• Un fotógrafo estadounidense descubrió en 1946, en la selva de Chiapas, una espectacular serie de murales del siglo VIII d.C., en los que se representaron escenas de gran violencia y que demostraron que la sociedad maya no era tan pacífica como tradicionalmente habían creído los estudiosos.

 

Redacción/ CAMBIO 22

En 1946 el fotógrafo estadounidense Giles Healey se encontraba en la selva de Chiapas, al sur de México, documentando la vida de los indios lacandones. Dos de estos indígenas, José Pepe Chambor y Acasio Chan, le propusieron en una ocasión mostrarle unas ruinas escondidas en la maleza, adonde su pueblo acudía para realizar sus cultos ancestrales. Al parecer, el sitio ya había sido visitado en 1941 por los exploradores Charles Frey y John Bourne, que se percataron de que aquellas ruinas correspondían a una antigua ciudad precolombina, pero no vieron lo que sí pudo contemplar Healey: uno de los tesoros artísticos más impresionantes del arte maya.

En efecto, el fotógrafo norteamericano se internó en un pequeño templo localizado en la acrópolis de la ciudad. Cuando iluminó el interior no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos: tres salas decoradas completamente con unos murales de gran belleza y relativamente bien conservados, con escenas de una civilización desaparecida y personajes que le observaban desde el abismo del tiempo.

Healey realizó numerosas fotografías de los frescos del Templo de los Murales, como se bautizó el lugar, y su hallazgo fue de inmediato comunicado a los investigadores, entre ellos Sylvanus Morley, el más reconocido especialista en cultura maya, quien bautizó el sitio como Bonampak, que significa “muros pintados” en maya yucateco.

UNA NUEVA PERSPECTIVA 

Hoy sabemos que Bonampak era una ciudad aliada del gran centro maya vecino de Yaxchilán, situado a 26 kilómetros, y que alcanzó su apogeo entre los años 500 y 800 d.C. Sus edificios más importantes, entre ellos el Templo de los Murales, se erigieron bajo el gobierno de Chaan Muan II, que subió al trono en 743, en plena decadencia de la civilización maya clásica en la región. Los murales descubiertos por Healey se realizaron unas décadas después, en torno al año 800, casi en el mismo momento en que los habitantes de Bonampak abandonaban la ciudad, por motivos aún desconocidos, dejando inacabados los frescos.

Las imágenes del Templo de los Murales reproducían con gran detalle una celebración que tuvo lugar en la ciudad, y al parecer se pintaron para conmemorar la victoria sobre un asentamiento vecino. En la primera sala se recrea la ceremonia de presentación del joven heredero de Chaan Muan II a los nobles señores, que celebran con gran fasto el acontecimiento.

“Las imágenes del Templo de los Murales reproducían con gran detalle una celebración que tuvo lugar en la ciudad de Bonampak”.

La segunda habitación plasma una caótica batalla; los cautivos apresados tras ella serán sacrificados para aplacar a los dioses y honrar al heredero. En la tercera, la élite real sella el derecho al trono del heredero a través de un sangriento ritual: las mujeres se atraviesan la lengua con púas y el rey derrama su sangre como ofrenda, mientras músicos, danzantes y prisioneros de guerra dan gracias a los dioses.

Cuando Healey dio a conocer al mundo sus fotografías, estas impactantes escenas cambiaron radicalmente la concepción que los estudiosos habían tenido hasta entonces de los mayas. Los historiadores creían que la civilización maya fue un pacífico edén, un paraíso gobernado por sacerdotes-astrónomos dedicados al bienestar de su pueblo y al saber.

En cambio, los frescos de Bonampak mostraban escenas de duros combates y sangrientos rituales religiosos. Los desfiles con músicos, las fascinantes indumentarias e incluso el sentido del humor de que hacen gala los más de doscientos personajes que aparecen en las escenas no resultaban menos desconcertantes.

Finalmente, los investigadores tuvieron que admitir que la sociedad maya no era tan pacífica, sobria y perfecta como creían. También se pensaba que los glifos mayas representaban misterios del cosmos, pero el hallazgo de los frescos de Bonampak echó por tierra esta teoría: detallan filiaciones, fechas y hazañas de su último gobernante, Chaan Muan II.

EN BUSCA DEL ORIGINAL 

Pese a su riqueza iconográfica, los frescos de Bonampak presentaban un grave problema de conservación a causa de la gruesa capa de calcita que la humedad había ido depositando sobre ellos a lo largo de los siglos y que dificultaba incluso su visibilidad. Para solucionarlo se han llevado a cabo diversos proyectos de restauración y análisis desde su descubrimiento hasta la actualidad.

“Los frescos de Bonampak presentaban un grave problema de conservación a causa de la gruesa capa de calcita que la humedad había ido depositando sobre ellos”.

En 1948, la Institución Carnegie y el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH) organizaron una expedición a Bonampak. Las paredes fueron limpiadas con queroseno, lo que volvió temporalmente transparente el recubrimiento y permitió obtener buenas fotografías de las pinturas. Diversos ilustradores copiaron también los murales: primero Antonio Tejeda y Agustín Villagra, en 1948, y en 1963 la artista guatemalteca Rina Lazo. El trabajo de esta última se expone hoy en día en la réplica del Templo de los Murales ubicada en el patio del Museo de Antropología de México.

En los años ochenta, especialistas del Centro de Restauración de Churubusco, del INAH, llevaron a cabo un ambicioso programa de limpieza y eliminación de la capa de calcita que recubría las pinturas, lo que sacó a la luz los más pequeños detalles y el brillo original de la obra. También cabe destacar el estudio que Beatriz de la Fuente, de la Universidad Autónoma de México, llevó a cabo en los años noventa.

EL ÚLTIMO PROYECTO 

En 1992, el fotógrafo Enrico Feroelli, con el patrocinio de la revista National Geographic, fotografió los murales limpios. Estas fotografías fueron la base de la iniciativa más ambiciosa de estudio de las pinturas, iniciada en 1996: el Proyecto de Documentación Bonampak, impulsado por National Geographic Society y el Instituto Getty, bajo la dirección de Mary Miller, de la Universidad Yale. Su objetivo era obtener una reconstrucción digital de las imágenes de los frescos lo más cercana posible a su aspecto original.

Para ello, Miller y el dibujante Doug Stern trabajaron en el interior del templo durante tres días; colocaron láminas de acetato transparente sobre las ampliaciones de las fotografías de Feroelli, y Stern dibujó minuciosamente sobre las láminas los detalles que no aparecían con claridad en las fotos.

Una vez en Estados Unidos, estos detalles se incorporaron a las fotografías de Feroelli, ya digitalizadas, a las que se añadieron otros elementos solo visibles mediante fotografías en infrarrojo tomadas de los frescos por su descubridor, Giles Healey, y por David Wooddell, investigador de National Geographic Society.

De este modo se obtuvieron reconstrucciones en las que se aprecian la tonalidad original de los murales, detalles perdidos e incluso errores cometidos por sus creadores. En 1999, la artista Heather Hurst se unió al proyecto, y durante dos años realizó a mano una restauración completa de los frescos, ayudada por el pintor Leonard Ashby.

Todos los estudiosos e investigadores coinciden en afirmar que los murales de Bonampak constituyen un instrumento único para saber cómo eran y como vivían los mayas del período clásico. Como dijo Mary Miller sobre esta obra maestra del arte maya: “Ningún otro trabajo relacionado con los mayas nos acerca a la vida de la corte con tanto detalle como los frescos de Bonampak, lo que hace de estos murales un recurso sin igual para entender la sociedad antigua”.

Fuente: National Geographic

redaccionqroo@cambio22.mx

PAG

WhatsApp Telegram
Telegram