• Despacho 14

 

  • El Violento Oficio de Escribir

 

  • Una tragedia que se extiende hasta Yucatán

 

  • Francisco Maciel Silva — el sobrino que defendió al monstruo y huyó con la herida abierta. El apellido como condena

 

Alfredo Griz / CAMBIO 22

Michoacán es tierra dura. Huele a pólvora, a incienso y a miedo. Allí los apellidos pesan más que las balas, porque cargan historia, pecados y silencios. Y entre todos, uno brilla y apesta al mismo tiempo: Maciel.

Ese nombre, que durante décadas significó poder eclesiástico y dinero limpio en la superficie, escondía sótanos de abusos, cuerpos silenciados y conciencias marcadas. Cuando las denuncias contra el sacerdote Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, ya no pudieron taparse, la familia quedó desnuda.

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El Vaticano habló claro en 2010: actos “muy graves y objetivamente inmorales”. Y mientras Roma tiraba la máscara, un sobrino aparecía en escena para levantar la cara y gritar:

Francisco Maciel Silva.

Su voz fue áspera, defensiva, ciega. Como quien se tapa los ojos para no ver al monstruo que tiene enfrente, juró que todo era mentira:

“Conviví con él desde niño y nunca noté nada… puras calumnias.”

En medio de testimonios de seminaristas abusados, documentos filtrados y un Papa que reconocía la podredumbre, Francisco eligió negar. Eligió ponerse del lado del victimario.

No fue ingenuidad. Fue lealtad de sangre. Y esa lealtad lo marcó para siempre.

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El defensor del indefendible

Los medios lo registraron. No fue un rumor de cantina, ni un comentario aislado. Fue defensa pública. Una declaración que pretendía lavar el nombre de un hombre que ya había sido condenado en tribunales morales e históricos.

Francisco no titubeó en responsabilizar a la política y a los enemigos de la Iglesia. Se convirtió en lo que muchos familiares de abusadores terminan siendo: el vocero incómodo, el que defiende lo imposible.

Su frase, lanzada con frialdad, no sólo negaba décadas de denuncias: también volvía a victimizar a quienes habían cargado con los abusos. El mensaje era claro: los que hablaban, mentían; el santo varón era su tío.

Sin embargo y como preámbulo a otras entregas periodísticas del diario CAMBIO 22, podemos asegurar que Francisco Maciel Silva, tiene una denuncia penal radicada en Mérida, Yucatán, que obra en la siguiente carpeta de investigación, S1-G2/98/2019, actos que realizó en contra de dos niñas de su propia familia y de la que se dará cuenta de manera extensa y oportuna.

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Con eso, Francisco Maciel, se encadenó a un legado podrido. En lugar de limpiar distancia, de marcar límites, abrazó la narrativa del “hombre perseguido”. Y lo hizo en público, dejando testimonio que nadie olvida.

La Caída Privada: Michoacán y el Hijo Perdido

Cinco años después, la vida lo golpeó en el rostro.

El 17 de junio de 2015, en Cotija, Michoacán, desapareció su hijo Alejandro Maciel Mercado. No hubo titulares nacionales, no hubo conferencias episcopales, no hubo comunicados de prensa. Fue una de esas miles de desapariciones que se pierden entre carpetas empolvadas y madres que buscan en fosas clandestinas.

Las redes locales, los avisos de Facebook y los videos en TikTok repiten la misma fecha, el mismo nombre. Alejandro se esfumó como tantos jóvenes en Michoacán: tragado por la violencia que ya no distingue apellido ni clase social.

Ese día, Francisco dejó de ser el sobrino defensor para convertirse en otro más de los miles de padres rotos que este país produce.

El hombre que negó a las víctimas de su tío, ahora pedía lo que ellos pidieron durante años: justicia, verdad, un mínimo de respuesta. Y, como a ellos, el Estado le dio silencio.

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El Exilio Forzado: de Cotija a Mérida

Dicen —y lo dicen fuerte en redes y entre conocidos— que después del secuestro y desaparición de su hijo, Francisco huyó de Michoacán. Que no hubo misa ni entierro, sólo vacío y miedo. Que recogió lo que pudo y se marchó a Mérida, Yucatán, buscando el aire que Michoacán ya no daba.

La historia no es difícil de creer. Michoacán es infierno: cárteles que controlan carreteras, pueblos bajo toque de queda, policías sometidos o infiltrados. Quien pierde un hijo sabe que puede perder la vida en la misma jugada.

Mérida es lo contrario: calma, calles limpias, percepción de seguridad. Es el destino natural de quienes pueden pagar su propio exilio interno. Francisco, cargado con su apellido y con la herida abierta, eligió esa ruta.

Ahí, entre colonias tranquilas, se esconde el hombre que alguna vez defendió al monstruo. Un hombre que camina bajo el sol yucateco con un fantasma a cuestas: el de un hijo que nunca volvió.

Mérida

La Doble Tragedia

Lo brutal de la historia de Francisco Maciel Silva no es sólo lo que vivió: es la contradicción.

  • De joven adulto: defensor público de un depredador con sotana, minimizando abusos, negando testimonios, alineándose con el silencio institucional.

  • Años después: padre marcado por la desaparición, víctima de la violencia que no perdona a nadie.

Su vida es la radiografía de México: un país donde los poderosos pueden encubrir crímenes, pero también un país que se cobra sus deudas con violencia ciega.
Francisco eligió callar los gritos de las víctimas de su tío. Y el destino lo obligó a escuchar su propio grito, el de un padre quebrado.

El hombre Incómodo

Hablar de Francisco es hablar de alguien que incomoda. Incomoda a la Iglesia porque su apellido recuerda el pasado pestilente de los Legionarios. Incomoda a los familiares de víctimas porque él fue uno de los que negó. Incomoda también a los desplazados y víctimas de Michoacán, porque su tragedia personal lo convierte en espejo de tantos otros.

En Mérida, se mueve como sombra. No es el empresario de provincia ni el católico ejemplar. Es un hombre que carga dos historias imposibles: haber defendido al monstruo y haber perdido a un hijo.

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No hay manera de contarlo sin crudeza. Francisco no es héroe, no es mártir. Es parte de un engranaje donde la lealtad familiar pesó más que la verdad, y donde la violencia lo alcanzó con la misma brutalidad que él negó a otros.

El Precio del Silencio

El apellido Maciel es hoy sinónimo de podredumbre en la Iglesia. Y Francisco es parte de esa herencia. El hombre que un día defendió a su tío y que hoy carga con la desaparición de su hijo representa lo que México es en su cara más dura: un país donde el silencio se paga caro.

La historia de Francisco Maciel Silva no es redención, es advertencia.

El que negó la verdad, ahora vive atrapado en una verdad insoportable.

El que cubrió al abusador, ahora busca a su hijo sin respuesta.

El apellido que antes fue poder, hoy es una cadena.

El hombre que lo llevó, hoy es un sobreviviente incómodo.

 

 

 

Con Datos del Sistema de Notícias CAMBIO 22

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