Noroña, el Vaje y el Precio del Fuego
21 Oct. 2025
Alfredo Griz/CAMBIO 22
El silencio antes del vuelo
En el Senado, los pasillos huelen a humedad y a resignación. Entre los escaños vacíos, la ausencia de Gerardo Fernández Noroña pesa más que su voz cuando está presente. El hombre que durante años gritó contra los privilegios del poder, el que prometió dormir con el pueblo y jamás subirse a un avión privado, ha pedido licencia para irse.
Un viaje breve, dijo: diez, quizá doce días. Destino: Palestina. Motivo: humanitario.
Pero lo que debería sonar noble, huele a pólvora.
La licencia llega en el peor momento posible. En medio de una tormenta mediática por su casa en Tepoztlán, por el avión privado en que fue visto, y por un estilo de vida que contradice cada palabra que lanzó contra los corruptos que alguna vez señaló con el dedo.
El documento de licencia —sellado, seco, de lenguaje burocrático— apenas oculta el fondo del asunto: Noroña se aleja del fuego que él mismo encendió.

El Apóstol y el Espejo
Durante años, Noroña fue la voz incómoda del lopezobradorismo.
El que gritaba lo que otros callaban, el que decía lo indecible y se alimentaba del odio del adversario. Su marca era la incorrección, su arma la palabra, su escudo la fidelidad al líder.
Pero en política, la lealtad es un espejismo que se cobra caro.
El hombre que enarboló la bandera de la austeridad ahora se ve envuelto en un viaje pagado por Emiratos Árabes Unidos, según él mismo confesó.
La noticia bastó para romper la narrativa. Porque el país que se prometió diferente, sin lujos ni dádivas, vuelve a enfrentarse con su propio reflejo: el del privilegio disfrazado de misión humanitaria.
No hay error más caro para un gobierno que haber prometido pureza.
Cuando el discurso se quiebra, la caída no es solo personal. Es institucional.

El costo Político del Ruido
En Palacio Nacional no lo dicen en voz alta, pero lo saben: cada paso de Noroña repercute en el corazón del discurso presidencial.
Porque él no es un senador cualquiera. Es el militante símbolo del pueblo en el poder, el rostro bronco del “nosotros” frente al “ellos”.
Y si ese rostro se mancha, la mancha salpica hasta el techo.
El gobierno federal enfrenta hoy tres frentes simultáneos:
1.- El deterioro moral de su discurso, que ya no convence a los desencantados.
2.- La erosión de su bancada en el Senado, que debe explicar por qué tolera un viaje financiado por una potencia extranjera mientras el país exige transparencia.
3.- La presión mediática que, aunque controlada en la superficie, circula por las redes con la fuerza del desprecio acumulado.
El costo político no se mide solo en votos, sino en símbolos.
Y Noroña era un símbolo: el de la pureza del movimiento.
Ahora es un recordatorio de que nadie sobrevive ileso al poder.

Entre Palestina y Tepoztlán
Hay una paradoja brutal en esta historia.
El hombre que viaja a hablar de paz en Oriente Medio deja tras de sí un campo minado en México.
El viaje, financiado según él por Emiratos Árabes, levanta sospechas sobre vínculos, favores y compromisos futuros.
La transparencia se convierte en un espejismo burocrático, y los organismos que deberían fiscalizar callan o se distraen en tecnicismos.
Mientras tanto, su casa en Tepoztlán se vuelve emblema de la contradicción: un refugio en medio de la austeridad republicana.
No hay peor golpe para un gobierno que verse reflejado en el lujo de su propio apóstol.

El eco del desencanto
En las calles, el pueblo que alguna vez lo aplaudió ya no lo defiende.
En las redes, su nombre se mezcla con insultos, memes y sospechas.
Dentro del movimiento, la dirigencia intenta marcar distancia sin admitir fractura.
La presidenta Sheinbaum habla con cautela; evita la condena, pero tampoco lo protege. El silencio institucional es el nuevo método de control.
Y aun así, el ruido crece.
Porque en política, las caídas no son individuales.
El desprestigio de uno se convierte en la grieta del todo.
Y la grieta de Noroña —esa mezcla de arrogancia, contradicción y desdén— es la grieta de un proyecto que prometió ser distinto y empieza a parecerse a los anteriores.

El Vaje como Metáfora
Noroña dice que su viaje es un acto de solidaridad.
Tal vez lo sea. Pero en la narrativa nacional, cada gesto tiene doble fondo.
Un boleto de avión pagado por una potencia extranjera no es un símbolo menor. Es un recordatorio de que la pureza ideológica se vende barato cuando se compra el silencio de la crítica.

El gobierno federal no lo dirá, pero sabe que este episodio le costará caro.
Porque el discurso de la moral pública es el más frágil: se quiebra con una fotografía, un boleto de avión o una casa mal explicada.
Epílogo: lo que queda del fuego
Cuando vuelva —porque volverá— Noroña intentará recomponer su figura.
Hablará de paz, de pueblos oprimidos, de causas nobles.
Pero el país ya no escucha igual.
Su voz, antes incendiaria, suena ahora a eco de un movimiento que empieza a perder su inocencia.
Y el gobierno que lo vio partir sabe que su regreso no traerá calma, sino preguntas.
Preguntas que no se borran con discursos, ni con giras, ni con nuevos enemigos.
Porque en el fondo, el costo político no es la licencia.
El costo es la decepción.
Y esa, en la política mexicana, es la herida que nunca cierra.
redaccionqroo@diariocambio22.mx
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