de condiciones: Héctor es ciego de nacimiento y sólo alcanza a percibir penumbras. El gusto, el tacto y el olfato son sus principales aliados. Por ello, no pudo ver los firmes senos de Erika, pero pudo sentirlos. No pudo verle el rostro. No pudo ver los lunares, pero olió su torso.

El movimiento era lento. Sentía su cuerpo pegado al suyo. Su temperatura había cambiado y una agradable tibieza cubría el ambiente.

Erika no sólo dejó entrar a Héctor en su cuerpo. Se enamoró, sin importar las objeciones de sus padres. “Estás loca, ¿cómo alguien como tú puede andar con un ciego?”, le restregaron una y otra vez.

Los obstáculos para ejercer su sexualidad no importaban. Sólo sentían y disfrutaban. Olía a sexo, olía a ella. “Así huele el amor”, pensaba el joven abogado egresado de la Universidad La Salle. Para ese momento Héctor entendió que con Erika había experimentado el encuentro del siglo. Para entonces ya era adicto a la saliva de ella. También de los sabores del resto de su cuerpo.

Héctor llega a la entrevista sin su labrador golden –“al perro le estresa la ciudad”–. Venía con un saco azul, unos jeans y difícilmente uno podría darse cuenta de que es ciego porque rara vez se le extravían los ojos.

De hecho, con el paso del tiempo ha experimentado ciertos destellos, aspas de luces en las que apenas reconoce siluetas. Pide un café. Y ante la curiosidad por saber qué diferencia existe entre su sexualidad y el del resto de las personas, habla de ella:

– En sí, no creo que en el caso de las personas ciegas se encuentren diferencias. Puedes llegar a experimentar diferentes sensaciones porque nosotros tenemos que suplir con el resto de los sentidos la falta de vista. Yo puedo distinguir a alguien por cómo respira, cómo huele o cómo camina.

Y por el mismo hecho de que el sexo es puro contacto físico, (los ciegos) podemos despertar cosas interesantes. Incluso, a nivel sensorial al hacer el amor, te das cuenta de las emociones de tu pareja.

Héctor, quien solicita no citar sus apellidos, dice haber tenido muchas novias en su vida. A los nueve años, mientras estudiaba la primaria en la Escuela para Ciegos y Débiles Visuales recibió su primera educación sexual.

A toda la información básica sobre los cambios en la pubertad y la adolescencia, se sumó algo que se le quedó marcado en la memoria: no debían permitir que otras personas los tocaran sin su consentimiento.

Años más tarde, en la secundaria Justo Sierra y en el Colegio Vasconcelos, aprendió al lado de personas sin discapacidad cómo ejercer su sexualidad. El maestro lo pasaba al frente del salón y, para enseñarle a usar un condón, deslizaba el látex entre sus dedos para que sintiera cómo debía colocarlo correctamente.

Héctor cuenta que ha tenido una vida activa como cualquier joven de su edad, aunque confiesa que su ceguera ha mermado su autoestima. Sin embargo, sus amigos que también son ciegos no han sido tan hábiles. Algunos reprimieron la experiencia y otros llegaron a enfrentar discriminación.

Uno de ellos fue Pedro. “Tomó valor para llevar a su novia a un motel. Al llegar, fueron bienvenidos, pero su perro guía, no. Pelearon, argumentaron, riñeron, discutieron, gritaron y manotearon con el encargado”. El perro –es decir, los ojos de Pedro– no entró.

Otra de las amigas de Héctor, Yoria, también con discapacidad visual, empezó un romance por internet. ¿Cómo? Sencillo: con esos programas de computadora parlantes que utilizan los ciegos para poder escribir y hasta chatear. Él vivía en Durango y ella en el Distrito Federal.

En sus pláticas, fantasearon mil veces con su encuentro sexual. Llegó el día de la cita. Al darse cuenta de que ella era ciega, él salió corriendo. Nunca volvieron a chatear.

La sexualidad de las personas con discapacidad es un tema que a pocos, muy pocos de verdad, importa. No ha servido mayor cosa la Convención sobre los Derechos de las personas con discapacidad –promovida por México en la Asamblea General de la ONU–, que trata de garantizar una mejor calidad de vida, incluida su sexualidad, a los casi 650 millones de personas que en el mundo tienen algún tipo de discapacidad.

El tratado internacional firmado el 13 de diciembre de 2006 establece que a los discapacitados se les proporcionará atención de la salud gratuita o a precios alcanzables. La salud sexual y reproductiva está considerada. Pero poco se ha hecho.

La Secretaría de Educación Pública, por ejemplo, no cuenta con libros especializados para educar a los casi dos millones de personas con discapacidad que existen en el país, según las cifras del INEGI, que para las autoridades del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) son números muy conservadores.

Los datos del INEGI reportan que 1.8 por ciento de la población mexicana tiene una discapacidad, pero el Conapred calcula que en realidad la cifra es de alrededor de 12 por ciento.

Una de las especialistas del consejo, Amalia Gamio Ríos, resalta que ni siquiera se tienen estadísticas confiables y que en los últimos sexenios la atención a las personas discapacitadas ha quedado relegada. No se diga la que tiene que ver con temas de sexualidad.


El primer beso se lo robó en una banca del parque ubicado a un lado del Metro Pino Suárez. Poncho le caía gordo a María Elena. Ahora llevan 13 años de noviazgo y 10 de matrimonio. Los dos tienen parálisis cerebral.

Él es un hombre de pelo cano que camina como si tuviera piernas de trapo. Sus palabras no son claras, pero su pensamiento sí.

María Elena es una mujer de cabello corto crespo y tiene un nivel de discapacidad leve. Se conocieron desde mayo de 1985 cuando ambos acudieron a terapia a la Asociación pro Personas con Parálisis Cerebral (APAC).

La mayoría de quienes asisten a estos centros no son tan afortunadas como Poncho y María Elena. Para muchos, la sexualidad les está negada por sus limitaciones físicas, que van desde leves, moderadas y severas. “Casi ninguno de ellos tiene noviazgos ni hijos, en gran parte por los prejuicios culturales que hay sobre el tema”, explica el doctor Enrique Garrido, director de APAC. “Eso no significa que no tengan deseos”.

PARA QUIENES PADECEN PARÁLISIS CEREBRAL, LA SEXUALIDAD LES ESTÁ NEGADA POR SUS LIMITACIONES FÍSICAS. “CASI NINGUNO TIENE NOVIAZGOS NI HIJOS, EN GRAN PARTE POR LOS PREJUICIOS CULTURALES. ESO NO SIGNIFICA QUE NO TENGAN DESEOS”.

Por eso, en APAC se ofrecen cursos de educación sexual desde que los niños están en la etapa de estimulación temprana y que tienen una escuela para padres. Para muchos de quienes padecen parálisis cerebral, la sexualidad les está negada por sus limitaciones físicas, que van desde leves, moderadas y severas.

Poncho y María Elena han sido de los pocos que han podido defender su derecho a vivir en pareja y ejercer su sexualidad. Pero para ello, como en una clásica historia de drama, tuvieron que vencer la resistencia de sus familias.

Les daba miedo que hicieran un hogar. Apostaron que no saldrían adelante. Después de cinco años de noviazgo, quisieron casarse, pero la familia se negó.

Cinco años después, ella, a sus 38 años, se vistió de blanco. Desde entonces empezó a tomar pastillas anticonceptivas para no embarazarse. A los dos les daba miedo tener un hijo con alguna discapacidad. Tres años más tarde, María Elena decidió operarse para no tener hijos.

–¿Cómo es su vida sexual ahora?

Responde Poncho mientras choca sus dientes:

–La verdad es que todos los días llegamos muy cansados de trabajar. Yo le ayudo en las tareas de la casa y sólo los fines de semana es cuando podemos estar juntos íntimamente.

Desde hace años, esta pareja trabaja en APAC. Él da clases de computación a todos los grupos y ella en el taller de juguetes.

Susana Olivier, quien ha impulsado un diplomado para personas con discapacidad en la Universidad Pedagógica, dice que entre los obstáculos para que ellas ejerzan su sexualidad están los mitos y la ignorancia de la sociedad, incluidos los padres de familia, maestros, doctores y sexólogos.

“Se les ve como seres angelicales desprovistos de lo humano –entre ello lo sexual–, o bien poseídos por algo diabólico. Es decir: o no tienen sexualidad, pues son ángeles; o bien son demonios y su sexualidad es excesiva y dañina. Algunos más los ven como humanos, pero como eternos niños inocentes y desinteresados en la sexualidad y en esos bajos deseos”.

Otro factor, comenta, es la falta de conocimiento de los derechos humanos y la negación de la sexualidad como rehabilitación sexual. Se tiene, dice, una concepción hipercoitalizada y genitalizada de la sexualidad. Se cree que si no hay movimiento, no hay sexualidad y placer.

“Los modelos de cuerpo y de belleza rígidos y estereotipados impactan en la mentalidad de la gente. Creen que sólo los cuerpos perfectos y bellos socialmente hablando, son los únicos con derecho a ejercer y tener sexualidad. En resumen, son asexuales o hipersexuales (sexualidad que puede dañar) y en el mejor de los casos son hiposexuales, es decir tienen poquitos deseos y les basta con besos y tomarse de la mano”.

–¿Y cómo sustituir la falta de movilidad u otra discapacidad?
–Con mucha creatividad, disposición, actitud y trabajo personal para quitarse telarañas mentales donde se deje de ver con carencias al cuerpo. Hay que tomar ventaja del cuerpo y sus características para usar el placer, empleando posturas diferentes. Debemos encontrar una nueva definición de belleza y sexualidad definida por los propios colectivos y no por los “expertos” que sólo les dicen lo que les falta para poder tener sexualidad.

–¿Qué diferencias hay entre nuestra sexualidad y la de las personas con discapacidad?
–Depende. Si eres del paradigma médico, encontrarás que le falta determinada parte de su cuerpo, que no hay movimiento, que no hay sensación, etcétera. Por otra lado, si crees que la sexualidad es más que coito, eyaculaciones, genitales, penetraciones, meter, sacar, entonces no hay diferencias.

Sin embargo, hay que señalar que efectivamente las discapacidades tendrán diferencias. Por ejemplo: son diferentes las necesidades en torno a la educación sexual de un chico/a con síndrome de Down que la información y educación sexual que requiere una persona con lesión medular. Generalmente, la lesión se adquiere de joven y puede afectar la reproducción en hombres; el síndrome de Down es de nacimiento y sus dificultades radican en entender los comportamientos sexuales, sus mensajes y señales. Asuntos que en la lesión medular no se ven afectado.

–¿Cómo prevenir abusos sexuales en personas con discapacidad?
–Exactamente igual que con las personas sin discapacidad: educación sexual.


Irina Echeverría es un transexual que vive en una silla de ruedas desde antes de la adolescencia. Sufrió una polineuropatía, un mal degenerativo crónico que le ha afectado piernas, brazos, vista, y que le mermó su sensibilidad al tacto.

Cuando nació era un niño de pelo negro y una cara que, dicen, se parecía a la del Che Guevara. En su adolescencia comenzó a esconderse detrás de esa apariencia para no aceptar lo que en verdad sentía: que era una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.

Así que Irina crecía y mantenía relaciones sexuales con un pene al que odiaba. Quería extirpárselo. Cuando se bañaba trataba de no mirar hacia abajo. En ocasiones llegó a lastimarse al tratar de quitárselo. Le pedía crema a su madre para curar las heridas.

A Irina, quien hoy es pensionada de la UNAM y vive en una unidad habitacional del Gobierno del DF, nunca le hablaron de sexo. ¿Para qué si estaba en una silla de ruedas? ¿Para qué si las personas con discapacidad son asexuadas según la mayoría de la gente? ¿Para qué si se tiene el prejuicio de que ellos no tienen derecho a las caricias y al placer? Mucho menos a una pareja y el amor. Ni pensar en tener una familia. ¿Cómo van a poder criar a un hijo si no pueden valerse por ellos mismos?

A IRINA NUNCA LE HABLARON DE SEXO. ¿PARA QUÉ SI ESTABA EN UNA SILLA DE RUEDAS? ¿PARA QUÉ SI LAS PERSONAS CON DISCAPACIDAD SON ASEXUADAS SEGÚN LA MAYORÍA DE LA GENTE?

Un día, cuando tenía 10 años, su tío Alejandro se acercó para tratar de hablarle sobre sexualidad. Y ocurrió lo previsible: el hermano de su madre intentó llevarlo con una prostituta para que lo “hiciera hombre”. Lo que no hizo fue aconsejarlo para prevenir el abuso de Arturo, su otro tío, quien lo obligaba a tener contactos sexuales y tiempo después lo violó.

Un hecho nada extraño entre las personas con discapacidad, quienes son más vulnerables al abuso sexual por la falta de movilidad y por las dificultades que algunas tienen para comunicarse. Irina forma parte de los casos de los que el gobierno no tiene cifras ni políticas públicas para prevenirlos.

Pasaron los años. Siguió postrado en la silla, lo que no impedía que tuviera una vida sexual activa, ejerciendo su rol masculino. Tanto que pudo cumplir una de sus fantasías: tener relaciones sexuales con una enfermera pelirroja con un cuerpazo. “Fue en un hospital de Moscú, en uno de esos largos periodos en los que estaba en rehabilitación después de las operaciones. Tania se llamaba y me sedujo”, dice atrás de una cortina de humo de Salem mentolados y observa a los nueve gatos con los que vive. Con aquella enfermera de ojos azules y piel pecosa tuvo un hijo llamado Andrei.

Pero antes, en la época en la que estudiaba en el CCH Sur, sostuvo un romance durante dos años con una joven “que usaba pantalones entallados”. Se llamaba Irma. Cuando su padre se enteró del noviazgo y de que tenía relaciones sexuales, mejoró temporalmente la tensa relación que llevaban porque su padre intuía que él no estaba completamente identificado con su sexo.

La vida íntima de Irina nunca ha sido fácil ante las complicaciones de la silla de ruedas, de la falta de fuerza en sus brazos y la falta de movilidad. Además, las cosas se complicaban por su rechazo a penetrar a las mujeres. Para satisfacerlas, recurría al sexo oral. Era su mejor estrategia.

Pero un día Irma se paró frente a él y le dijo:

–Tu enfermedad me jode mucho. No soporto la silla y cómo nos ven en la calle. Estuve con otro hombre y, ¿sabes?, él sí tuvo fuerzas para abrazarme. Adiós.

El tiempo transcurrió. Se sumió en una depresión tras otra y se olvidó del placer por años. Hasta agosto de 1992, cuando conoció a Neli, con quien se casó. Y reanudó una vida sexual activa como hombre hasta que recibió la noticia de que por su enfermedad pronto perdería la vista.

Entonces tomó una decisión: se vería cómo siempre había querido: como una mujer. En 2001 empezó a tomar medicamentos para iniciar su metamorfosis corporal. Y empezaron también los problemas con Neli, su esposa. “Tenía que enfrentarse –cuenta Irina– a la pérdida de su esposo y reconocer a la mujer que llegaría en su lugar. Nelida entró en conflicto. ¿Qué iba a decir la gente? ¿La familia, los vecinos? Ya suficiente era ser pareja de una persona con discapacidad. Además, ella pensaba que si seguía amando a su esposo y se quedaba a su lado, sería vista como lesbiana”.

El proceso no ha sido fácil, pero hasta el día de hoy siguen juntas. Y hoy, Irina Echeverría es candidata a sustituir al recientemente fallecido Gilberto Rincón Gallardo como titular del Conapred. Su lucha por los derechos de las personas discapacitadas la tienen en la lista.*

El sexólogo y terapeuta David Barrios Martínez, autor de En las alas del placer, libro sobre sexualidad en personas con discapacidad, lamenta que a éstos se les niegue el derecho al placer.

–La sexualidad es accesible para ellos, pero, desde fuera, nosotros los limitamos. La sociedad no ve bien los cortejos, la seducción de personas así. Hay muchos prejuicios y no se toma en cuenta que las personas con discapacidad tienen limitaciones, sí, pero también deseos. Muchos de ellos tienen relaciones a escondidas y carecen de información sobre sexualidad. Sólo en casos muy contados, las familias suelen ser abiertas y admiten que las relaciones se produzcan en la casa.

–¿Los embarazos no deseados son un problema en este tipo de población?
–No, en general, porque no tienen relaciones sexuales a temprana edad. Hay que considerar que ellos tienen que hacer un esfuerzo adicional para moverse y además encontrar pareja.

–¿Hay impedimentos para que sean padres?
–En algunos casos sí hay enfermedades que se heredan genéticamente, pero otras que no. Esto hay que consultarlo con un especialista. Lo que sucede es que algunas personas tratan de persuadirlos de no tener hijos.

–En la experiencia con sus pacientes, ¿qué sucede con el despertar sexual de los adolescentes con discapacidad?
–Hay muchos obstáculos para que ellos puedan ejercer su sexualidad. Hay sobreprotección de la familia, represión y una negación absoluta. Los padres deberían de tomar en cuenta que el contacto corporal es útil para la rehabilitación. Hay que hacer a un lado los prejuicios. Además, eso permitiría que se diseñen programas de educación sexual específicos para las necesidades de las personas con discapacidad. Por ejemplo, en el caso de los cuadripléjicos, el Viagra puede favorecer que tengan erecciones.


Una parte del cuerpo de Covadonga Pérez Villegas quedó dormida para siempre. Tenía 15 años cuando una bala perdida le causó una lesión medular que la dejó sin caminar. No quiere hablar del tema. Como que Sinaloa le trae malos recuerdos. Prefiere mirar al futuro y seguir trabajando por sacar adelante a su hija. Hoy es presidenta de Mujeres en Serio y aunque dice que ya no es tiempo de conseguir pareja, confiesa que a sus 53 años tiene un amor platónico. También la azotan fantasías sexuales. Quiere sexo con una persona ciega. Imagina un mundo de toqueteos y ser descubierta así por quien no puede ver.

A pesar de su lesión no quedó desterrada del mundo de las sensaciones y del placer. Ella, a diferencia de muchas personas que viven con lesión medular, decidió no negar sus deseos y permitirse tener una vida erótica usando la creatividad y el órgano sexual más grande que tenemos: los aproximadamente tres metros cuadrados de piel.

Con el que fue su marido tuvo una relación como cualquier otra. Iban de la mano en la calle y en la casa de sus padres trataban de quedarse solos. Lo hacían en el baño, en la sala, en el coche.

Después de ocho años de relación, tuvo un hijo. Era un embarazo no planeado, pero bien recibido. Ella se aplicaba inyecciones anticonceptivas y tres meses después de que dejó de utilizarlas se embarazó. Pero su caso era de alto riesgo por su lesión medular.

Cuando le dieron los resultados, las enfermeras estaban muy confundidas. Sus prejuicios no las dejaban creer que Covadonga y su silla de ruedas estuvieran en el consultorio para recoger una prueba de embarazo que era positiva.

Ese fue el inicio. El doctor la animó a que si quería tener hijos, era el momento adecuado, ya que a consecuencia de su lesión sus órganos se degeneran más rápido que el del resto de la gente.

“Nunca tuve miedo”, dice. Llegado el momento, acudió al Hospital 20 de Noviembre le dijeron que se había equivocado.

–Aquí no es ortopedia.
–Por eso. Vengo a parir.

 

Fuente:  F.d Reportajes

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