Jorge González Durán / CAMBIO 22

16 de enero. – Una bala que no era para él se le atravesó camino a su casa en un barrio de insolente precariedad. Don Jesús tendido en el suelo se desangraba. Su hijo de doce años corrió hacia él para abrazarlo y cubrirlo con sus lágrimas. Los vecinos llamaron a una ambulancia que tardó una eternidad en llegar. El pistolero huyó en una moto que se perdió en la noche.

-No quiero que muera mi papá –decía entre sollozos el niño. –El me cuida, él me lleva a la escuela y luego se va a trabajar.

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Los vecinos lo consolaban entre tristes, temerosos y preocupados. Entonces sintió en su cabeza la mano de su padrino, un anciano que tanteaba el camino con su bastón. Y con su voz apenas audible le dijo a su ahijado -Tu papá no va a morir. Nuestra madre luna lo cuidará esta noche. El anciano se sentó en una piedra del patio de la choza. El niño fue tras él y se recostó en sus hombros. Alzó la vista para ver a la luna y se quedó dormido.

La operación había concluido y don Jesús naufragaba en los sopores de la anestesia. La enfermera de guardia corrió la cortina de la ventana del cuarto del hospital donde estaban los recién operados, y la luz de la luna se filtró para acariciar el rostro del paciente.

Los pasillos de los hospitales públicos son laberintos donde navegan todas las emociones que buscan una puerta para salir huyendo. Son un espejismo donde uno toca la espiral de humo de los que se aferran a la vida en un grito que nadie escucha porque todos pasan de largo y a prisa en un olor penetrante de alcanfor.

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El sintió la cercanía de su hijo, un niño en los linderos de la adolescencia. Quiso levantar la mano para tocarlo pero le faltaron fuerzas además de las sondas de suero que le pinchaban la mano derecha.

Apenas entreabrió los ojos en un mundo irreal que solo tenía sentido por la sombra presentida de su hijo.

-Tengo que levantarme para llevarte a la escuela, ya se nos hizo tarde.

-No papá, no se ha hecho tarde. Hoy es domingo y no hay clases.

-Soñé contigo, hijo. Mientras dormía vi que estabas en el patio dormido, y me preocupé.

-Yo también soñé contigo, papá. Pero de repente abrí los ojos y vi en la luz de la luna tu cara dormida y tranquila, y me volví a dormir.

-Hace tiempo que no sueño con tu mamá. Cuando recién falleció soñaba seguido con ella. Pero creo que ella es la luna que anoche me dio la luz para dormir.

-Si, creo que mi mamá es la luna. Cuando la veo siento que me sonríe y me acaricia. Descansa papá, mañana mi padrino me llevará a la escuela.

-Un día tu mamá me dijo cuando ya estaba muy enferma: nuestro destino es vivir y la vida tiene muchos rostros. Una vez, mientras te arrullaba en la hamaca, me dijo: en la hamaca no solo se mece a un niño, también se mecen ilusiones.

Le dio un beso en la frente a su papá ya de nuevo dormido y se alejó en silencio de la cama del hospital, en tanto a lo lejos se escuchaban las sirenas de las ambulancias que traían otros heridos de balas, disparadas por quienes fueron entrenados para matar primero arrebatándole el alma, para convertirlos en bestias, a personas cuyos nombres solo figuran en la bitácora de un viaje al precipicio.

 

 

 

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