Orígenes del Concepto Militar de Seguridad Nacional en México
19 May. 2025
Carlos Barrachina Lisón / Omar García Luna / CAMBIO 22
En el transcurso de las décadas de 1970 y 1980 comenzó a utilizarse en México la locución seguridad nacional como parte de la doctrina de seguridad nacional (DSN).
Su introducción fue resultado de algunos trabajos seminales elaborados en escuelas militares enfocadas en la formación de altos mandos. Del lado de la Secretaría de Marina (Semar), hay que destacar a los entonces capitanes Salvador Gómez Bernard ([1974] 1985), Marco Antonio Peyrot González y Mario Santos Caamal, mientras que, por el lado de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), mención especial hay que hacer del general Clemente Vega García (1988), autor del estudio más influyente sobre el tema en este país. Teniendo como núcleo los trabajos de los autores mencionados se estableció lo que podríamos llamar la noción estándar de la seguridad nacional mexicana, que fue elevada al grado de doctrina militar y ha servido como base para el uso institucional del Estado mexicano. En este sentido, tanto en México, como en Sudamérica y en los Estados Unidos (EE.UU.), la DSN ha sido un instrumento diseñado con la idea de penetrar en todas las áreas de la vida pública. Se trata de una tecnología de dominio político institucional, que va más allá de una mera categoría de análisis académico.

A principios de la década de 1980, la idea de seguridad nacional, tal como se elaboró en la sede castrense, se adoptó para otras áreas del Estado mexicano. Comenzó a utilizarse en los planes generales de desarrollo, en donde los titulares del Poder Ejecutivo instruían a las fuerzas armadas (FFAA) y a otras dependencias de la administración pública lo conducente a fin de proteger la seguridad nacional. Para 2004, la noción fue adoptada en la Constitución y, en 2005, se promulgó la Ley de Seguridad Nacional.
Como parte de la DSN, hasta hace no mucho se consideraba que la defensa exterior y la seguridad interior eran prerrogativa de las FFAA; recientemente, la seguridad pública federal también les ha sido encargada. De igual forma, uno de los axiomas incuestionables sobre los que descansa la DSN es que el desarrollo del Estado mexicano depende de que se alcancen los objetivos de seguridad nacional y viceversa: “Sin desarrollo no hay seguridad y sin seguridad no hay desarrollo”. En tanto doctrina militar, estos conceptos han permanecido prácticamente inalterados desde que fueron adoptados,6 aunque periódicamente son objeto de actualizaciones por lo que hace a su contenido práctico, por ejemplo, establecer cuáles son los riesgos o amenazas que se considera pueden vulnerar la seguridad del país, determinar los objetivos nacionales o dilucidar la estrategia para alcanzarlos.
La problemática que se quiere poner de manifiesto en este trabajo es que, al haberse impuesto como doctrina, a lo que se suma su posterior institucionalización, ocasionó que al día de hoy sea poco claro identificar sus orígenes. Por ello tiene por objeto rastrear los antecedentes de la noción militar mexicana de seguridad nacional.

Se sostiene que los elementos que confluyeron en la construcción de este concepto son: 1) la noción de seguridad nacional que se construyó en EE.UU. durante la Guerra Fría, así como su posterior reformulación en Sudamérica; 2) la adopción del concepto de poder e interés nacional pensado desde la geopolítica tradicional de corte organicista; 3) la idea de seguridad interior que, para el caso de México, significó la persecución del enemigo interno y se engarzó con la tradición autoritaria con origen en los albores del constitucionalismo nacional; 4) la identificación conceptual entre desarrollo y seguridad, que en última instancia sugiere que han de ser las FFAA las que planifiquen y dirijan el desarrollo nacional, y 5) la idea de profesionalidad de las FFAA, conforme a la cual los poderes civiles no participan en los asuntos internos militares, principio que ha dado forma a las relaciones civiles-militares en México. Conviene dejar en claro que, si bien la DSN es de origen estadounidense (y que en el caso de México se construyó una síntesis de las versiones elaboradas en diversos países de América del Sur, especialmente Brasil y Argentina), al adoptarse en nuestro país, algunos elementos se engarzaron con una tradición autoritaria militarista que data de la época colonial, se mantuvo presente a lo largo del siglo XIX y vuelve a ser notoria hoy día. Nos referimos especialmente a la noción de seguridad interior, como se explicará más adelante, en el apartado correspondiente.
1. Seguridad Nacional Amplia
La idea de seguridad nacional tuvo su origen en EE.UU. en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, y se construyó con la pretensión de dotar a ese país de los elementos ideológicos y políticos para hacerle frente a los desafíos que representaban dichos conflictos, tanto en lo doméstico como en lo internacional. En este contexto, la seguridad nacional significaba literalmente la supervivencia del Estado. Al instrumentarse a través de la National Security Act (1947), esta doctrina tuvo fuertes repercusiones en la organización de las FFAA y las facultades con que se dotó al titular del Ejecutivo de aquel país. Sin embargo, su formulación inicial estuvo a cargo de civiles, académicos adscritos a algunas de las universidades de mayor prestigio en EE.UU.
El epicentro de esa movilización académica fue la Universidad de Princeton, en especial el Institute for Advanced Study (IAS). Entre 1939 y 1943, Edward Earl dirigió un seminario permanente, con financiación de Carnegie, con el objeto de estudiar la política exterior de EE.UU., así como temas clave de estrategia y seguridad. El seminario reunió a historiadores, economistas y politólogos, algunos trabajando en el IAS y otros participando de forma esporádica en las discusiones. En este espacio se trabajó sobre el concepto de gran estrategia y se sistematizó el de seguridad nacional, que luego sería fundamental para la creación y consolidación de la DSN.

Albert Weinberg recibió el encargo de preparar un documento de discusión en 1941 que llevó por título “The Mea- ning of National Security”. Participaron en el debate Edward M. Earle, Felix Gilbert, Gordon A. Craig, así como Alfred Vagts, Herbert Rosinski, Richard P. Stebbing, DeWitt C. Poole, Étienne Dennery y Albert T. Lauterbach.
De este ejercicio surgiría el concepto amplio de seguridad nacional. Desde esta perspectiva, la seguridad nacional debía proteger los valores morales, las libertades económicas, así como el territorio físico de la nación. Debía irse más allá de la defensa nacional para generar un contexto propicio para la protección de un estilo de vida. De acuerdo con Earle, los conceptos paz y seguridad son indivisibles, y la seguridad nacional es un sistema complejo que debe contemplar aspectos que amenacen a la nación no sólo desde una perspectiva militar, también desde un punto de vista ideológico, económico, político y cultural. Éstos se interpretarían posteriormente como los frentes a cuidar, o los campos del poder nacional, que podían y debían calcularse para potenciarlos.
El seminario concluyó con la publicación de una obra colectiva coordinada por Earle en 1943 y con el reclutamiento de prácticamente todos los integrantes en diferentes servicios de apoyo y asesoría en la Segunda Guerra Mundial. En opinión de Preston,10 el liderazgo de Earle en el seminario demostró que el surgimiento del concepto de seguridad nacional como una gran estrategia no era incidental, sino una construcción deliberada, un plan para la proyección de EE.UU. en una escala global.

Como puede apreciarse, la idea de seguridad nacional nació con la pretensión de abarcar todos los espacios de la vida pública, en el ámbito internacional y en el doméstico. De modo que un autor como José Comblin no dudaría en señalar que la DSN creó una nueva cultura política en EE.UU. Al gestarse en un contexto de guerra y al apropiársela los cuerpos castrenses, resulta lógico que sirviera para justificar la ocupación de diversos espacios públicos por funcionarios militares. En los últimos años del siglo pasado vio la luz la llamada Escuela de Copenhague de seguridad internacional, conforme a la cual las amenazas a la seguridad (internacional y doméstica) son de origen multidimensional, es decir, tienen que ver con todos los ámbitos de la vida social, no sólo con amenazas militares. Esto incluye cuestiones como la salud pública (pandemias), cambio climático o nuevas tecnologías, por mencionar algunas. Como era de esperarse, la propuesta fue bienvenida por las FFAA del continente, ya que entronca de manera natural con las aspiraciones de amplitud de la DSN y refuerza la tendencia de las FFAA de ocupar cada vez más espacios públicos, antes reservados a funcionarios civiles.
2. Poder Nacional
La idea de seguridad nacional como preservación del Estado se operacionaliza a través de otros conceptos satélite. El principal es el de poder nacional, que puede definirse como la suma de los recursos de toda índole de los que dispone el Estado para la consecución de los objetivos e intereses nacionales. Los manuales castrenses en la materia conceden especial relevancia a entender qué es y cómo puede medirse el poder nacional. Suele afirmarse, con insistencia, que el poder es uno e indivisible. El origen de esta noción también puede rastrearse a los trabajos de académicos cuyos autores, muchos de ellos de origen europeo, fueron desplazados o perseguidos por el régimen nazi. El más conocido y quizá el principal de éstos es Hans J. Morgenthau y su libro, ya clásico, Política entre las naciones: la lucha por el poder y la paz.
Morgenthau escribió en 1948 Politics Among Nations, mientras colaboraba con George Kennan en la Dirección de Planeación del Departamento de Estado. Dos años después publicó In Defense of the National Interest, tras reunirse nuevamente con Kennan y Karl Niebuhr en 1958 y 1959 en el IAS de Princeton, en donde se había establecido Kennan de forma permanente. Las conversaciones que entablaron tuvieron influencia sobre la tercera edición que Morgenthau publicó en 1960 de Politics Among Nations.
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En su etapa en Princeton, Morgenthau coincidió también con el grupo de investigación que Frederick S. Dunn se había traído de Yale en 1951, y que se consolidó en el Center of International Studies, desarrollando investigaciones y análisis desde la perspectiva realista heredera de Spykman. Dunn, cofundador con Nicholas J. Spykman del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Yale en 1935, al que sucedería como primer director (1940-1951), se marchó con cinco de sus académicos (Percy Corbett, Gabriel Almond, Klaus Knorr, William Kaufmann y Bernard C. Cohen) a la Universidad de Princeton, en donde continuó dirigiendo hasta 1961 la revista World Politics que había fundado en 1948. Lo sucedería Klaus Knorr como director del Centro y editor de la publicación hasta finales de los sesenta, otro alemán natu- ralizado estadounidense, economista y politólogo, autor de diferentes trabajos sobre el poder de las naciones, algunos de los cuales fueron traducidos posteriormente en Argentina. Morgenthau consolidó, con sus colegas, el concepto de poder nacional. El elemento central de análisis de esta visión es la capacidad de cada país para hacer frente o posicionarse en el contexto internacional. Las naciones se mueven en función de uno o varios intereses que deben planificarse y aterrizarse. El propósito es calcular las posibilidades de lograrlos, así como identificar las fortalezas y debilidades, estableciendo estrategias para ese objetivo. Todo ello dependerá del poder de cada país, que Morgenthau identifica con los siguientes elementos: geografía, recursos naturales, capacidad industrial, preparación militar, población, carácter y moral nacional, gobierno y diplomacia.20 Para lograr los propósitos deseados entra en juego la estrategia, y la medición de lo que se conocerá como elementos, fundamentos, factores y expresiones o formas del poder nacional, que se derivan e interpretan del concepto de seguridad ampliado de Earle, y se concretan en lo que se identifica como los campos del poder: económico, político, psicosocial y militar. En los manuales de referencia, los oficiales latinoamericanos se esforzarán por encontrar fórmulas matemáticas para medir el poder, en sus diferentes escenarios, tratar de identificar debilidades y amenazas, y orientar la planea ción hacia la consecución de los objetivos nacionales.
La geopolítica y la estrategia como “disciplinas” que pretenden tener una base de cientificidad cobran relevancia en este contexto, en la que el Estado se visualiza desde una perspectiva organicista. Como si fuera un ser vivo en competencia con otros cuyos objetivos e intereses son diferentes, y pueden ser potencialmente antagónicos. Las nociones de gran estrategia, seguridad nacional y poder nacional, así como la geopolítica como disciplina de estudio, descansan en esta no- ción organicista del Estado y la sociedad.

Las teorías organicistas se centran en la consideración de que el Estado es un organismo vivo en el que cada uno de sus integrantes cumple una función específica, tal como los órganos lo hacen en los organismos biológicos. Para la geopolítica, Rudolf Kjellén y Friedrich Ratzel imprimieron el sesgo organicista que hasta la fecha impregna a esta disciplina, la cual tuvo un amplio desarrollo en Alemania en las primeras décadas del siglo XX para, de algún modo, constituirse en la base teórica de la teoría del Estado del nacionalsocialismo. Tal como se ha detallado en las líneas que preceden este apartado y en el anterior, fueron teóricos alemanes, austriacos, holandeses, franceses, así como otros con raíces en Europa del Este, formados bajo esta cosmovisión, quienes al instalarse en diferentes departamentos universitarios en EE.UU. contribuyeron a la formulación de la DSN, imprimiéndole este sesgo organicista. El problema radica en que las teorías organicistas inevitablemente devienen en una visión en la que el Estado está siempre antes que los individuos. Los conceptos de seguridad nacional y de poder nacional presuponen que un ente (o persona) es capaz de controlar de manera centralizada todos los recursos disponibles de un Estado con el fin
de alcanzar objetivos delineados de la misma forma.
3. Seguridad Interior
Para el caso de México, como para el resto de América Latina, los conceptos de seguridad interior y enemigo interno integran el corazón de la DSN. En la práctica significó persecución de los enemigos políticos y defensa del régimen en turno. Para EE.UU., el principal objetivo de la DSN durante la Guerra Fría fue el combate al comunismo internacional. En el caso de los países de América Latina, el enemigo principal fue interno, e identificaba de esta forma a cualquier opositor del régimen en turno. Para EE.UU. el apoyo de sus aliados y socios latinoamericanos en su cruzada contra el comunismo fue de capital importancia, en especial ante el reto que representó la Revolución cubana. Por ello, estableció un entramado institucional a lo largo del continente, cuyo fin era capacitar a los ejércitos de la región en la DSN y las técnicas de contrainsurgencia (seguridad interior).
En lo teórico y en lo práctico, la idea de seguridad interior a cargo de las FFAA puede rastrearse desde la época de la Colonia, pasando por toda la historia constitucional del país, y se engarza con las ideas de contrainsurgencia elaboradas desde EE.UU. y también desde Francia. En este caso, la DSN contribuyó a fortalecer una tradición de suyo autoritaria. A continuación, se amplía la explicación de cada uno de estos elementos.
a) Antecedentes institucionales
En un ejercicio que puede repetirse para cada uno de los países de la región que adoptaron la DSN, para el caso de México es evidente que la idea de un orden interno a cargo del ejército es un dictado que se encuentra en el orden jurídico nacional desde el primero de sus textos constitucionales como país independiente y que, a su vez, tiene sus antecedentes en las regulaciones monárquicas españolas, en la peculiar forma en que se adoptó el liberalismo constitucional en aquel país.
La Constitución de 1824 reafirma la independencia de México respecto del gobierno español (o de cualquier otra potencia), pero ello no fue obstáculo para que se inspirara ampliamente en la Constitución gaditana de 1812,26 especialmente por lo que hace a la estipulación de la seguridad interior a cargo de las FFAA, la cual se repite de manera literal hasta el tex- to actual de la Constitución de 1917.

Manuel Ballbé hace notar que las instituciones de la monarquía absoluta en España tuvieron un componente militarista más marcado que el de los otros países europeos. La participación de las FFAA en el mantenimiento del orden público, así como en la neutralización de los enemigos políticos del régimen en turno es una dinámica que se originó como práctica habitual desde el antiguo régimen, en especial tras la aprobación de la Pragmática de Carlos III de 1774. Las Ordenanzas Militares de Carlos III, aprobadas el 22 de octubre de 1768, son las precursoras de la futura legislación excepcional y del orden público del liberalismo español,28 que se reflejó incluso en la Constitución de Cádiz de 1812, la cual estuvo vigente un breve lapso en las provincias de ultramar.
En América Latina esta situación se ha arrastrado hasta el día de hoy, en especial por la debilidad de los aparatos de seguridad pública y los retos que se han enfrentado, que desbordan la capacidad del Estado. En algunos países como México, esta participación militar en asuntos políticos internos se ha confundido con la preservación de la estabilidad institucional del propio Estado y se ha enmarcado en una cultura política autoritaria que ha continuado con algunos matices hasta la actualidad.
De igual forma, la DSN promueve la participación de los cuerpos castrenses en la seguridad interior, lo que debe entenderse como intervención militar en la vida política nacional. Como recién se mencionó, ésta es una idea que forma parte del sistema político mexicano incluso desde la Constitución de 1824 (la primera en la vida independiente del país), en donde se aprecia, en su artículo 110, fracción XI, que es atribución del presidente “Disponer de la fuerza armada perma- nente de mar y tierra, y de la milicia activa, para la seguridad interior y defensa exterior de la federación”. Hasta la fecha, en la Constitución de 1917 se establece, en el artículo 89, fracción VI, que es facultad del presidente “Preservar la seguridad nacional, en los términos de la ley respectiva, y disponer de la totalidad de la Fuerza Armada permanente o sea del Ejército, de la Armada y de la Fuerza Aérea para la seguridad interior y defensa exterior de la Federación”. Esto permite observar una fórmula similar tanto en la Carta de 1857 como en el texto original de la de 1917. En este punto el constitucionalismo mexicano siguió el modelo instaurado en la Constitución de Cádiz de la cual establecía en su artículo 356 lo siguiente: “Habrá una fuerza militar nacional permanente de tierra y de mar, para la defensa exterior del Estado, y la conservación del orden interior”.

b) El enemigo interno y la contrainsurgencia estadounidense
Como se ha hecho notar, el principal objetivo de EE.UU. con la DSN fue hacer frente al avance del comunismo internacional, pero esa lucha también se llevó a cabo hacia el interior. El 9 de febrero de 1950 el senador Joseph McCarthy dio un discurso en West Virginia (Wheeling Speech), en el que señalaba que en el Departamento de Estado trabajaban 57 comunistas, con el consentimiento de la administración demócrata del país. En enero de 1953, asumió la presidencia el general Eisenhower, impulsado por el Partido Republicano, y McCarthy fue elegido presidente de la subcomisión permanente de investigaciones del Senado, en donde emprendió una “caza de brujas”, en la que se persiguió a intelectuales, artistas y funcionarios públicos, por supuestas filias con el comunismo internacional.
Unos meses después, William Kaufmann, en su libro Política militar y seguridad del Estado, traducido por la Marina argentina en 1963, analiza el equilibrio de fuerzas entre la Unión Soviética y EE.UU. tras la obtención de los soviéticos de armamento nuclear. Ahí señala la necesidad de invertir más recursos en defensa, tanto en la consolidación de unas FFAA de gran tamaño, que generen una condición de disuasión, como en el apoyo a los aliados de EE.UU. para que entre todos se refuerce el impulso estratégico. Sostiene la necesidad de limitar las guerras a espacios concretos, para tratar de que el conflicto no escale a nivel global, e introduce la idea de que EE.UU. apoye económicamente a sus aliados.
En enero de 1942, en Río de Janeiro, la delegación norteamericana planteó la ruptura de relaciones con las naciones del Eje y el alineamiento de los países latinoamericanos con EE.UU. Al mismo tiempo, recomendó la creación de la Junta Interamericana de Defensa (JID). A finales de 1945, la JID aprobó la estandarización de la organización y entrenamiento de las FFAA latinoamericanas, pero el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) no se aprobó hasta el 3 de diciembre de 1948.

En 1951, el presidente Truman sancionó la Ley de Seguridad Mutua, que permitía enviar ayuda militar a los países de América Latina, y puso en marcha el siguiente año un “programa de asistencia militar”. En 1954 empezaron a destinarse fondos al entrenamiento de militares latinoamericanos, tanto en EE.UU. como en sus bases en el extranjero. Para 1975 se había entrenado un total de 71,651 militares latinoamericanos, con énfasis desde 1961 en cursos de contrainsurgencia, inteligencia y técnicas contraguerrilla, en especial en Fort Gullick en Panamá.
Lesley Gill afirma que para los militares estadounidenses la Revolución cubana fue una clara muestra de la conspiración comunista en América Latina y de la necesidad de extender la DSN en la región. La Escuela de las Américas fue conocida formalmente con este nombre a partir de 1963, fortaleciendo sus programas de contrasubversión. De esta forma, el “enemigo interno” se combatiría de forma consciente y organizada en toda la región con el apoyo directo de EE.UU. Señala Gill39 que mientras la potencia se dedicaba a contener globalmente el comunismo, encargó a sus aliados latinoamericanos la tarea de controlar la “subversión interna”. Para ello, además de la capacitación, el ejército estadounidense publicó un manual de operaciones contraguerrilla, autorizado por el general Harold K. Johnson, jefe del Estado Mayor del Ejército entre 1964 y 1968. En 1971 este libro fue traducido en Argentina.

c) El enemigo interno y las técnicas francesas
El tercer componente de la idea de seguridad interior en América Latina llegó desde Francia.
Los militares latinoamericanos tenían interiorizadas sus funciones como garantes de la esencia de la nación y del orden público en sus países. En su mayoría provenían de sectores ideológicos conservadores diametralmente opuestos al modelo comunista y estaban instalados en una cultura política militarista. Apoyaron la cruzada estadounidense, alimentada por los cursos recibidos en EE.UU., las lecciones tácticas y estratégicas de los militares franceses, y el ejemplo de compañeros de armas de países vecinos. Mientras Kaufmann era partidario de la guerra limitada en una escala global, los militares latinoamericanos releían el texto de 1935 del general alemán Erich Ludendorff y pensaban en la “guerra total” desde un escenario local.
José Comblin señaló que las conferencias y pláticas de militares franceses en América del Sur fueron habituales en las Escuelas Superiores de Guerra. Los militares latinoamericanos analizaron y tomaron en cuenta su experiencia en técnicas de represión utilizadas en Indochina y Argelia. En Argentina, se publicaron traducciones de los libros del almirante Celerier, en 1961; de los generales Bonnet, en 1967; Beaufré, en 1971 y 1978, y de los coroneles Chateau Jobert, en 1975, 1978 y 1983, y Trinquier en 1975 y 1981,43 que todavía se conservan en las bibliotecas militares y han sido utilizadas duran- te años en sus planteles para reforzar los conceptos de seguridad interior y la forma de enfrentar al enemigo interno.

Los militares latinoamericanos no se detuvieron en teorizar ni escribieron en detalle sobre el concepto de seguridad interior o la contrainsurgencia. Se publicó de forma puntual y se operó en la práctica con contundencia. Lo importante fue la práctica. La DSN se identificó especialmente con el concepto de enemigo interno y la represión política contra los propios ciudadanos.
En México, en 1942, se introdujo el tipo de disolución social en el Código Penal y, en 1947, se creó la Dirección Federal de Seguridad (DFS), para hacerse cargo del monitoreo de los enemigos políticos del régimen. El autoritarismo mexicano no se abstuvo de reprimir a sus ciudadanos. Se persiguió a comunistas, socialistas y a diferentes grupos de izquierda, estableciendo negociaciones entre ellos para equilibrar la presión en contra del régimen; y se reprimió de forma puntual y, en algunos casos, sistemática a algunos grupos que fueron considerados subversivos, lo que dio lugar al periodo conocido como la Guerra Sucia.
4. Desarrollo y Seguridad
En mayo de 1966, Robert McNamara, secretario de Defensa de EE.UU. (1961-1968), afirmó en un discurso en Montreal que “sin desarrollo no hay seguridad, y sin seguridad no hay desarrollo”. Esta idea impactó la forma de entender las funciones de las FFAA en América Latina y se convirtió en uno de los elementos claves de la doctrina, que justificaba la participación de los militares en tareas de desarrollo y el apoyo a la sociedad civil en todo tipo de contingencias. Como el propio McNamara anticipó en Montreal, esta política ha contribuido a modificar la imagen de los militares en un sentido positivo, alejando del imaginario, en muchos casos, la idea de la opresión o del mantenimiento del statu quo. En el caso mexicano se ha convertido en un elemento que ha permitido a las FFAA conservar una imagen positiva en la opinión pública a lo largo de los años.

Conforme se definían las condiciones que caracterizaron a la Guerra Fría, con la Revolución cubana y la crisis de los misiles, para EE.UU. el bloque soviético representaba una amenaza cada vez más cercana. El reto era encontrar la forma de hacerle frente sin precipitarse a una guerra nuclear, para lo cual era indispensable el apoyo de los países de la región. A tal efecto, la DSN incluyó un ambicioso plan para apoyar el desarrollo en los países de la zona.
La primera revisión de la política de EE.UU. fue en 1959, señalan Skidmore y Smith, cuando se retiró la oposición a la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), fundado en abril del mismo año. En esos meses se agudizó el miedo de la penetración soviética: “Si los soviéticos estaban dispuestos a apoyar a Cuba, ¿a cuántos otros movimientos guerrilleros latinoamericanos apoyarían?”. Esto llevó a que, en 1960, Eisenhower solicitara al Congreso un fondo social de progreso para inversión social en América Latina.
En marzo de 1961, un mes después de la fallida operación en Bahía de Cochinos, Kennedy anunció la Alianza para el Progreso, que pretendía impulsar la estabilidad económica y social de los países latinoamericanos, con el objeto de no seguir ignorando la relación entre revolución y pobreza, y evitar la expansión comunista en América Latina. El 13 de marzo de 1961, Kennedy se reunió con el cuerpo diplomático latinoamericano en Washington D.C. y presentó un programa de diez puntos además de que propuso organizar una reunión de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Punta del Este, Uruguay, en agosto de 1961, para crear un programa de ayuda de diez años de duración, en el que se prometía un billón de dólares de inversión el primer año y 20 billones más el resto del periodo. El secretario del Tesoro, Douglas Dillon, fue el representante estadounidense en Punta del Este y enfatizó la necesidad de que los países latinoamericanos se comprometieran a hacer las reformas necesarias, centrando la energía en el desarrollo.

Se pretendía fortalecer y mejorar las instituciones democráticas, acelerar el desarrollo económico y social, y construir infraestructura pública y privada, mejorando los niveles de bienestar de la población. Se esperaba lograr un crecimiento económico de 2.5% anual, eliminar el analfabetismo en 1970 y reducir la mortalidad infantil en 50%.51 El plan fue señalado por falta de realismo y la Alianza para el Progreso no logró cumplir con las expectativas. La inversión de EE.UU. fue finalmente de 10.2 billones de dólares entre 1961 y 1969. Se encontraron resistencias en algunos gobiernos y en las élites de muchos países. A partir de 1967 se empezaron a recortar programas y, en 1969, sólo se invirtieron 336.5 millones de dólares. Con el presidente Nixon y el agudizamiento de la guerra de Vietnam, la Alianza para el Progreso concluyó.
Sería McNamara quien, primero en 1966 y, posteriormente con la publicación de su libro en 1968, insistió en la relación entre seguridad y desarrollo, señalando la necesidad de que las FFAA latinoamericanas desarrollaran actividades cívicas de apoyo a la población civil. Las dudas sobre la efectividad y continuidad de la Alianza para el Progreso, y sobre la voluntad de los gobiernos latinoamericanos para “dejarse ayudar” en el desarrollo de sus propios intereses fue lo que motivó la reflexión de McNamara y su apuesta para que fueran los militares los principales agentes del desarrollo. En un contexto de claro abandono de la política, retomó el discurso en Montreal para insistir en la necesidad de continuar con estas dinámicas en la región como un factor que apoyara los intereses estadounidenses, porque la estabilidad y la paz prevendrían la expansión comunista. Del discurso de McNamara se desprendía que, si los gobiernos civiles no tenían la voluntad o la capacidad para transformar a sus sociedades, debían ser las FFAA las que gestionaran el problema. Al mismo tiempo, afirmó que los problemas de seguridad no eran exclusivamente militares y que había una correlación directa entre pobreza y violencia. En su opinión, los comunistas aprovechaban las diferencias internas en las sociedades en desarrollo como un escenario ideal para el crecimiento de sus movimientos.
El secretario de Defensa insistió en que era reduccionista pensar que el poder militar, entendido desde una perspectiva tradicional, era la única herramienta. La doble estrategia de desarrollo y lucha contrainsurgente se había consolidado en su mandato. En su opinión el mundo se estaba convirtiendo en un lugar más peligroso, no únicamente por la irrupción de las armas nucleares, sino también por el creciente número de conflictos locales y su tendencia a incrementarse. En un contexto de sociedades con muchas personas jóvenes que acumulan frustraciones sobre sus expectativas de vida es muy probable que aumenten las irrupciones de violencia.

Para McNamara era necesario que EE.UU. apoyara el desarrollo de estas naciones. Desde la perspectiva militar, había que colaborar en el entrenamiento y equipo necesario para crear un “escudo protector” en que el desarrollo pudiera avanzar y consolidarse. Contemplando el incierto escenario de finales de los años sesenta, cerró sus comentarios afirmando que no podía fracasar el impulso de las reformas económicas y sociales. Para ello era necesario que las naciones participaran en la solución y mostraran voluntad de cambio.
Dado que en no pocos casos las FFAA de la región participaron activamente en la vida política de sus naciones, la idea de que estaban convocadas a ser promotoras activas del desarrollo de sus países no les resultaba ajena. Sin embargo, ciertamente la DSN proporcionó una magnifica justificación para incrementar su participación en la vida pública a través de acciones cívicas, construyendo y administrando infraestructura o, en última instancia, dirigiendo la vida económica de un país.

5. Autonomía y Profesionalidad Militar
Para los países del continente que la adoptaron, la DSN representó una oportunidad para recalibrar el papel de las FFAA en la vida pública de sus países. De acuerdo con Josep Comblin, en EE.UU. la DSN forzó una redistribución de los poderes públicos a favor del Ejecutivo de aquel país. En el caso de los países del Cono Sur, bajo el marco de la DSN, se instauraron regímenes militaristas. La pregunta que corresponde plantear es cuál fue la situación de México.
En el caso mencionado primero, la preocupación requería definir el lugar de la profesión militar en una sociedad democrática, tratando de contestar la pregunta: ¿cómo deben coexistir las FFAA, que consumen grandes cantidades de recursos públicos y tienen el uso exclusivo de las armas, con una sociedad civil que aspira a seguir viviendo en un modelo democrático, sin renunciar a tomar decisiones en todas las áreas de la gestión pública? Dos de los autores más importantes que han teorizado sobre este problema han sido Morris Janowitz y Samuel Huntington.
En su obra de referencia El soldado y el Estado, la premisa de Huntington es que la esencia de la vida militar es constante a lo largo de su historia, y que los cuerpos castrenses tienen una ética propia que no debe ser alterada por la clase política. En su opinión, el profesionalismo de los militares existe únicamente si se someten al control civil y no participan del mundo político. En contrapartida, el mundo civil no debe tratar de imponer ni visiones, ni ideologías a los militares. El control civil objetivo de Huntington es el respeto de la autonomía militar por la clase política. La sociedad, por su parte, debe propiciar el acercamiento de las FFAA a las dinámicas ideológicas coyunturales del momento. Cuando apareció su trabajo, Huntington fue duramente criticado por las principales revistas académicas de EE.UU. y, al mismo tiempo, alabado por las revistas militares contemporáneas. No obstante, y así lo señaló Eliot Cohen en 2002, la teoría de Huntington se consolidó y se convirtió en la teoría normal de las relaciones civiles militares.

Janowitz publica El soldado profesional en 1960. Al contrario de Huntington, su trabajo fue alabado en las revistas académicas de las principales universidades estadounidenses, pero golpeado en las revistas militares. La contribución más importante del sociólogo de Chicago es señalarle a Huntington la falsedad de su premisa respecto a que la esencia de los ejércitos es constante. Para Janowitz, los militares evolucionan en su forma de comportamiento y su idiosincrasia de la misma manera que la sociedad. En su opinión, el control civil sobre los militares debe ser muy estrecho, porque éstos manejan las armas, muchos recursos públicos y se organizan en diferentes grupos de presión: las FFAA deben representar a su sociedad. Es deseable una convergencia de opiniones y actitudes entre civiles y militares y también considera que el profesionalismo no es necesariamente una forma de apartar a los militares de sus intenciones políticas.
México se distinguió de los países del Cono Sur por la estabilidad política que le proporcionó el sistema político de un virtual partido único que se desarrolló en el siglo pasado. Aunque no sea posible decir que era un escenario democrático, en ese periodo se consolidó un modelo de sometimiento de las FFAA al gobierno civil muy similar al esbozado por Huntington. Como ya se mencionó, fue hasta inicios de este siglo cuando la DSN se incrustó en la Constitución y algunas leyes secundarias, con lo cual se promovieron nuevas tareas para los cuerpos castrenses, principalmente en materia de seguridad pública y, de forma más reciente, en la construcción y administración de infraestructura básica, con lo que se les involucró de lleno en la promoción del desarrollo nacional.
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