A las dos semanas le cayeron al negocio cuatro tipos. Yo digo que ya me tenían checado, porque llegando me dijeron “¡Ahora sí te encontramos, cabrón!” y es que yo tenía días sin ir porque estaba enfermo. Me aventaron a una camioneta y me golpearon todo el camino. Digo “todo” porque me pareció eterno, aunque luego supe que nomás fueron 15 minutos. Tenían la casa de seguridad atrás del Palacio de Gobierno, bien cínicos, bien protegidos.
Me tuvieron secuestrado 18 días. En ese tiempo llegó una señora que vendía verduras, un señor que tenía un negocio de tamales y un niño como de 12 años que no sé qué cosa habrá hecho para merecer un infierno así. Nos golpeaban cuando estaban drogados, nos orinaban, nos hacían simulacros de fusilamiento. Conmigo eran peores. Me rompieron los dedos y me decían “¿no que estábamos en la cárcel?”.
Me voy a ahorrar los detalles, porque si te cuento me pongo a llorar. Total que mi familia pagó una cantidad —que no puedo decir— para liberarme, pero tan alta que rematamos el negocio. Ahora es una papelería que, yo digo, también está renteada. Yo me volví a enfermar y casi me muero. Mi esposa está igual, mala de la presión. Todo lo que deseo es salud para volver a empezar mi negocito, pero a los 64 años y quebrado en la cartera y en el corazón, pues es una cosa muy difícil.
Y aún así te agradeceré mucho si publicas que, más que todo eso, más que un beneficio personal, todo lo que yo quiero para Año Nuevo es que los cuatro colegas vendedores de pollo secuestrados vuelvan a sus casas. Cambio mi deseo de salud por su libertad, aunque no los conozca. Su dolor me duele en este año que se acaba.
GRITO. Una de mis 12 uvas irá para este deseo: que quien ocupe la Presidencia de México en 2024 llegue al poder con una estrategia bajo el brazo para frenar la extorsión.