Redacción/CAMBIO 22

En el Popol Vuh, el libro sagrado o “Génesis” de los mayas, se relata que en los lejanos tiempos de la creación del universo, los hermanos Hunahpú e Ixbalanqué representaban el lado luminoso del Cosmos. Y fueron ellos justamente quienes debieron enfrentarse a los guardianes de Xibalbá, el inframundo de los mayas, seres que causaban las desgracias y las enfermedades que aquejaban a los humanos.

Esta pugna fue resuelta mediante la práctica del juego de pelota, en Chichén Itzá, en una batalla de fuerzas cósmicas.

De acuerdo con el relato, Hunahpú e Ixbalanqué jugaron denodadamente en el inframundo. Su habilidad y la de los Señores de la Muerte se evidenciaba en cada una de las difíciles jugadas que se ejecutaban. La pareja de seres luminosos buscaba a toda costa la victoria, golpeando la pelota con la cadera, lanzándola cada vez más lejos y a mayor velocidad. A su vez, los engendros del inframundo respondían con destreza a los golpes de la pelota.

El nombre del juego se debe al curioso sonido que producía la pelota contra los pisos y las paredes de las canchas, o cuando los jugadores la golpeaban con sus antebrazos o con sus caderas, según el tipo de juego. Los mayas construían una o varias canchas en cada una de sus urbes.

El juego de pelota tiene un sentido iniciático. En efecto, los hermanos fueron sacrificados, para más tarde transformarse en el Sol y la Luna de la época actual. Debe recordarse que sacrificar algo es volverlo sagrado, y para el hombre maya no hay nada más sagrado que el Sol y la Luna.

También sabemos que, ya en los tiempos cercanos a la conquista española, se jugaba a la pelota con un carácter secular y que incluso se apostaban esclavos, textiles de gran valor e importantes tesoros de oro y de jade.

Como los orígenes del pok ta pok estaban vinculados al enfrentamiento de los elementos contrarios del universo, en especial con la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, en el espacio, cancha o patio donde se jugaba, los jugadores se transformaban en seres luminosos u oscuros.

Se jugaba de la siguiente manera: Los integrantes del equipo luminoso golpeaban la pelota con sus caderas o con sus antebrazos, buscando efectuar jugadas que sean imposibles de responder por el equipo contrario, para lograr el triunfo de la luz y el nacimiento del Sol. El otro equipo, en contraposición, buscaba el predominio de la oscuridad.

Sin embargo, el juego de pelota no era sólo un juego, sino un ritual en el que la pelota representaba al sol y los aros del juego, a los sucesos por los que habrá de atravesar la humanidad.

El juego terminaba si uno de los jugadores metía la pelota por uno de los aros, pues se entendía que los dioses habían determinado sus designios. Así, se cree que todo el equipo ganador era sacrificado.

Cabe destacar que, para las culturas nativas, el sacrificio era un auténtico honor pues veían a la vida como un sueño y a la muerte como un despertar de éste. Por eso, ser sacrificado significaba literalmente tener la dicha de poder presentarse ante los dioses y despertar de este sueño para por fin vivir en eterna armonía.

En Chichén Itzá los mayas construyeron la más grandiosa y elegante cancha para el juego de pelota que, según los arqueólogos, corresponde al final del periodo Clásico y marca con su presencia el inicio de una nueva época, de gran florecimiento, conocida como Posclásico temprano.

La cancha del juego de pelota se ubica en el costado poniente de la gran plaza norte, limitándola en aquella sección. En su mayor longitud presenta la misma orientación que la pirámide de El Castillo (Kukulcán), es decir que su eje norte-sur tiene una desviación de 17 grados hacia el oriente. Sus dimensiones son espectaculares: 168 metros de largo y 70 de ancho.

 

 

Fuente: matadornetwork
redaccionqroo@diariocambio22.mx
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