Los Peces Más Extraños del Océano, Con Alas de Ave y Patas de Cangrejo
29 Oct. 2024
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Estas curiosas criaturas marinas desafían las expectativas con su apariencia única y sorprendente
Redacción/CAMBIO 22
Los peces de la familia de los tríglidos cuentan con unas aletas laterales similares a las alas de las aves y unos apéndices parecidos a las patas de cangrejos con los que escudriñan entre la arena de los fondos marinos en busca de posibles presas.
Los peces de la familia Trigliadae, conocidos comúnmente como vacas, rubios o escarchos, son conocidos por su habilidad para escarbar el fondo marino en busca de presas con ayuda de unos insólitos apéndices en forma de patas. De hecho, desempeñan tan bien este minucioso trabajo que otras especies de peces siguen su pista para ver si pueden hacerse con el botín.
Lo curioso del caso, sin embargo, es que no se trata de patas propiamente dichas, sino de una suerte de aletas convertidas en apéndices, aunque las mueven de forma individual, como las de los cangrejos. Pero estos peces no son moluscos ni se le parecen, con lo que saber cómo han conseguido desarrollar esta insólita función es algo que había desconcertado desde hace largo tiempo a la comunidad científica, que recientemente ha descubierto que la clave se debe a la adaptación evolutiva de un gen que activa o desactiva distintos grupos de genes para diversas funciones que también tenemos los humanos.
Una de las cuestiones fundamentales en el campo de la biología, afirman los autores del estudio, es conocer cómo evolucionan los rasgos adquiridos en muchas especies animales. Algo, sin embargo, muy difícil de estudiar en el mundo salvaje. Por ello, un equipo científico encabezado por Corey A. H. Allard, de la Universidad de Harvard, decidió indagar sobre los rasgos evolutivos de estos peces estudiando especímenes en cautividad para secuenciar el genoma. Lo que descubrieron es, cuanto menos, sorprendente.
Una especie de pez tríglido del género Carolinus se vale de sus apéndices sensoriales para excavar y detectar presas en el fondo marino.
En su investigación, los científicos indagaron sobre las particularidades de estos peces, encontraron qué diferencias había entre las distintas especies y, lo más importante, investigaron cómo pudieron aquellas aletas convertirse en apéndices dotados de órganos sensoriales.
Los resultados del estudio, publicado en la revista Cell, demuestran hasta qué punto la evolución da lugar a complejas adaptaciones en entornos específicos. En este contexto específicamente, la capacidad de estos peces para adaptarse a los fondos arenosos con el objetivo de discriminar qué presas escondidas puede ser comestibles, e incluso poder “probarlas” antes utilizando estos apéndices con capacidad sensorial.
Conocer cómo se formaron esas ‘patas’ y cómo desarrollaron sus funciones es, según explica a National Geographic España Corey Allard, una de las preguntas del millón, para la que los científicos solo han empezado desvelar los primeros enigmas. “Sabemos que estos peces nacen con dos aletas normales, que conservan durante el estado larvario, pero se convierte en apéndices cuando tres de los cuatro radios de la aleta se separan del resto”, explica la investigadora, quien añade que después, estas ‘patas’ se especializan, igual que lo hace el sistema nervioso y la musculatura.
“De este modo, se llevan a cabo unos cambios drásticos en el sistema nervioso que probablemente son necesarios para conectar esta nueva parte del cuerpo con el cerebro, argumenta la investigadora, quien explica que estos cambios ayudan a estos peces a desarrollar funciones sensoriales que parecen indispensables para encontrar y excavar en busca de presas enterradas. “No basta con que las aletas evolucionen. Necesitan controlarlas y utilizarlas para detectar las señales del fondo marino”, concluye la investigadora, cuyo equipo está dedicado a investigar cómo lo consiguen.
Conocer cómo desarrollaron esas funciones es, según admite la investigadora, la ‘pregunta del millón’. “Sabemos que tienen músculos especializados en la base de las patas que controlan su movimiento. Sabemos que el cerebro y la médula espinal están conectados a las patas. También que tienen comportamientos únicos, como caminar y excavar, y que algunas especies han especializado sus patas para que se conviertan también en órganos sensoriales”, argumenta Allard, quien explica que los científicos tienen ahora que conectar todas estas observaciones para investigar los genes, las células y los tejidos que conforman estas adaptaciones.
Tras la pista de los genes
Y es precisamente en ese análisis donde encontraron la pista definitiva. Después de explorar las bases moleculares relacionadas con la formación de las patas, dedujeron que la causa es un tipo de gen llamado Tbx2a, responsable, entre otras funciones, del desarrollo de estos apéndices así como del alargamiento de unos lóbulos del sistema nervioso vinculados con estas extremidades.
Lo más curioso, según explica Allard, es que los genes implicados son también responsables, entre otras funciones, de la formación de la mano humana.
Aunque no se trata de peces voladores, son capaces de saltar fuera del agua gracias al impulso de sus aletas laterales.
“El causante de esta transformación es un tipo de gen denominado ‘factor de transcripción’, cuya función es controlar la actividad de otros genes –explica Allard-. En ocasiones, de forma coordinada o complementaria, determinan dónde y cuándo están activos ciertos genes. De este modo, sus diferentes combinaciones pueden expresarse (o no expresarse), en distintos tejidos, lo que da lugar a distintos patrones de actividad genética.
“No basta con que las aletas evolucionen. Necesitan controlarlas y utilizarlas para detectar las señales del fondo marino”, Corey Allard, bióloga molecular de la universidad de Harvard
Ese no es el único descubrimiento que llevaron a cabo. Por ejemplo, desvelaron que no todos los peces rubios excavan en busca de alimento. Los que no lo hacen, tampoco cuentan con esas terminaciones nerviosas que les permiten discriminar las posibles fuentes de alimento. Eso significa que en algún momento de su historia evolucionaron a tal efecto. Esta hipótesis queda perfectamente demostrada si atendemos al área de distribución, pues las especies de esta familia que excavan con sus apéndices solo se encuentran en unos pocos lugares del mundo, como las aguas arenosas y poco profundas de Nueva Inglaterra y la costa del Atlántico Norte, lo que surgiere que este rasgo evolucionó recientemente.
Lo más curioso, sin embargo, es que estos peces no solo cuentan con esa ayuda en forma de apéndices excavadores, sino también con unas aletas laterales muy similares a las alas de las aves. ¿Podría ser que estas aletas tuvieran alguna otra función, además de la locomotora?, preguntamos a la investigadora. “Es posible”, alega Allard, quien certifica que estos peces utilizan las aletas para ‘planear’ sobre el lecho marino. “Aunque todavía no hemos llevado a cabo más experimentos, esas aletas también podrían servir para atrapar o detectar presas enterradas” concluye la investigadora, quien especifica que, aunque no se trata de peces voladores, son capaces de saltar fuera del agua, con lo que podrían valerse de estas alas para algo más que nadar.
La evolución ha dotado a estas criaturas marinas de unos poderes sensoriales extraordinarios. ¿Qué será lo próximo?
Fuente: National Geographic
VAC/MER