Los “Bonos para Los Vuelos de la Muerte” Una Crónica Sangrienta para el Exterminio Guerrillero en México
27 Nov. 2023Segunda Parte
Redacción/CAMBIO 22
En la segunda parte de este interesante reportaje realizado por el colectivo Fábrica de Periodismo y Aristegui Noticias, en dónde plasma a detalle la operación de miembros del Ejército en la Desaparición de cuando menos 70 personas que pertenecían al grupo guerrillero de los años Setenta la “Liga Comunista 16 de Septiembre”.
Aunque los detenidos fueron con frecuencia llevados a la base aérea por policías militares vestidos de civil en vehículos privados de diferentes modelos, también hubo otras rutas para el preludio de un final trágico.
“Traíamos detenidos (a la Ciudad de México) y casualmente traíamos a otros detenidos de aquí para ejecutarlos allá, en Guerrero; aunque no era frecuente, sí sucedió como en seis ocasiones, incluso llevando mujeres y hasta matrimonios a ser ejecutados allí, lo sabía porque después, cuando los llevábamos al mar, los veía ya muertos o veía cuando los mataban.
Bono de vuelo de la muerte
El 6 de septiembre de 1974 se realizó el primer vuelo mortal del que se tiene registro, según los registros de la aeronave a los que ha tenido acceso la Fábrica de Periodismo.
Unos días antes se estaban realizando gestiones administrativas para apoyar el trabajo que estaba por comenzar. Dada la naturaleza de las comisiones, las actuaciones no quedaron en manos de un militar cualquiera.
Los documentos que dejarían huella en el tiempo fueron autorizados y firmados por los dos más altos funcionarios del Ejército Mexicano de la época: el Secretario de la Defensa Nacional y el comandante de la Fuerza Aérea Mexicana.
El 28 de agosto de 1974, apenas una semana después de iniciado el ciclo de vuelos de la muerte, el Secretario General Hermenegildo Cuenca Díaz colocó su firma con tinta negra encima del lugar donde aparecía su nombre y una breve leyenda: “APROBADO”.
El operativo para arrojar al mar los cuerpos de quienes fueron ejecutados extrajudicialmente contó con el conocimiento y autorización de la máxima dirección militar mexicana y la participación de las tripulaciones involucradas fue compensada con un bono.
La carta, cuya copia fue entregada a 24 comandantes y jefes de distintas áreas del Ejército, fue enviada por el General de Ala Roberto Salido Beltrán, comandante de la Fuerza Aérea Mexicana.
En el documento solicitó que un par de tripulaciones se estacionen a partir de esa fecha en la Base Aérea Militar N°7, con sede en Pie de la Cuesta, con el fin de realizar “relevos de aviones ARAVA”.
Informó al general Cuenca Díaz que las tripulaciones “estaban altamente calificadas en este tipo de material de vuelo”, y que ante la necesidad de “las operaciones que actualmente realizan las aeronaves Aravá en jurisdicción de la 27. Zona Militar”, con sede precisamente en Pie de la Cuesta, solicita que se le autorice a dar “instrucciones para que las tripulaciones reciban su salario normal y una bonificación”.
Y también da a conocer los integrantes de las tripulaciones:
– TRIPULACIÓN UNO
Capitán David Carlos González Gómez
Capitán Roberto Bernardo Huicochea Alonso
Subteniente Margarito Monroy Candia
– TRIPULACIÓN DOS
Capitán Ángel Salazar Trejo
Capitán Edgar Javier Sarabia Alanís
Subteniente Juan Manuel Díaz Osorio
Con el tiempo, habría reemplazos de pilotos y copilotos, pero estas tripulaciones comenzaron a operar.
“Verías cosas raras y muy delicadas”.
Uno de los pilotos que luego se sumó a las tareas en Pie de la Cuesta fue el teniente coronel Apolinar Ceballos Espinoza, quien declaró en 2001 ante los agentes del Ministerio Público Militar que investigaban los hechos.
Cuando fue comisionado en febrero de 1979 como parte de la tripulación del Aravá, los “traslados”, como llamaban a los vuelos para arrojar personas al mar, ya se llevaban realizando más de cuatro años. Quienes llevaban un tiempo allí, como el capitán Jorge Violante Fonseca, veían las cosas con cierta normalidad.
Apolinar Ceballos contó cómo, cuando acababa de ser destinado a la base aérea Pie de la Cuesta, el capitán Violante, piloto jefe del Aravá, lo felicitó por su nombramiento.
Le informó que en Pie de la Cuesta “había un bono del 50 por ciento” y que “íbamos a estar en una comisión muy delicada ordenada por la superioridad”.
Por ello, le dio algunos consejos a Ceballos:
“Que sólo me limitara a obedecer órdenes, que iba a ver cosas raras; que no hiciera preguntas, ya que con el tiempo lo entendería y él me lo explicaría”. , reiterando que eran cosas muy delicadas y que lo que vi u oí no lo debía comentar con nadie, ni siquiera con mi familia, por lo delicado de la misión, pero que como militares teníamos que cumplir con la misión; que íbamos a pilotar el barco y él sería el encargado de capacitarme en el avión, ya que estaba iniciando mi formación como copiloto.”
También le dijo a Apolinar que ya no tenía que presentarse ante el Escuadrón 208, con base en Santa Lucía, sino que debía presentarse ante él todos los días y luego sólo los lunes y viernes, o cuando le requirieran volar la aeronave.
En la primera ocasión que volaron a Pie de la Cuesta, había varias personas vestidas de civil, pero Apolinar se dio cuenta que eran militares por lo que estaban hablando. Y, de hecho, luego confirmó que pertenecían a la Policía Militar y a la Policía Judicial Militar.
Recordó que una vez El Amistad, como llamaban al mecánico Monroy Candia, “me dijo que si no quería meterme en problemas, que no tratara de saber qué pasaba y que no me fuera al bumbum; se refería a una palapa que estaba en la playa”.
A pesar de la advertencia, el deseo de saber lo venció. “En un momento que estaba en la base me entró la curiosidad, fui a ver y me di cuenta que la palapa tenía como cuatro o cinco metros de ancho por el mismo largo y había una especie de tronco, como una banca para sentarse. ; Sin que me lo dijeran, eso me hizo imaginar que ahí mataban a las personas que íbamos a tirar, aunque no había rastros de sangre ni nada por el estilo, después me enteré que el personal en el terreno cuando íbamos al los vuelos de bajada de cadáveres limpiaron todo; incluso después de que llegamos lavaron bien la lona y el piso del avión, manchado por la sangre que salía de los cadáveres”.
Upgrades, recompensas por realizar los vuelos.
Sólo tres meses después de iniciados los vuelos de la muerte, durante los cuales realizó al menos 10 “traslados” al mar, la primera tripulación del Aravá, matrícula 204, fue recompensada con un ascenso por acuerdo directo del secretario general Hermenegildo Cuenca Díaz.
La alta cúpula militar argumentó entonces que el ascenso estaba vinculado a las tareas que desempeñaron el capitán González Gómez, el teniente Violante Fonseca y el subteniente Monroy Candia en la base aérea Pie de la Cuesta.
Roberto Salido Beltrán, comandante de la Fuerza Aérea Mexicana, firmó el oficio 209, de fecha 5 de diciembre de 1974, en el que explicitó las razones por las cuales, con autorización del Secretario de la Defensa, fueron ascendidos al rango inmediatamente superior, con el consiguiente aumento de sueldos, prestaciones y prestaciones:
“Por los actos excepcionalmente meritorios que han realizado durante actividades militares contra delincuentes en el estado de Guerrero, según las investigaciones y el dictamen correspondiente”.
Esa fue la razón y para el alto mando militar, encabezado por el Secretario General de la Defensa Nacional, fue más que suficiente.
Copia de este documento también fue copiada a al menos 24 jefaturas, departamentos y comandantes del Ministerio de la Defensa Nacional, entre ellos el secretario particular de Hermenegildo Cuenca, el director general de Justicia Militar y el jefe del Estado Mayor Presidencial.
La “foto del recuerdo” y el disparo en la nuca.
Dos diminutas figuras apenas ocupan un pequeño espacio en la parte inferior izquierda de la hoja. Uno de ellos, sentado, y al fondo otro de pie con la mano derecha apuntando a la cabeza. Vistos de perfil, los dibujos se parecen más a jeroglíficos egipcios.
Sólo en estas dos figuras de perfil, dibujos sin volumen, se resume lo que sería el último momento de vida de las decenas de asesinados con un tiro en la nuca para luego, ya sin vida y envueltos en sacos, ser llevados a el vientre de la Aravá, que en estas huellas aparece, según las indicaciones del plano, a 50 metros de la representación de las figuras humanas.
A 50 metros, siguiendo las indicaciones, se encuentra también el bungalow. Algunas líneas vacilantes serpentean: “la playa”. Y al fondo todo el resto de edificios: la torre de control, la zona de dormitorios, las oficinas del mando militar.
Estas son las huellas del subteniente albañil Epifanio Sánchez, del Batallón de Ingenieros de Combate de la Fuerza Aérea, quien el 22 de junio de 2001, ante el Ministerio Público Militar, cuenta la historia de su vida en la base de Pie de la Cuesta, donde llegó en octubre de 1973.
Recuerda que personal de la Policía Militar, vestido de civil, con cabello largo, bigotes y barbas, ingresó a la base a bordo de autos particulares de diferentes colores y marcas, “introduciendo en ellos personas que supuestamente eran guerrilleros”; les vendaron los ojos y les ataron las manos y los llevaron a las instalaciones del bungalow, custodiados por la propia Policía Militar.
El trabajo de Epifanio era vigilar la base por la noche. Por eso estaba despierto y atento.
“Entre la una y las tres de la mañana se escucharon disparos con un sonido muy apagado, como si estuvieran usando un silenciador, provenientes de unos 50 metros del bungalow… Unas dos o tres horas después, entre las tres y media y las cuatro de la madrugada, un avión arado (sic) salía con las luces apagadas, siendo la pista iluminada con bolas artificiales (sic) hechas con diesel, remolque y bombona, por lo que el avión araba era guiado para despegar y aterrizar. Una hora después de salir llegó a las instalaciones desconociendo su actividad”.
A pesar de ello, no denunció los disparos por una razón: “Nos ordenaron no decir nada, no ver nada, no saber nada, no oír nada”.
Sin embargo, relata a quienes lo interrogaron que escuchó por elementos de la Policía Militar que “previamente los presuntos guerrilleros estaban sentados en una banca a cincuenta metros del bungalow y les dijeron que les iban a tomar una foto de recuerdo y luego les dispararon”. con una pistola en la nuca”.
Posteriormente, “los ponían debajo del colchón y les metían piedras y los trasladaban al avión araba que estaba estacionado (sic) en la plataforma a unos 50 metros, y los ponían en la araba encima de la lona”. y luego los arrojaban al mar como a una hora de distancia y esta forma de ejecución era común”.Miguel Barrón Alemán, subteniente albañil retirado, también fue testigo de lo que contó su colega Epifanio. Ambos fueron citados a declarar el mismo día. Y dado que realizaban las mismas tareas de vigilancia y ocupaban los mismos espacios de trabajo, también se dio cuenta de que llevaban al bungalow a personas con los ojos vendados y atadas.
“A veces los retenían uno o dos días”, hasta que entre las dos y las tres de la madrugada se los llevaban a unos 50 metros de distancia. “Como estaba oscuro, sólo podía ver las siluetas de la persona que conducía a otra, que tenía los ojos vendados, y que los llevaba del brazo, sometiéndolos”.
Miguel Barrón pudo ver la escena desde lejos porque dormía en el segundo piso de la base y miraba por las persianas. Desde allí pudo entender lo que estaba pasando:
“La sentaban en una silla y en esos momentos encendían una grabadora a todo volumen con música y esperaban que bajara la ola del mar para que hiciera ruido y luego se escuchara una leve detonación”.
Pero esas noches no fue sólo un disparo. “De siete a ocho personas fueron conducidas a la silla y también se escucharon de siete a ocho disparos”.
A esas noches, cierra el testimonio de Miguel, se refirieron los militares al mando del mayor Barquín cuando dijeron en clave que “iba a haber una fiesta” para no decir en todas sus cartas que iban a ejecutar a los detenidos.
“Era un secreto a voces”
Finaliza la comparecencia de Margarito Monroy ante los fiscales militares. Las preguntas han sido respondidas y el capitán de Justicia Militar Ángel Rosas Gómez dice: “No habiendo más preguntas que hacer, se da la palabra al compareciente por si tiene algo más que agregar”.
Y Margarito tiene algo que agregar: “Sólo quiero decir que los disparos, los fusilamientos y el traslado de los cadáveres al mar para tirarlos, era un secreto a voces, lo sabía todo el mundo: el comandante de la zona, el comandante de la Base Aérea Militar de Pie de la Cuesta y el personal que ahí laboraba”.
Base Aérea Militar #7
Pie de la Cuesta, Guerrero
Fuente Aristegui Noticias Fábrica de Periodismo
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