Miguel Ángel Fernández / CAMBIO 22

En Quintana Roo, el escándalo de la empresa de Chetumal que fingía cremar mascotas y en realidad las abandonaba en bolsas de basura debería haber provocado una oleada de indignación institucional. Más de 150 familias fueron engañadas: recibieron tierra en lugar de cenizas, mientras los cuerpos de sus animales eran tirados en terrenos baldíos como si no valieran nada. Sin embargo, el eco de la indignación ciudadana no encontró respuesta en quienes se autoproclaman defensores de la vida animal.

Resulta llamativo —y profundamente revelador— el silencio de quienes suelen inundar las redes sociales con fotografías junto a perros rescatados o campañas en favor del bienestar animal. Ni el titular de la Secretaría de Ecología y Medio Ambiente (SEMA), Óscar Rebora, ni la diputada presidenta de la Comisión de Medio Ambiente, Andrea González, ni la senadora Anahí González —conocida precisamente por su supuesto activismo y cariño hacia los animales— publicaron una sola palabra sobre el tema.

La Procuraduría de Protección al Ambiente de Quintana Roo, a cargo de Alonso Fernández, tampoco emitió posicionamiento alguno, ni en su página oficial ni en sus redes sociales. Un mutismo que huele a complicidad, o al menos a una preocupante indiferencia institucional frente a un caso que no solo es un fraude, sino una forma de maltrato animal y una ofensa a la confianza ciudadana.

En tiempos donde la imagen pública parece pesar más que la coherencia, este silencio también es indignante. Porque defender a los animales no es posar con ellos para una foto, ni utilizar su causa como recurso electoral. La verdadera empatía se demuestra cuando se alza la voz ante la injusticia, incluso si hacerlo incomoda a los aliados políticos o destapa omisiones de las propias autoridades.

Hoy, mientras las familias engañadas exigen justicia y los restos de sus mascotas esperan un trato digno, los discursos de amor por los animales se desmoronan. Lo que queda claro es que en Quintana Roo hay más interés en aparentar sensibilidad que en ejercerla con responsabilidad.

En política, callar también comunica. Y en este caso, el silencio de quienes deberían indignarse dice mucho más que cualquier mensaje de condolencia o fotografía con un perro adoptado.

 

 

 

redaccion@diariocambio22.mx

KXL/RCM

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