Los Girasoles de Van Gogh: La Obra Maestra que Irradia Alegría
7 Oct. 2024
Redacción / CAMBIO 22
Una de las obras más célebres de Vincent van Gogh y del Impresionismo es, sin duda, Los Girasoles. Estas icónicas flores marchitas en un jarrón son fruto de un periodo frenético de trabajo en Arlés, a finales de verano de 1888, mientras Vincent esperaba la llegada de su colega Paul Gauguin para fundar una colonia de artistas. Estos girasoles no son un solo cuadro, en realidad son una serie de pinturas, cinco en total, muy parecidas pero con detalles que las distinguen unas de otras.
Su característica más llamativa, el color amarillo predominante en todas ellas, refleja el estado de ánimo del artista en aquella época. A través de este color y estas flores, Van Gogh pretendía mostrar su felicidad y su gratitud, por la llegada de su amigo Gauguin. Pero Los Girasoles son también un revolucionario experimento de color y de técnicas que rompieron algunas de las reglas de la pintura de la época y que, incluso, iba contra los propios preceptos impresionistas… Y que ocultan algunos sorprendentes detalles que pasan desapercibidos a simple vista.

Felicidad en la Provenza
En febrero de 1888 Van Gogh llegó a Arlés, en el sur de Francia, y quedó encantado con la luz brillante y los colores de la zona. Durante meses pintó todo tipo de paisajes, huertos en flor, trabajadores recogiendo la cosecha… Su estilo se volvió más suelto y expresivo y durante este tiempo realizó algunas de sus obras de arte más famosas, como los propios Girasoles, una Noche estrellada sobre el Ródano o esta Casa Amarilla, la residencia en la que pretendía establecer una colonia de artistas que se beneficiaran de las mutuas experiencias para enriquecer su obra. La ventana con las contrapuertas verdes abiertas era la habitación que debía ocupar Gauguin, que Van Gogh pretendía decorar con esmero con una treintena de obras de pequeño formato, entre ellas una docena de pinturas de girasoles, una serie que al final no pudo completar.

Los primeros girasoles
A mediados de verano, Van Gogh se entregó a un ritmo frenético de trabajo. En una carta a su hermano Theo le contaba que ya tenía “tres lienzos en proceso: tres flores grandes en un jarrón verde, fondo claro; tres flores, una flor que se ha ido a la semilla y ha perdido sus pétalos y un capullo sobre un fondo azul real; doce flores y capullos en un jarrón amarillo”. Son las tres primeras pinturas de la serie de girasoles. La primera actualmente está en manos privadas, la segunda (propiedad de un ciudadano nipón) fue destruida durante un bombardeo de EE. UU sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, y la tercera (reproducida sobre estas líneas) se expone en la Neue Pinakothek de Múnich.

El cuarto “original”
Pocos días después de la primera carta mencionando los girasoles, Van Gogh explicaba en otra misiva a su hermana Willemien que estaba trabajando en una cuarta versión: “un uadro todo en amarillo de girasoles (14 flores) en un jarrón amarillo y sobre un fondo amarillo, es otro más, además del anterior con 12 flores sobre un fondo azul verdoso [actualmente en la Neue Pinakhotek]”. Esta nueva versión es en la actualidad una de las obras más célebres que cuelgan de las paredes de la National Gallery de Londres.

Tres réplicas ¿idénticas?
La idea de Van Gogh era hacer una docena de versiones de girasoles, pero finalmente, tras la llegada de Gauguin, que se demoró hasta octubre, los problemas entre ambos no tardaron en surgir. Las discusiones y peleas abundaron y todo acabó con el famoso episodio de la autolesión de Van Gogh cortándose la oreja y con Gauguin marchándose de Arlés y dejando a su amigo en el hospital sumido en una depresión. Más adelante, en enero de 1889, Van Gogh realizaría, en sus propias palabras, tres “copias absolutamente iguales e idénticas”. Dos de ellas, conservadas en el Museo Van Gogh de Amsterdam, y en la Galería Sompo de Tokio, fueron realizadas sobre la versión de 14 girasoles. La tercera, sobre estas líneas, pertenece al Museo de Arte de Filadelfia. Se trata de una copia del jarrón con 12 flores pero que a su vez constituye (como las otras dos) una obra nueva y original con colores y matices propios.

El pintor del girasol
“El girasol es mío” dijo una vez Van Gogh. Para Vincent, los girasoles eran un símbolo de gratitud y por ello su deseo de ofrecérselos a Gauguin cuando llegara a Arlés. Pocos artistas artista han sido tan estrechamente asociados con una flor. Tras su muerte, durante su funeral, sus allegados arrojaron girasoles a su tumba y Gauguin, reconocía que admiraba los girasoles de Van Gogh: “Tus girasoles sobre fondo amarillo, que considero una página perfecta de un estilo ‘vincentiano’ esencial”, le escribiría. Durante su estancia en Arlés, Gauguin ejecutó este retrato de su amigo Vincent pintando una de sus versiones de Los Girasoles. Se trata de una recreación, puesto que durante las semanas que ambos artistas compartieron en el estudio de la Provenza, la época de girasoles ya había acabado y Van Gogh estaba con otros trabajos.

El ciclo de la vida del girasol
El pintor realizó las cuatro primeras versiones de sus girasoles en tan solo una semana, antes de que las flores se marchitaran. En la versión de la National Gallery Van Gogh captó las texturas de las flores desde el brote joven hasta la madurez y la descomposición y muerte final. El capullo de la esquina inferior izquierda aún no ha alcanzado la plena floración, siete flores están en plena floración y las otras siete han perdido sus pétalos y se están convirtiendo en semillas. Puede apreciarse claramente el distinto grado de sequedad y deterioro de cada una de ellas.

¿Pero cuántos girasoles hay?
En sus cartas, Van Gogh siempre se refería a las dos pinturas realizadas en agosto como 13 y 14 girasoles en un vaso, pero ya a primera vista el espectador puede contar hasta 14 girasoles en la primera (la de la Neue Pinakhotek) y 15 en la segunda. Esto no se debe a que hubiera dos pinturas originales más perdidas, sino a que el propio pintor modificó en algún momento sus obras para añadir elementos nuevos. Las tres copias “idénticas” que realizaría más tarde en 1889 también cuentan con 13 y 15 girasoles, respectivamente.

Revolucionario de la técnica
Van Gogh no solo fue un revolucionario del color, también de la técnica. En todas las versiones de Los Girasoles aprovechó al máximo las posibilidades de las pinturas artificiales modernas para crear empastes a través de pinceladas gruesas que dieran un cierto relieve a la pintura. Sobre estas líneas un detalle de en el que se puede apreciar la gran “rugosidad” de los girasoles colgados de las paredes de la National Gallery.

Contraposición de colores
Van Gogh decía sobre su frenético ritmo de trabajo: “Si llevo a cabo esta idea, habrá una docena de pinturas. Así que todo será una sinfonía en azul y amarillo”. Si bien en sus primeros girasoles el turquesa helado del fondo realza enormemente los tonos amarillos y ocres de las flores y el jarro en la nueva versión decidió pintar “un cuadro todo en amarillo”, girasoles, jarrón y pared. El pintor no utilizaba el color para simplemente imitar la naturaleza, sino que para él era un medio de expresar sus emociones. En este sentido, el amarillo evocaba a Van Gogh la idea de un luminoso verano y una vida resplandeciente que parecía abrirse ante él en la Provenza. Como él mismo reconocía: “la mayoría de los pintores, como no son coloristas propiamente dichos, no ven esos colores allí, y declaran que un pintor que ve con otros ojos que los suyos está loco”.

Contraste de amarillos
El radicalismo cromático de los girasoles de Van Gogh alcanzó su máxima expresión en la copia que actualmente se exhibe en el Museo Van Gogh de Amsterdam. Esta pintura presenta trazos más esquemáticos, tal vez porque Van Gogh tenía clara la composición final. En la copia de Amsterdam, el pintor agudizó todavía más si cabe la preponderancia del color amarillo, y aún así logró crear fuertes contrastes de tonos que diferencian perfectamente los distintos elementos de la pintura.

Copia original
Los Girasoles del Museo Van Gogh podrían considerarse una versión “mejorada” de los de Londres. Vincent añadió un listón en la parte superior (que se intuye en esta imagen de detalle) para dar un poco más de aire a la composición y como ya tenía clara la disposición utilizó mucha menos pintura y empastes. En los bulbos superiores se observan claramente pequeñas zonas de tela vacías, esto se debe a que en la pintura de Londres añadió muchas flores sobre el fondo amarillo, pero en esta ya dejó los espacios vacíos para pintarlas, por lo que necesitó mucha menos pintura y empastes.

Una pintura cambiante
Una de las consecuencias del uso de pinturas sintéticas además de extremar los colores, ha sido a la larga el cambio radical de tonalidades de las pinturas a lo largo de más de un siglo. La oxidación y degradación de los materiales que componían los óleos usados por el pintor han dado lugar a que el aspecto original de la obra fuera totalmente diferente a cómo lo vemos hoy en día. Según los estudios llevados a cabo por el Museo Van Gogh de Amsterdam, el aspecto original de la pintura que cuelga en sus paredes debería ser algo parecido a la recreación de la derecha, mucho más en la línea de lo que expresó el propio Van Gogh sobre una pintura completamente amarilla. En la actualidad vemos unos tonos más apagados que transmite una sensación de serenidad y sosiego.
Fuente: Historia National Geographic
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