Progreso, Puerto de Entrada de la Migración Libanesa
4 May. 2025
A 143 años del inicio de la migración libanesa a Yucatán
Pedro Bermudez Solís/Cronista de la Ciudad y Puerto de Progreso Yucatán, México
Redacción/CAMBIO 22
Progreso ha sido una puerta abierta a diferentes migraciones de grupos humanos, que atraídos por diferentes circunstancias han venido a acompañarnos y a quedarse entre nosotros.
No de la manera titánica como ha ocurrido en otras partes del mundo, como por ejemplo en Nueva York, Estados Unidos, la isla Ellis es conocida como la isla de la inmigración, pues millones de inmigrantes llegaron y se les permitió la entrada a los Estados Unidos para cumplir sus sueños.
Más bien la migración por Progreso ha sido una gotera de agua exigua pero continua e incesante. Una de esas migraciones, quizá una de las más importantes de la historia de Yucatán, tiene que ver con la migración libanesa. Migración que ocurrió desde finales del siglo XIX hasta inicios del siglo XX. Yucatán, a través del puerto de Progreso, sirvió como estación de paso de gran parte de la población libanesa que se internó en México.
Comúnmente de origen sirio-libanés estos seres humanos salían huyendo de la ocupación del Imperio Turco de sus lugares de origen, que los obligaba a severas crisis económicas además de las penurias propias de la ocupación militar.
La persecución para quienes profesaban la religión maronita orilló a los varones jefes de familia, a buscar rutas de escape alternativas. Entre 1903 y 1910, el Boletín Estadístico de Yucatán registró la entrada de 1, 665í “turcos” por el puerto de Progreso. La travesía tardaba de 42 días a seis meses, de acuerdo con los recursos con que contara el inmigrante libanés, teniendo como puertos de salida Beirut y Trípoli y los países por los cuales pasaban solían ser Francia, Italia, España, Estados Unidos y Cuba. Los puertos que la inmensa mayoría recorrió en su trayecto hacia Yucatán fueron Marsella, Santander, la Habana, Veracruz y finalmente Progreso.
El primer inmigrante libanés que llegó a Yucatán fue Santiago Sauma, quien arribó en el año de 1879, por lo que se supone que esta inmigración hacia Yucatán tiene ya 141 años. La Migración libanesa ocurrió de manera escalonada, de primero llegaban los varones casados y hombres solteros; para luego traer a los demás familiares, una vez que el jefe de familia se establecía. Se considera una migración libre, en el sentido de que los libaneses no fueron deportados o enviados a Yucatán a la fuerza, como ocurrió, por ejemplo, con la etnia Yaqui de Sonora.
Más bien, ellos mismos se enteraron de las condiciones prometedoras que proporcionaba el Henequén en Yucatán, el inicio de la bonanza henequenera, resultado de la exportación de esta fibra que comenzaba a prestigiarse en los mercados internacionales y cuyo beneficio comenzaba a ser visible en lo que entonces se dio por llamar “el progreso”; aunado todo esto a una expectativa pobre de prosperidad en su propio lugar de origen.
Estos inmigrantes libaneses traían consigo un pasaporte turco, pues era el país que ocupaba al suyo en esos momentos. De ahí que se le empezará a llamar “turcos”. Esta acepción para los libaneses en Yucatán, con el tiempo se convirtió más bien en un despectivo, dirigido a las personas que solían cuidar en sumo sus intereses financieros, pero que para inicios del siglo XX no era de ninguna forma ofensiva para los libaneses radicado en Yucatán. Así pues, existieron negocios, tales como: “La Única Casa Turca”; “La Bella Turca”, “El Gran Bazar Turco” e incluso uno de los arcos que dio la bienvenida a Porfirio Díaz en 1906 fue el de: “La Colonia Turca”. Igualmente fueron llamados vulgarmente “árabes”, por el idioma que hablaban, pese a las grandes diferencias culturales que tenían con los demás pueblos hablantes del árabe y a su añeja rivalidad política con Turquía.
También se les conoció como “sirios” o “sirio-libaneses” y algunas de sus primeras asociaciones (“Jóvenes Sirios”) o establecimientos comerciales (“La rosa de Siria”) llevaban este nombre. Esto se debió a que, durante los siglos que duró el Imperio Otomano, recibía el nombre de Siria una amplia zona que comprendía el actual Líbano, además de Palestina, Transjordania y la actual República Árabe de Siria.
Los hombres y mujeres sirio-libaneses que llegaron a Yucatán provenían de pueblos agrícolas, siendo en la mayoría de los casos totalmente analfabetas (salvo algunas excepciones) y sin conocer el idioma español. Fueron ejemplo de un verdadero ejercicio de fuerza de carácter y voluntad para afrontar las adversidades. En las escuelas de Hassbaiya pueblo del que vinieron varias familias a Yucatán, entre ellas los Chapur, se enseñaban oficios como la carpintería, albañilería, corte y confección de ropa, etcétera. Para 1980, de las 585 familias de origen libanés, detectadas en Yucatán, el 52.7% provenían de tan sólo siete poblados: Hassbaiya, Gunie, A’aba, Batrumin, Bdibba, Trípoli y A’afssdiq. Las restantes familias tenían su origen en 49 poblados distintos.
Al hablar de estas migraciones libanesas, recuerdo una anécdota en el salón de clases, en cuanto estudiaba la carrera de Contaduría y Administración, en la Universidad Autónoma de Yucatán, cuando le hice la pregunta al maestro de la asignatura de Investigación de Operaciones, en relación al éxito económico de los libaneses en Yucatán, sin conocer tantas teorías administrativas y económicas actuales. El docente ante mi cuestionamiento, guardó silencio y finalmente contestó a mi pregunta aduciendo: “tuvieron suerte”.
Queda claro que el éxito económico-social de los libaneses en Yucatán, si bien concuerda con el auge henequenero de la época, no tiene que ver nada con la “suerte”, sino con una ética de trabajo duro y de todos los días, aunado a una cultura del esfuerzo y del ahorro que fueron la clave para afrontar todas las adversidades que tuvieron.
Era sabido que Yucatán requería gente para fortalecer su economía, fundamentalmente obra de mano, perfil al que los libaneses nunca se ajustaron, optando siempre por la labor comercial ambulante en los pueblos del interior del estado como buhoneros.
Estos buhoneros (vendedores ambulantes) andaban de calle en calle comercializando productos de sus lugares de origen que transformaban en Yucatán de acuerdo a lo que tenían, invirtiendo en telas, bisutería, lencería y pequeños géneros textiles o simplemente en cualquier otro producto que se vendiera. Consolidaron una eficiente forma de crédito y cobranza de sus mercancías. Estos inmigrantes y sus hijos demostraron una gran capacidad para desarrollar negocios comerciales y generar un acelerado proceso de acumulación de capital durante todo el presente siglo, creando empresas familiares de gran dinamismo.
El ingenio suplía las carencias académicas de estos primeros inmigrantes libaneses, se cuenta que la abuela de los señores Abraham Dáguer creó un simple y efectivo sistema a base de círculos para llevar la cuenta de sus deudores por las ventas en abonos que realizaba. La ruta incipiente del desarrollo económico de los inmigrantes libaneses se constituía de la siguiente manera: empezar con una maleta llena de géneros de mercería, telas y mercancías y salir por las polvorosas calles de Mérida, pueblos y puertos de Yucatán a vender en abonos. Con el tiempo y a duras penas la maleta del buhonero era sustituida por un carro que empujaba aquel quien era ya conocido como “el turco abonero”. Muchos años después de esta faena diaria se podía adquirir algún puesto en las inmediaciones de los mercados municipales de las localidades yucatecas.
El comercio no era una actividad desconocida para los libaneses; sus milenarias raíces fenicias y la posición estratégica de sus puertos en el Mediterráneo, como mediadores entre oriente y occidente, hicieron del comercio la actividad más productiva durante muchos siglos y una gran generadora de riqueza en la región. No es extraño, en consecuencia, que los primeros inmigrantes, sin capital y con una amplia motivación de mejoría económica, buscaran alguna actividad como intermediarios comerciales.
En Yucatán consolidaron un mercado nuevo de textiles, pues la venta ambulante de este género económico, no se practicaba en la ciudad de Mérida. La Mérida yucateca que crecía como consecuencia de la expansión de la economía en torno al henequén, vio un escaparate totalmente nuevo en los productos que vendían los libaneses.
Comúnmente existió una pronunciada alianza fraternal entre ellos mismos. De ahí que, para los hijos de los inmigrantes libaneses, todos los miembros de las familias, eran primos, tíos, abuelos, etc. Costumbre generalizada actualmente entre los yucatecos, que teniendo o no herencia libanesa, se llaman entre sus conocidos cercanos como tíos, primos y abuelos. Muy parecido al desarrollado en los kibutzim israelitas, en donde los miembros de esas comunidades, se vieron forzados por la necesidad a desarrollar lazos de vida colectiva, a depender uno del otro. Este origen común acentuó la solidaridad y fomentó, en pocos años, la creación de un endogrupo libanés entre los migrantes de la primera y segunda generación.
Cabe aclarar que ese endogrupo libanés, que acercó los lazos de familias enteras entre ellos, no existía como tal antes de llegar a Yucatán. El endogrupo libanés, se creó, se forjó, se acrecentó y se solidificó en Yucatán. No hubiese ocurrido de esta forma tan novedosa, si no hubiesen emigrado a nuestro estado. Como consecuencia para asegurar el éxito social y económico emprendido tan tenazmente, tendieron a casar a sus hijos entre sí y a obstaculizar las relaciones entre los jóvenes con gente de fuera del endogrupo.
La endogamia y endogrupo multiplicó los vínculos sociales, afectivos y económicos del grupo de los primeros inmigrantes libaneses llegados a Yucatán. Estableciendo complejas redes de parentesco, las cuales al cabo de más de un siglo han formado entramados familiares que relacionan a grandes porciones de población de ese origen entre sí. La lucha diaria de estos primeros inmigrantes, no se detenía ante nada. Las grandes luchas que los inmigrantes lideraban a diario, que perseguían elevar el nivel de vida de sus familias, eran intensas y abrumadoras. Su temor ubérrimo a la miseria, de la que se guardaban dolorosos y vividos recuerdos los hizo superarse. Se cuenta que Don Nicolás Andrés, libaneses de primera generación, solía decir: “yo mal, pero mis hijos bien (en el Líbano); ahora (en Yucatán), yo mal y mis hijos mal ¿Qué chiste tiene?”
El “chiste” así “sin querer queriendo” fue la prosperidad la cual benefició directamente a la segunda y a la tercera generación de libaneses establecidos en Yucatán. Cabe señalar que estos primeros libaneses debieron su éxito económico a una disciplina de trabajo muy duro y de un ahorro estricto que sólo se exceptuaba a la hora de la comida de la familia, ya que el mismo hombre que trabajaba en las calles, el padre de familia, solía comer un francés con un plátano y un vaso de agua tan sólo para soportar las rudezas de la jornada. Los mayas de los pueblos yucatecos, solían llamar a estos primeros libaneses “Hanal-cebollas” porque a lo largo del día, en sus ventas de buhoneros, el comerciante libanés para alimentarse compraba un pan que comía acompañándolo únicamente con una cebolla.
Para entonces la base de la alimentación libanesa en Yucatán, se lograba con los siguientes ingredientes: berenjena, aceite de olivo, cebolla, garbanzos, lentejas, trigo, arroz, papa, carne de carnero, yogurt y varias clases de hierbas. También han sido, a través del tiempo, muy asiduos al ajo, la pimienta, el orégano, la canela, la hierbabuena, la hoja de parra y el comino. En la comida cotidiana de los libaneses abunda la cebolla cruda y son frecuentes las aceitunas negras. No eran afectos al maíz y preparaban su propia harina: el marhú. Se dice que la costumbre tan extendida hoy en día en Yucatán y especialmente en Progreso, de vender kibis fritos con forma “oval” o tipo “bola” en las calles fue establecida por una familia de inmigrantes libaneses, los Memeri.
En todo pueblo importante del interior del estado de Yucatán, incluyendo en el Puerto de Progreso, se establecían una o dos familias libanesas ejerciendo el comercio. Se decía que se necesitaban diez años de trabajo y ahorro para establecer el negocio y otros diez años para comprar una casa, posteriormente serían los hijos los que se encargarían de multiplicar el capital. La primera generación, pese a disfrutar después de algunos años de una buena posición económica, no fue dada a elevar sus niveles de vida, excepto en lo que se refiere a la comida. Ni lujos, ni ostentaciones, ni diversiones caras los motivaban. Su baja escolaridad y educación y los duros días de hambre de la infancia se conjugaban para que sus expectativas de consumo fueran siempre modestas.
En consecuencia, los excedentes se capitalizaban por medio de los negocios, de la compra de joyas y alhajas, de metales, moneda extranjera o bienes raíces; bajo cualquier forma material que con el paso de los años no disminuyera su valor, contando siempre con liquidez para sus operaciones comerciales. Incluso de actividades de azar no lícitas como la lotería clandestina llamada “la bolita”.
Se ha sostenido que los libaneses que inmigraron en las últimas décadas del siglo XIX perseguían acumular capital y retornar a su país para comprar tierras y trabajarlas o para desarrollar las que tenían; no cabe duda que en cualquier caso quien se encuentra bien en su país no tendría por qué salir en busca de otros horizontes, aunque no es menos cierto el que algunos de los inmigrantes sí retornaron a Líbano y algunos otros dividieron sus familias quedándose en Yucatán una parte y otra en su tierra. Incluso algunos inmigrantes establecidos ya en Yucatán, solían traer parejas sentimentales exprofeso del Líbano, al no encontrar vínculos en estas tierras.
Para inicios del siglo XX la presencia de libaneses en Yucatán era numerosa, convirtiéndose nuestro estado en el lugar con más libaneses en todo el país.
En relación a lo anterior, Carmen Páez Oropeza, asevera: “Según algunos testimonios se puede afirmar que para 1910 en Yucatán había más de 2000 libaneses, mientras solo 70 en la Ciudad de México”.
En Puebla, otra ciudad que recibió gran cantidad de población libanesa y que cuenta con un influyente sector empresarial textil de ese origen, tan sólo se consignaron en 1905, a 81 personas de origen libanés.
En febrero de 1902 se celebró una boda de libaneses en Yucatán, para lo cual arribó un sacerdote del rito ortodoxo griego de Nueva York, que se llamaba Rafael Aguavine.
La ceremonia se realizó en la Iglesia Católica de San Cristóbal en Mérida, gracias a la inteligencia del párroco Crescencio A. Cruz, quien al proceder con tolerancia y permitir un rito ortodoxo en su iglesia, no sólo evitaba conflictos religiosos, sino que atraía a la comunidad libanesa a la religión católica.
Al paso del tiempo los libaneses adoptaron la religión católica en su mayoría. Son famosas las novenas que cada año se ofrecían en casa de la familia Wabi, por ejemplo.
En realidad, la conversión al catolicismo fue un factor de unión entre los inmigrantes libaneses y la comunidad yucateca.
El profundo sentido religioso que traían ya los libaneses de sus lugares de origen, fue un elemento clave que facilitó su integración en la religión católica yucateca.
Al pasar por varias transformaciones de índole colectivo, esta comunidad primera de libaneses asentados en Yucatán, (Luis Alfonso Ramírez Carrillo, identifica al menos cuatro momentos), se encuentran entre el grupo humano que no sólo favoreció enormemente una región económica, de un país entero, sino que promovió intensamente con un ejemplo vivo, una cultura del esfuerzo y una ética del trabajo diario, que los catapultó con el tiempo, a una cúspide enorme de poder no sólo económico, sino también político.
Las redes familiares que crearon en Yucatán, sus pueblos y sus puertos, siguen siendo un portentoso ejemplo de solidaridad y ayuda mutua, dentro de un mismo grupo humano.
La economía libanesa no sólo completó el desarrollo yucateco provocado por la explotación del “oro verde”, sino que, al término y decadencia de esa forma de aprovechamiento del henequén, estableció una fuerte tendencia comercial en nuestro estado.
Nuestro Puerto, Progreso de Castro, no fue la excepción de la influencia libanesa, pues se le ha de reconocer junto con el puerto de Sisal, como la puerta de entrada a la migración humana más importante del siglo XX en nuestras tierras.
La migración libanesa, no sólo solidificó la economía de nuestro estado, dándole mucha vitalidad, sino que, además, forjó una nueva modalidad de lazos familiares sorprendentemente exitosa y única, que, con el paso de los años, permearon todos los niveles sociales del Estado.
Ya en pleno siglo XXI podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que estos humildes buhoneros inmigrantes transformaron a Yucatán en uno de los estados más seguros en todo nuestro país.
La cultura del trabajo, la idiosincrasia del esfuerzo cotidiano, la forma de alimentación, los negocios, las familias, el desarrollo de un sentido de identidad cultural en Yucatán, tienen una fuerte cercanía a la cosmovisión de estos primeros migrantes libaneses.
Bibliografía:
DE BUHONEROS A EMPRESARIOS: LA INMIGRACION LIBANESA EN EL SURESTE DE MEXICO Luis Alfonso RAMÍREZ CARRILLO Universidad Autónoma de Yucatán.
Marisa Margarita Pérez DomínguezÁrea de Historia Política Instituto de Investigaciones “Dr. José María Luis Mora”.
Ramirez Carrillo, Luis Alfonso, …De cómo los libaneses conquistaron la península de Yucatán. Migración, identidad étnica y cultura empresarial, Universidad Nacional Autónoma de México-Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, Mérida, 2012, 258 pp.
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