• La obra explora la vida en un país marcado por el narcotráfico, la alienación y la huida hacia un futuro incierto

 

Redacción / CAMBIO 22

Escribir una novela auténtica. Una generación que surge al final de los ochenta. Eso es Mundo Turbio de Fernando Alfaro editado por Contra.  Ya anuncia la vida tortuosa de los narcóticos. No hay excusa, el aguijón mata en vida. Pero ahora no hay error, no puedes decir que no sabías a qué fiesta ibas. Es el vacío vital de los fastos absurdos de los noventa. La explosión de una economía vacía, el éxodo de las capitales de provincia a los monstruos hambrientos, desde Albacete hacia ciudad gótica, de Zaragoza hacia ciudad esqueleto. Los que quedan, desalojados industriales que Alfaro define, en su laberinto, como ciegos que no quieren ver. Que prefieren el sueño tóxico a la vida real. Porterías irracionales, almas de plata en las estaciones sin trenes de vuelta, solo líneas de ida, casi cementerios donde pacen las ovejas de la muerte y las pulgas de la enfermedad.

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La familia es cruenta y cálida, tibia como la orina que alivia el frío de Navidad. Fernando Alfaro, letrista de Surfin Bichos, de Chucho, con los Alienistas, en esta novela de figuración, de Samuel Beckett y Fernando Arrabal, utilizando iconos, encuentros bíblicos, con un gusto no esperado, no es el típico músico con un capricho. Alfaro sabe escribir.

Eso sí, por ahora, Alfaro solo sabe escribir sobre Alfaro. O las versiones del multiverso Alfaro. Pero lo hace muy bien. Es un realismo atípico, lleno de imágenes poderosas y momentos oníricos imposibles (porque esos sueños son más terrenales que la vida). La muerte llega y protagoniza el libro, entrando y saliendo, es un río para Turbio y los que lo rodean. En él se bañan y purifican, en él se ahogan y abrevan hasta saciarse. Una presencia constante, una flor que ha lanzado sus semillas podridas instalándose en las vidas de los actores de esta historia, llegando al fondo, enhebrándose con sus almas duras, dejando que las raíces podridas avancen, engañosas, poco a poco. Se llevará a los secundarios, bailará con Turbio a lo largo de las páginas, atormentándole, aferrada, abnegando el cansancio de vivir. Ángel Turbio es casi un demiurgo, un observador, un válido de esa muerte, serpiente entre sociedades, que viene con hambre atrasada y nunca queda saciada.

Empleos precarios, cajas de ahorros zombis, vigilancia nocturna, revistas porno, servicios básicos, en ciudad, en la Ciudad del interior, se sobrevive a través de trapicheo y empleos tristes, funciones de escala baja, parafernalia de cubatas calientes y neones desfasados, servicios mínimos generales que muestran la erosión constante, de padres a hijos y viceversa. Sus habitantes más jóvenes buscan luz entre la bruma. Pero no se ve nada, se perpetúan las salidas, hacia fuera, lejos, el destierro.

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Como siempre, lo mejor de Fernando Alfaro, esta vez como novelista, es la construcción de personajes cercanos, reales, nada impostados. Esas semánticas de José Suárez Carreño y ‘Las últimas horas’ o ‘Los enanos’ de Concha Alós. Nombres imposibles, avatares, adjetivación carpetovetónica que enamora. Porque amo a los que arden, a los rompecuellos, a los reyes del pegamento por encima de cualquier personaje de Bret Easton Ellis o Barry Gifford. Quiero más Alfaro, quiero Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos o Medardo Fraile. La definición trucada, que hace todo más realista (no confundirnos con realismo, porque, como he comentado antes, las elucubraciones vaporosas terminan en visiones narrativas que escapan a cierto naturalismo), con sus elementos esquematizados, sus descripciones químicas. El seguidor avezado de la obra de Alfaro (incluso un simple fan como yo), encontrará nutritiva esta encarnación literaria de los mundos que alguna vez habitamos en sus canciones.

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¿Es la ciudad que aparece Albacete? Podría ser Valencia, Ciudad Real o cuenca. Más bien, Valladolid, buenos días, como la canción de Sergio Algora. Los capítulos de niños que sobreviven en las calles, en lugares de urbanismo agreste, entre Goytisolo y el primer Umbral. Son veinte años de diferencia, pero, ciertamente, tiempos de dictadura en los que el tiempo pasa más despacio. El salto es el pegamento, la resina, la fundición de la adolescencia. Turbio y sus amigos leen Hazañas bélicas porque todavía no ha llegado Dan Defensor o La Masa. Todos unidos alrededor de El Rey del Pegamento.

Verano en el pueblo: ¿son sumisos? ¿Escasos de voluntad? No es el patetismo intelectual de Irvine Welsh, ellos también verán pasar los trenes, pero será expertos en los coches de línea, en los autos trucados camino de los poblados de arrabal, una sensación de desgana general. Si no acabas la EGB puedes ser quinqui o hacer FP, qué tiempos. La capacidad narrativa de Alfaro es notable, decae en el final del volumen, quizá demasiados Deus Ex Machina con riqueza digital, carcelería gratuita y una especie de extrema unción en la casa familiar, en el exilio rural. Pero ya llegaremos a eso. Como lector, no como fan, es lo único en lo que renquea.

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Me alimento del cirujano patafísico, de cómo Alfred Jarry recluta a Ángel Turbio, como hizo Boris Vian con Sergio (que era escritor y admiraba la resistencia de Alfaro, como letrista, a no dejarse llevar por los cantos de sirena del spanglish, amando lo cercano, la piel. Los dos, entre Chucho y Muy Poca Gente, hicieron la tercera revuelta del pop poético en España). Ellos, Ricardo Ardiendo y Mateo, el amigo de las tormentas, necesitan su mundo, su ciudad, sus oscuros callejones para sobrevivir, se les han quedado pequeñas las canciones. Solo tienes 17 años, Ángel. Y no quieres ser una estrella del rock, solo lees novelitas de a duro, como la de King Blood y sueñas con dibujar en Toutain o en El Cairo. ¿Dónde está la música, Turbio? ¿En los cables?

Gasolina y más gasolina, nafta para ir del pueblo a la ciudad. Un millón de recaídas. «Estoy tan lleno de defectos que voy a estallar». Alfaro, el Chucho que me salvó, que me puso tantas veces el alma dura. Gracias.

«En el antiguo depósito solíamos esnifar pegamento de la marca Bunitex» El pegamento y las rosas cortadas en bolsas de supermercado.

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Los personajes aparecen, desaparecen, mueren, vive, es Filemón el amigo de las tormentas. Es Mortadelo el rey de la sangre. Es Jim Thompson el que se quedó clavo. Mi Ana de incesto dulce, pasada de anfetaminas en tubo, el viejo Velázquez, un Cimoc arrugado. Tenemos un panteón para ti: Fotógrafo del cielo, Ángel, exterminador, turbio, transparente, inseminador, un fantasma en una botella que concede desastres y el alienista del rey de Ork que se puede descargar gratis del cielo. Nicodemo y San Áspide que muerde, pero no bebe, Hamorambre vs. Pájaro bendito (Parajito entre las manos de los inocentes santos).

En el Monte de las cruces está la guerra eterna entre zorros y chuchos, me lo contó Paco mientras me ofrecía una ginebra que había fabricado con sus propias manos (y algunos pies). Estoy en el Bar Utopía, en el punto medio que une la línea de ferrocarril entre Ciudad de Mar y Ciudad Natal. No seas malo, con ese nombre de travestí de factoría, el chapero Limbostarr se enamorará de Raúl Núñez y le arrancará el corazón para dárselo a Nachete. Toni El Chino, Nachete, todos diabéticos sin problemas de azúcar, frioleros de mangas largas, en el rincón del cangrejo, en la esquina del alacrán, Alicia enseña a pincharse a Ángel con una barbie rota. Noches de escozor y minilip. Duermevela de Katovit, Bustaid y dexedrinas.

Jesucristo amnésico, Jesucristo algebraico y aritmético, llega el polvo blanco o el marrón. Gitana de niños abandonados, de aleluyas en el patio de atrás, donde están el fregadero, donde atas a los que se portan mal. El dolor lo inunda todo y quedará registrado en cintas VHS que venderás en el rastro.

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El rey Ricardo III, el Rey de León, el monarca de Benavente, los amigos del flash, el gran proveedor, discreto y cuerdo, los hijos de Makoki, Manolín el Bala y mi a favorito, el gran Johnny Carburo, contemplan la metamorfosis de Ángel, de turbio a transparente. En un R12, casi seguro verde, como el de mi padre, se montan con Mercedes, con el sabor acre del sulfato, el rápido, ha robar los discos del delta, acabar arquitectura, mi Ana, dos hermanos buceando, todo se aniquila rápido, incluso el veneno salvador de la Naltrexona. SE ANIQUILA PISO.

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El dolor de la madre es doble, ausente y desaparece. Mamá se muere vs. Mamá se ha muerto. La vid es volver al dibujo y la heroína. Como un gnomo de jardín, una plaga que se reproduce a pesar de que rocías tu vida de estricnina. Un hongo. A veces tiene nombre de mujer, otra vez no. Lorena. Y Ricardo, ardiendo, que tiene una hija con Luna y se llama Helena. Qué bello el cuadro, cómo dices que se llama: DOS HERMANOS BUCEANDO. Escucha, hermanito, son los hermanos carnales.

“Ángel descubre que solamente puede aspirar a ser un cirujano patafísico, especialista en extirpar los órganos que no existen, las enfermedades incurables”.

“Como mucho operarse a sí mismo sabiendo que todo va a ir mal, que el tejido de felicidad te va a rechazar como donante. Pero mira: un algodón encharcado es mejor que una vecina muerta”.

La primera entrada en la cárcel. Lorena y Ángel, Ángel y Lorena, dos patitos de agujas y calle, siempre con la sed del láudano. Hacemos tiempo hasta que toque entrar. Entrar en la cárcel es como salir de la vida. El alienista en el Reino de Okr. Pepe, un poco de calma barbitúrica, recordar que en Buenos Aires la Navidad se celebra en invierno y, cuando llega agosto, ciudad del mar está helada. Siete veces gato, son treinta años de derrumbe, gente que ha dejado a medias las crónicas de la plata. Le rezo. Ana y Celia.

Los DIARIOS DEL PETRÓLEO. Busco entre mis discos la versión que hizo John Cale de People who died. Estaban la mayoría de la Velvet. Mo y Sterting. Era la banda sonora de Antartida. Fui a ver a Leonardo, esnifando polvo de hada con una pajita de refresco. Le pide una extrema unción a Juan Bautista, le pasa la guitarra sin cuerdas, te atas la sexta para buscarte la vena.

Antartida

Pepe, Willy, Beibi, Juanma (todos sabemos quién es Juanma y su chica), qué ojitos de alfiler me traes, ¿y tu chica? Hace unos años murió. Qué pasa, Johny Carburo, dicen que los adictos tienen el mejor pelo del mundo, por eso el tupé, Carburo. Perro que muerde, perro que envidia los brazos de ángel: «Con las venas llenas de agujeros. Si es que de los agujeros se puede estar lleno».

 

 

 

Fuente: 20 Minutos

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