• María Sabina nació en 1894 en Huautla de Jiménez, Oaxaca, en la sierra mazateca. Fue curandera y sabia, guardiana de un conocimiento transmitido de generación en generación que es el uso ritual de los hongos sagrados, a los que llamaba “niños santos”

 

Sonya Santos / CAMBIO 22

En enero de 1982 llegué a vivir a París por un año. Era una joven de 18 años, cargada de preguntas y con la curiosidad desbordada. En mis primeros días asistí a ver un documental en la Universidad de la Sorbona sobre María Sabina y los hongos alucinógenos. En la pantalla apareció ella, serena, con un atuendo que jamás había visto: un huipil lleno de flores y aves, bordado con puntadas diminutas y listones. Aquella imagen me deslumbró, parecía reunir fuerza y delicadeza, tan hermoso y femenino.

María Sabina nació en 1894 en Huautla de Jiménez, Oaxaca, en la sierra mazateca. Fue curandera y sabia, guardiana de un conocimiento transmitido de generación en generación que es el uso ritual de los hongos sagrados, a los que llamaba nti si tho, “niños santos”. Con ellos conducía a quienes buscaban sanar o encontrar claridad, acompañando las ceremonias con cantos que eran a la vez plegaria y poesía.

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La fama la alcanzó en 1955, cuando el etnomicólogo R. Gordon Wasson publicó en Life Magazine su experiencia con ella. Desde entonces, Huautla se volvió destino para buscadores y curiosos. Ese interés trajo reconocimiento, pero también invasión y pérdida de intimidad. Aun así, María Sabina permaneció fiel a su vocación, seguía recibiendo a quienes se acercaban con respeto, entonando en mazateco palabras que abrían un puente entre el mundo visible y el invisible. Murió en 1985, dejando un legado que hoy sigue vivo en la memoria colectiva.

El traje tradicional de Huautla que ella solía llevar condensa siglos de herencia textil. Consta de una enagua y un huipil amplio. Sobre el lienzo blanco se despliegan gardenias, tulipanes y rosas, junto a aves bordadas en punto de cruz, hilván y relleno. Cada puntada guarda la paciencia de quienes heredaron técnicas milenarias como el bordado minucioso. En Oaxaca, donde conviven más de 16 pueblos originarios, estas prendas son algo más que ropa, son un lenguaje silencioso que comunica pertenencia, edad, estatus o el motivo de una celebración.

En el corazón de la medicina tradicional mazateca, los hongos sagrados ocupan un lugar privilegiado. Las veladas —ceremonias nocturnas en las que se ingieren— no buscan entretenimiento, sino restaurar el equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu. La ciencia moderna explica que estos hongos contienen psilocibina, un compuesto que en el organismo se transforma en psilocina y actúa sobre los receptores de serotonina del cerebro. Esa interacción altera por unas horas la forma en que percibimos el mundo. Los colores se intensifican, los sonidos adquieren textura, el tiempo parece diluirse.

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Pero para los mazatecos, y para María Sabina, esos efectos eran la manifestación de mensajes que provenían de planos más hondos de la existencia. La visión científica habla de neurotransmisores y redes neuronales; la espiritual, de la voz de la montaña y del diálogo con lo sagrado.

Hoy, el legado de María Sabina resuena más allá de Huautla. Sus cantos han sido reconocidos como poesía indígena de enorme valor; su imagen, envuelta en el huipil bordado, simboliza un mundo donde saberes medicinales, rituales y arte textil se entrelazan para celebrar la vida y curar sus heridas. Recordarla es también un llamado a cuidar ese patrimonio, a mirar con respeto los conocimientos que nacen de la tierra y a comprender que, detrás de cada puntada, de cada hierba o de cada “niño santo”, late una sabiduría que trasciende el tiempo.

El fin de semana pasado, en la venta especial de FONART, finalmente tuve la oportunidad de comprarme un huipil de Huautla, como el de María Sabina. Al sostenerlo entre mis manos sentí que, de algún modo, cerraba un círculo iniciado aquella tarde en París: la joven curiosa y la mujer que soy hoy se encontraron, unidas por la memoria de una sabia que supo bordar, en su vida y en su canto, la belleza de lo sagrado.

 

 

 

Fuente: El Financiero

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