• “La lógica económica y política generada por las nuevas economías, el desplazamiento humano y la interdependencia, son tan poderosas que hacen inevitable un cierto grado de declive del viejo centro imperial”

 

Alejandro De la Garza/CAMBIO 22

El sino del escorpión atestigua el agotamiento del discurso político liberal-democrático de Occidente. Ante ello, las extremas derechas y sus gobiernos ganan terreno y velan armas, mientras las izquierdas populares (o populistas) se preparan para un cambio aún difuso pero que, al incluir también el estancamiento económico, demográfico y social de las potencias desarrolladas de occidente, apunta hacia un declive inevitable y aún acelerado por el cambio de milenio. ¿Se perfila el fin del dominio Occidental del planeta?

Banderas estadounidenses y chinas en Beijing

Esta es una historia larga, pero el alacrán obvia prolongados periodos de conquista y colonialismo para abordar solamente la época moderna. Desde inicios del siglo XIX y hasta los inicios del presente milenio, Occidente (entendido como las potencias económico-coloniales europeas ya consolidadas), se expandió y dominó el planeta. Sustentadas en la industrialización, la importación de materias primas de países “periféricos” y el colonialismo, las economías emergentes occidentales crecieron hasta generar ocho décimas del PIB mundial, al tiempo que los ingresos medios de sus habitantes se elevaron hasta cincuenta veces.

Esta dominación económica abrumadora llevó a una remodelación política, cultural, lingüística y social del planeta a imagen y semejanza de Occidente. El Estado nación, producto del desarrollo interno en Europa, se convirtió en el referente de la vida política. El inglés se convirtió en el idioma del comercio y la diplomacia globales. El mundo depositó sus reservas en los bancos occidentales y primero la libra y luego el dólar, reemplazaron al oro como el lubricante del comercio entre las naciones. Las universidades occidentales devinieron las mecas de los aspirantes a intelectuales de todo el orbe y, hacia finales del siglo XX, el planeta se entretenía con la televisión, las películas de Hollywood y los deportes.

Hasta aquí la historia feliz, pero luego todo empezó a cambiar, le advierten al venenoso los autores Peter Heather y John Rapley en su libro ¿Por qué caen los imperios? (Desperta Ferro, 2024). “Una vez que la Gran Recesión de 2008 se convirtió en el Gran Estancamiento, el porcentaje de la producción global de Occidente declinó del 80 al 60 por ciento y ha seguido cayendo con lentitud. Los ingresos reales descendieron, se disparó el desempleo juvenil y los servicios públicos fueron erosionados por el espectacular aumento de la deuda, tanto pública como privada. Las dudas y la división interna reemplazaron la sólida autoconfianza de la década de los años noventa”, insisten el historiador del mundo romano Heather y el estudioso de la economía política Rapley.

La economía de China se enfría en 2018

Esto ocurre mientras la planificación central autoritaria del Estado chino gana influencia en el escenario mundial con un asombroso crecimiento anual de 8 por ciento. Y en tanto el control del Estado burocrático-oligárquico ruso, le permite crecer por sus propios caminos (aún con sanciones mundiales) y forzar a Europa a la dependencia energética. “¿Por qué el equilibrio del poder mundial ha experimentado un giro tan espectacular contra Occidente?”, se preguntan los autores. Y advierten que la crisis política del liberalismo y la crisis económica del capitalismo, tenderán a buscar culpables en el exterior e impondrán como antídoto controlar las fronteras, mantener fuera a los “extranjeros”, erigir muros y reafirmar la ideología propia y la fe ancestral, además de adoptar un nacionalismo más potente y revisar los tratados de comercio internacional. Así ocurrió con el primer Trump y su “Make America Great Again” y con el Brexit inglés.

Pero la lógica económica y política generada por las nuevas economías, el desplazamiento humano y la interdependencia, son tan poderosas que hacen inevitable un cierto grado de declive del viejo centro imperial, e imposibilitan “hacer América grande de nuevo”, separar al Reino Unido de Europa e incluso cerrar monolíticamente la Unión Europea. No obstante, si esto falla, Estados Unidos, cabeza del poder decadente del imperio occidental, siempre tendrá la guerra.

La cantidad de bases militares que tiene Estados Unidos en el mundo varía según la fuente: la Universidad Americana de Washington estima que son 800 bases militares en 70 países, mientras el Conflict Management and Peace Science Journal estimó que son 254 bases e instalaciones y 173 mil tropas desplegadas en todo el orbe. Por su parte, el Pentágono nunca informa de todas sus instalaciones militares en el mundo.

Heather y Rapley añaden que “aunque no es posible hacer grande de nuevo a Occidente en el sentido de reasentar una dominación global incuestionada, el necesario proceso de ajuste podría insertar lo mejor de la civilización occidental en el emergente nuevo orden global, o destruir toda esperanza de mantener la prosperidad de las poblaciones occidentales en un mundo reconstruido”.

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Si un pesimista no es más que un optimista informado, aquí el escorpión está bien informado y teme lo peor. Si Clinton y la OTAN bombardearon Kosovo de manera ilegal y contra la ONU para establecer ahí la mayor base militar estadounidense del mundo. Si de la misma forma ilegal Bush bombardeó Afganistán e Iraq, y Obama los hizo con Siria y Libia. Si lo han hecho casi todos los presidentes de Estados Unidos, ¿qué impide al presidente Trump, convicto de una treintena de delitos, “desatar un infierno” sobre Gaza, como ya lo advirtió (como si Gaza no viviera ya un infierno genocida); o qué impide al defraudador inmobiliario y Presidente por segunda ocasión anexarse Canadá como entre bromas y risas (perdón Puerto Rico, todavía no te toca), o incluso bombardear alguna zona de la frontera con México donde sospecha que hay capos “bad hombres”. No hay manera de contener la violencia de un imperio en declive encabezado por un agrandado estafador.

Sobre la decadencia de los imperios, el arácnido recordó el genuino clásico de Edward Gibbon, Decadencia y caída del Imperio Romano, donde afirma: “La historia de su ruina es simple y obvia; y, en lugar de preguntar por qué el Imperio romano fue destruido, deberíamos más bien sorprendernos de que haya subsistido tanto tiempo”. Aunque la caída de Roma y del mundo que esta engendró ocurrió hace mil 500 años, al venenoso le parece que su historia ofrece todavía lecciones para repensar el presente y la situación actual del Occidente contemporáneo ¿en declive político, económico y social?

 

 

 

Fuente: Sin Embargo

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OSM/DSF

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