• No hay soluciones efectivas propuestas que confronten la raíz del olvido de los grupos en marginación; hasta ahora ninguna de las ofertas electorales se ha propuesto dotar de herramientas efectivas para el combate del mal sistémico.

 

Redacción/ CAMBIO 22

El racismo en México ha sido el elefante en la sala por mucho tiempo. No obstante, en los últimos años el debate en torno a su presencia, su ausencia y su historicidad se han consagrado en la opinión pública mexicana. Desde el uso de blackface en anuncios y telenovelas, pasando por chistes malogrados de influencers y llegando hasta la autoidentificación en la más tierna infancia, pareciera que ahora cada etapa de la vida está salpicada por este mal sistémico.

Como se puede esperar, la discusión política no es ni ha sido la excepción; es más, me atrevería a decir que sobre la raza ha estado presente un fantasma político del que muy poco se ha hablado. Es que, sin querer (¿o tal vez queriendo?) la raza y el racismo se han vuelto de las herramientas políticas predilectas en el discurso para legitimar discretamente (o no tanto) las luchas disputadas en todos los niveles del poder. No es casualidad que el partido oficial tenga nombre de color de piel, ni que la oposición haya querido disputar esa identidad con una candidata que no deja de coquetear con la autoadscripción.

El uso del racismo como herramienta política se volvió ineludible en la elección de 2018. Ahora es de uso común, pero no podemos olvidar que el uso de whitexicanpara referirse a una clara minoría desconectada de la realidad creció y se asentó en el contexto electoral. En contraste, para los políticos el insulto de prieto se volvió un accidente vial; no podían evitarlo[1].

Al encontrarse un bando victorioso, la idea de raza se hizo un punto de catarsis que parecía llevar una reivindicación discreta; el pueblo (lo que sea que signifique) contra una élite privilegiada (lo que sea que signifique).

Dado el sobreuso de estas categorías en las mañaneras, ahora no parecieran significar tanto; pero los estrategas de la oposición se lo tomaron a pecho y a su manera respondieron. Fastforward al 2024, en todos los lados el aspecto racial-identitario tomó protagonismo.

Desde las dudas de si un par de candidatos sufrían, o no, racismo a la inversa[2], hasta los señalamientos de si alguien es, o no, indígena o mexicano y por tanto más o menos meritorio de competir[3]; el racismo no deja de estar presente en la conversación política.

La creciente presencia de las ideas en torno a raza y racismo harían pensar a cualquier observador que las soluciones también están en la discusión; lamentablemente no es así. Con las elecciones de este año como pretexto, vale la pena entonces voltear a la presencia de este tema en las agendas políticas y comenzar a discutir qué posibles soluciones se pueden ejecutar.

De forma general y sin entrar en especificidades, los distintos grupos que combaten al racismo se pueden agrupar en cuatro: Los pueblos afrodescendientes, los pueblos originarios, las poblaciones en movilidad, además de quienes, siendo racializados, no se identifican en ninguna de esas categorías. Si vamos a los números llanos, para tres grupos las tres candidaturas federales tienen políticas propuestas: para los primeros dos; 19 de Xóchitl, 17 de Claudia, 5 de Máynez. Para el tercero, Xóchitl y Máynez tienen 7 y Claudia, 4.

Por contraste, los racializados, quienes se incorporaron en la discusión más reciente, carecen de mención alguna; ya sea de ellos o del sistema que los conecta con el resto: el racismo. Pues aún para los grupos que se ven representados en la agenda, la ausencia del mal sistémico brilla por su ausencia. No hay soluciones efectivas propuestas que confronten la raíz del olvido de los grupos en marginación; hasta ahora ninguna de las ofertas electorales se ha propuesto dotar de herramientas efectivas para el combate del mal sistémico. En la discusión, las razas y los racismos han estados presentes, en las propuestas, por el contrario, no tanto.

 

Fuente: La lista

redaccionqroo@cambio22.mx

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