México Laboratorio del FBI
8 Nov. 2025
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El Violento Oficio de Escribir
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“Sombras de la alianza: los seis rostros del FBI en México”
Alfredo Griz /CAMBIO 22
En los últimos dos años, México se ha convertido de nuevo en el tablero silencioso de la guerra que Estados Unidos libra más allá de su frontera. Ya no es la DEA la que lleva la batuta visible. Hoy, quien marca los tiempos, selecciona objetivos y dicta los movimientos de precisión es el Federal Bureau of Investigation, el viejo FBI que alguna vez se limitó a perseguir espías y banqueros corruptos, y que ahora opera, con sigilo, en las entrañas del territorio mexicano.
El mapa es claro: seis operaciones delinean su nueva estrategia. Cada una distinta, pero todas con el mismo pulso —controlar los flujos, castigar las filtraciones, y reafirmar la autoridad judicial de Washington sobre los cuerpos del crimen transnacional.

Ocho hombres y un mensaje
El 28 de febrero de 2025, sin previo aviso y en una operación conjunta, ocho hombres fueron trasladados de México a prisiones federales en Estados Unidos.
No se trató de simples delincuentes: eran piezas con expedientes cruzados en ambos países, hombres que conocían los mecanismos internos del tráfico de fentanilo, del lavado en criptomonedas y del contrabando de armas.
La entrega fue quirúrgica. No hubo conferencia, ni foto oficial, ni presencia diplomática. Solo un comunicado escueto desde Washington confirmando que los “objetivos estaban en custodia estadounidense”.
Para los mandos mexicanos, el golpe fue doble. Por un lado, se exhibía la eficacia del FBI para obtener resultados tangibles en territorio mexicano; por otro, se dejaba ver que las decisiones sobre quién cae y cuándo caen ya no se toman en Ciudad de México, sino en los despachos federales de Virginia y Washington D.C.
El mensaje fue claro: la cooperación es obligatoria, no negociable.

El caso Leal: la frontera invisible
Apenas un mes después, la extradición de Octavio “Chapito” Leal marcó otro episodio de la nueva etapa operativa.
Fue detenido en Sonora, entregado bajo resguardo militar y voló en cuestión de horas a un penal federal en Texas.
Las acusaciones eran graves: tráfico de armas de asalto, lavado de más de 120 millones de dólares y presuntos vínculos directos con las redes que mueven fentanilo al Medio Oeste estadounidense.
El FBI, que había seguido sus movimientos financieros desde 2022, logró conectar depósitos bancarios en Jalisco con empresas de fachada en Houston y Atlanta.
El operativo fue una demostración de la nueva estrategia de “investigación de ciclo completo”: inteligencia digital, rastreo financiero y captura con extradición inmediata.
El gobierno mexicano habló de “cooperación judicial”. Pero en los círculos de seguridad, la lectura fue distinta: el FBI había penetrado de nuevo la frontera invisible, esa línea donde México cree mandar, pero Estados Unidos siempre observa.

Los ojos del Cártel: la filtración que desnudó al FBI
En junio de 2025, un documento interno sacudió los cimientos del sistema de inteligencia binacional.
Se reveló que en 2018 un hacker vinculado al Cártel de Sinaloa había logrado acceder a bases de datos y cámaras de la Ciudad de México para rastrear a un agente del FBI y ubicar a sus informantes.
El incidente provocó la muerte de al menos dos colaboradores protegidos y el cierre temporal de operaciones conjuntas en el norte del país.
El hallazgo dejó al descubierto algo más profundo: la vulnerabilidad tecnológica del FBI en México y la facilidad con la que las organizaciones criminales habían infiltrado sistemas de seguridad locales.
Durante meses, la oficina del Attaché estadounidense en la embajada operó bajo protocolos de emergencia. Se modificaron rutas, se suspendieron reuniones, y se reemplazó equipo comprometido.
En los pasillos diplomáticos se habló de “daños severos a la cooperación”.
En el terreno, lo que se vivió fue simple: una cacería sin control entre agentes, informantes y sicarios que sabían demasiado.
Los Zetas: el retorno del expediente eterno
Marzo de 2025 marcó otro frente de la ofensiva.
El Departamento de Justicia estadounidense anunció el procesamiento de antiguos líderes de Los Zetas, acusados de homicidio, tráfico de armas y narcoterrorismo.
Detrás del anuncio público había más de tres años de trabajo conjunto entre unidades del FBI y fiscalías mexicanas.
Los documentos judiciales revelaron que el FBI había trazado conexiones financieras entre viejos operadores de Los Zetas y bancos en Nueva York, Miami y Panamá.
El dinero circulaba aún, décadas después de la caída del cártel original.

La operación permitió congelar cuentas y detener a tres hombres en Coahuila y Tamaulipas, pero también expuso un hecho incómodo: la violencia residual de Los Zetas nunca desapareció, solo mutó hacia redes empresariales.
México cooperó en los arrestos, pero el caso exhibió las fisuras en su sistema judicial.
De los detenidos, solo uno fue procesado en territorio nacional; los demás terminaron extraditados en menos de 48 horas.
En palabras de un alto funcionario: “Si los dejamos aquí, los matan o los liberan”.
La frase, por sí sola, resumió el deterioro institucional.
El Nini: la captura que no resolvió nada
El 28 de mayo de 2024, la imagen recorrió el mundo: un joven esposado, con rostro duro y sin expresión, escoltado por soldados enmascarados.
Era Néstor Isidro Pérez Salas, alias “El Nini”, jefe de seguridad de los hijos de Joaquín Guzmán Loera.
Su captura fue presentada como una victoria del Estado mexicano, pero la operación fue monitoreada, paso a paso, desde oficinas del FBI en Phoenix y El Paso.
Los estadounidenses habían seguido sus comunicaciones satelitales durante más de un año.
Los drones, las intercepciones y los rastreos de telefonía fueron coordinados desde el norte.
México ejecutó el arresto, pero la inteligencia —y la presión— fue norteamericana.
Semanas después, “El Nini” fue extraditado.
El caso sirvió para medir fuerzas: el FBI mostró que podía neutralizar a uno de los sicarios más violentos sin disparar un tiro en su propio país, y México demostró que aún puede ejecutar órdenes… aunque no las dicte.
Hernán Cortés y el arte de la diplomacia
Agosto de 2025 ofreció un respiro distinto.
El FBI, a través de su Art Crime Team, devolvió a México un manuscrito original firmado por Hernán Cortés, robado en los años ochenta y subastado clandestinamente en Nueva York.
La entrega se hizo en silencio, sin políticos, sin banderas.
Fue el único gesto cultural en una agenda dominada por decomisos, extradiciones y sangre.
El caso sirvió para limpiar la imagen del Buró: mostraba que su presencia en México no era solo persecución y espionaje.

Pero detrás del acto simbólico se escondía otra realidad: los agentes del Art Crime Team habían encontrado el documento gracias a la misma red de informantes que nutre las investigaciones del crimen organizado.
El FBI devolvía el papel, pero reforzaba el mensaje: todo lo que se mueve entre México y Estados Unidos —dinero, armas o arte— está bajo su radar.
Entre la cooperación y la desconfianza
Los seis casos forman un espejo: en él se reflejan dos países que se necesitan y se temen.
El FBI ve a México como un campo operativo sin fronteras; el gobierno mexicano lo percibe como un socio que siempre cobra caro la ayuda.
La coordinación existe, pero nunca es transparente.
Las extradiciones se venden como triunfos conjuntos, pero cada entrega es también una cesión de soberanía.
En la práctica, los operativos han dejado cifras concretas: más de una docena de extradiciones en menos de un año, centenares de millones en activos decomisados, y redes financieras congeladas en ambos lados del río Bravo.
Pero también dejaron un saldo oculto: informantes muertos, fugas de información, fricciones diplomáticas y una sensación constante de vulnerabilidad institucional.
México coopera porque no tiene alternativa; Estados Unidos actúa porque no confía.
Y en medio, el FBI mantiene su papel de observador armado: investiga, interviene, se infiltra y, cuando lo considera necesario, decide quién cae y quién sobrevive.
Los nuevos acuerdos
Fuentes del más alto nivel admiten que la cooperación bilateral está en revisión.
Después del escándalo del hackeo, Washington exige garantías de seguridad cibernética.
México, por su parte, busca limitar el número de agentes con acreditación diplomática y reforzar la vigilancia sobre operativos conjuntos.
Nadie lo dice públicamente, pero el escenario está claro: el FBI permanecerá, más discreto, más blindado, pero más decisivo.
En los cuarteles del norte, los informes ya circulan: nuevas órdenes de captura, listas actualizadas de informantes, rutas de lavado y posibles objetivos prioritarios para 2026.
En cada carpeta, una coincidencia: todas las pistas llevan a México.
El país se ha convertido —otra vez— en el laboratorio del FBI.
Y mientras las luces oficiales hablan de cooperación, en la oscuridad operan los mismos hombres de siempre, los que no tienen bandera, pero sí una misión: mantener el control.
redaccionqroo@diariocambio22.mx
KXL/RCM




















