La Trágica Historia de María Teresa de Landa Ríos, la Primera Miss México que se Convirtió en “Autoviuda” por Amor
2 Mar. 2023- Aquellas mujeres, colocadas en situaciones límite, sin quererlo, se convirtieron en oscuras estrellas de la vida nacional y de un México cambiante y modernizado
Redacción/CAMBIO 22
Llegó al juicio llorosa, enflaquecida y enlutada. El fiscal pidió al jurado que no se dejara conmover por la seda negra y por el rímel de la Miss México.
María Teresa de Landa Ríos, tenía entrados los 17 años cuando, en el velorio de su abuela, uno de sus tíos le presentó a un hombre mayor que ella, pero que no dejaba de ser joven: bien plantado, marcial en su uniforme de militar, con los galones y las estrellas ganadas en el fragor de la revolución, el general Moisés Vidal Corro, atrapó la mirada de aquella jovencita hermosa, que solo se ocupaba de estudiar.
En aquel encuentro, ocurrido en 1928, se empezó a tejer una tragedia que se convirtió en uno de los procesos criminales más sonados de los años 20 del siglo pasado.
Porque aquella muchacha, que de tantas maneras era representante de la nueva generación de mujeres mexicanas, estaba llamada a enfrentarse con el engaño y la decepción, con la furia y la ciega venganza, y, a pesar de que en aquella misma década fueron varias las protagonistas de sucesos similares, el nombre de María Teresa de Landa logró remontar el olvido, trascendiendo más allá de los periódicos antiguos; fue famosa dos veces, una, por ser la primera reina de belleza de aquel México que gustaba de presumir de moderno, y otra, por matar al que, acaso, fue el amor de su vida.
En 1928 María Teresa Landa Ríos fue conocida por ser “Miss México” y por asesinar al que ella misma nombraría como el “amor de su vida”.
A 89 años de lo sucedido recordamos la historia que la llevaría a formar parte de la nota roja mexicana y a protagonizar el último juicio oral de aquella época en nuestro país.
María Teresa de Landa y Ríos nació un 15 de octubre de 1910, tenía una figura esbelta, su cabello era negro y contrasta con la blancura helada de su piel. Sus piernas largas la prodigaban de elegancia y sus ojos eran contorneados por un par de ojeras amoratadas.
Su presencia desprendía un halo taciturno, ella misma diría: “siempre fui una chica triste”. Provenía de una familia de clase media alta y desde temprana edad se dejó influir por el mundo de la literatura.
Estudió en la Escuela Normal de Maestros, donde se descubrió apasionada de la docencia. Tiempo después se matriculó en la Escuela de Odontología de la Universidad Nacional. Teresa buscaba independizarse espiritual y económicamente de su familia. Anhelaba una vida sin ataduras.
Sus padres, Rafael de Landa y Débora Ríos querían que su hija se entregara a la religión para convertirse en monja, pero ésta se negó determinante. Sin embargo, rehuía de las relaciones amorosas, pues estas representaban “una forma ridícula”, decía. Teresa no imaginaba que sería justamente el amor la razón de sus futuras desgracias.
El 8 de marzo de 1928, la muerte se llevó a doña Asunción Tamayo, la abuela de la joven. Al funeral llegó el general Moisés Vidal Corro, revolucionario de unos 34 años de edad que instantáneamente quedó hipnotizado por la muchacha; se acercó a ella, intercambiaron frases y se miraron furtivamente. María Teresa también se dejó llevar por la atracción.
Días después del entierro Vidal Corro se dedicó a cortejar a María Teresa de entrados los diecisiete años; como en novela romántica, se quedaba al pie del balcón para platicar con su enamorada. Finalmente, ella terminó por ceder; la llenaba de halagos y caricias, pero se olvidó de mencionarle que estaba casado y tenía dos hijas, cosa que María Teresa descubriría cuando la fatalidad ya era inevitable.
Estos, los jóvenes generales de la revolución, ya eran diferentes de sus mentores, los rudos sonorenses que anduvieron en “la bola” desde que a Pancho Madero se le ocurrió desafiar al viejo don Porfirio.
Esta nueva generación iba, poco a poco, bajándose del caballo, y gustaba de la buena vida; ya eran propietarios de aparatosos automóviles, y eran aficionados a las carreras de caballos y de máquinas, que se celebraban en el Hipódromo de la Condesa.
Moisés Vidal a sus 35 años cuando conoció a María Teresa de Landa, quedó prendado de la bella doncella.
Fascinado por la jovencita, su determinación fue completa: ella tendría que ser suya. El pequeño detalle era que el general Vidal Corro estaba casado y tenía dos hijas.
Pero su familia estaba muy lejos, en Veracruz. El embrujo que sobre el militar ejerció María Teresa hizo que Moisés se olvidara del hogar, de su esposa, también llamada María Teresa.
Resuelto a saltar todos los obstáculos para conquistar a la señorita De Landa, acalló la voz de su conciencia, que, probablemente, le advertía acerca de los riesgos de cometer el delito de bigamia, penado por la ley.
La pasión que ardía en el corazón de Moisés Vidal era más poderosa que todas las advertencias del mundo.
DE HIJA DE FAMILIA A MISS MÉXICO
El noviazgo se construyó dulce, apaciblemente. Moisés Vidal era amoroso y educado con aquella joven estudiante de Odontología. Algo incomodaba a la muchacha: los celos del general, que siempre quería saber a dónde estaba, si salía, por qué salía y con quién.
Ella lo quería, desde luego, pero aquel afán de control era como una pequeña voz de alerta en su cabeza, que la chica no quiso escuchar.
El 28 de abril de 1928, el periódico Excélsior abrió una convocatoria para un certamen de belleza. Los amigos de Teresa enviaros su foto y esta fue aceptada. Ella participó, inclusive posó en traje de baño, cosa que produjo gran revuelo entre los grupos conservadores de aquellos años.
En el periódico EL UNIVERSAL se leía: “María Teresa Landa Ríos, aquella estatuaria mujer que triunfante paseó su juventud y su belleza en traje de baño, su desvergüenza y sus ambiciones por la avenida Madero”.
Con apenas diecisiete años de edad, María Teresa de Landa posaba segura de la belleza de la que era poseedora.
La joven ganaría el certamen y se convertiría en Miss México. Los días que siguieron fueron de ajetreo y disputas familiares; su padre se molestó al ver la foto de su hija en todos los periódicos y los celos de Vidal Corro despuntaron.
Cuando Excelsior publicó los nombres y las fotografías de las audaces chicas que concursaban, el general Vidal quiso morirse de celos y de cólera. Le reclamó duramente a su novia: ¿cómo se le ocurría tal locura? ¿De dónde sacaba que eso era para señoritas decentes? ¿Y qué iban a decir sus padres? ¿Y por qué no le había consultado, pedido permiso, a él?
Vidal tenía razón en algo: a los padres de María Teresa no les hizo la menor gracia un punto en particular: las muchachas desfilarían en traje de baño, como requisito obligado, porque tal era el sentido del concurso internacional de Galveston.
Pero otra vez los compañeros de la muchacha intercedieron: la prueba del traje de baño sería completamente decorosa, y se efectuaría en la Alberca Esther, que acogía a la gente decente del pueblo de San Ángel. Además, las bases del certamen eran muy claras: las señoritas participantes debían ser jóvenes “de buena reputación”.
Convencidos los padres de María Teresa, poco podía hacer el general Vidal, porque, además, el noviazgo no era público. Así fue que la señorita de Landa empezó a hacerse famosa. Excelsior dedicó páginas y páginas a entrevistar a las concursantes. Poco a poco, María Teresa ganó terreno.
Era culta, sabía de literatura. Le gustaban las carreras de autos, el box, la natación: una perfecta muchacha moderna. El general Vidal seguía muriendo de celos, pero nada podía hacer. Su novia se había salido con la suya, y nada la había detenido.
Ganó, entre el aplauso general. Acompañada de su madre, viajó a Galveston, vestida como una princesa moderna, por cortesía de almacenes y casas de moda, fascinados con la idea de que la Señorita México, la primera en la historia del país, luciera las mejores prendas de su catálogo. María Teresa no ganó, pero hizo un buen papel, y regresó a México entre los elogios de propios y extraños.
“Subida en un carro alegórico paseó por la ciudad de México, aclamada por los comerciantes de las céntricas calles como la Novia de la calle de Madero:
Ella era la reina más reina, la flor más bella de las flores”, ahora era conocida por todo el país y participaría en una segunda fase, en Estados Unidos, donde representó con decoro a la belleza mexicana.
Antes de marchar, Vidal Corro insistió para que la muchacha se casara con él al volver de la competición. Ella aceptó y cumplió su promesa. El 29 de mayo de 1928 partió a concursar y aunque esta vez no se elevó triunfadora, sí recibió varias ofertas de trabajo, mismas que rechazó bajo la firme determinación de regresar a los brazos de su amado: “Moisés me exigió juramento de que regresaría al país para casarme con él”.
Teresa volvió a México y el 22 de septiembre de ese mismo año se casó a escondidas con el militar. Presentaron identificaciones falsas y testigos pagados. Al enterarse, los padres de María Teresa enloquecieron, pero lograron tranquilizarse pues la pareja aceptó realizar una boda por la iglesia el 1 de octubre.
El padre de María Teresa le dijo a un amigo: “Que Dios nos ayude. Se están casando Venus y Marte”. Con todo, ella era feliz, enamorada, una musa envuelta en ilusiones románticas.
La pareja se fue a vivir a la misma casa donde residía la familia De Landa, en la calle de Correo Mayor número 119, justo en el Centro Histórico. El general tomó esta decisión arrastrado por sus celos; cuando él no estuviese presente, serían los padres de Teresa quienes velarían por alejar de malos comportamientos a su esposa.
Tal era el yugo que deseaba sobre la joven, que Vidal Corro le prohibía leer el periódico: “una señora decente no tiene por qué enterarse de los crímenes y demás indecencias que llenan las páginas de los diarios”.
La desgracia desembocó cuando la primera esposa del general fue avisada de que este se había casado con la joven. Las mujeres compartían nombres y al mismo amante: ambas se llamaban María Teresa y se habían entregado ciegamente a Vidal Corro.
El último juicio oral de la época
La mañana del domingo 25 de agosto de 1929, María Teresa y su esposo se levantaron tarde. Él tomó sus cigarrillos, una pistola y un libro; se fue a la sala y se sentó a leer. Ella tardó más en levantarse de la cama, se envolvió en una bata de seda azul y se dirigió al comedor.
Fue allí donde encontró los diarios del día. Tomó la Prensa y vio su retrato en primera plana, el titular anunciaba que la señora María Teresa Herrerón López, acusaba a su esposo Moisés Vidal Corro de bigamia y presentaba a Miss México como una adultera.
El diario aseguraba, en primera plana, que tanto ella como su esposo, el general Moisés Vidal, eran culpables del delito de bigamia, pues el militar tenía otra esposa, una mujer llamada María Teresa Herrejón, con quien había contraído matrimonio seis años atrás.
De repente, María Teresa comprendió por qué Moisés no le permitía leer los periódicos; por qué una parte de los ingresos de su esposo iban a dar a Veracruz.
María Teresa se sintió herida y fuera de sí. Corrió a enfrentar al que hasta entonces se le había presentado como el hombre perfecto. Su vida se hacía pedazos, sus ilusiones se tronchaban en un instante, airada, le reclama al general esa primera plana en La Prensa, que le revela de golpe un engaño. “No te fijes de esas cosas”, responde su esposo.
Ciega de furia alcanzó el arma y amenazó con matarse.
-No Tere, tú no.- Le rogó él.
– ¡No te me acerques porque te disparo!- gritó ella.
Moisés Vidal trató de persuadirla y Teresa, totalmente llevada por la ira, giró la Smith & Wesson calibre 44 y disparó contra su esposo. Seis disparos sucesivos retumbaron y sofocaron la vida del militar: dos heridas en la cara y las restantes en el cuerpo. El final llegó.
Fotografía tomada pocos minutos después de la tragedia en la que María Teresa de Landa disparó contra su propio esposo, el general Moisés Vidal Corro.
Cuando se dio cuenta de lo que había hecho trató de matarse, pero ya no había balas. La desesperación la llevó al cuerpo inerme del general, lo tomó entre sus brazos y lo besó. “Perdóname, perdóname, perdóname”, le imploró entre lágrimas.
María Teresa no recuerda lo ocurrido. Como si volviera de un sueño, de repente ve el cadáver baleado de Moisés Vidal. La madre de la muchacha irrumpe en la pequeña sala de la casita de Correo Mayor 119, y la encuentra llorando junto al cuerpo.
La señora Débora Ríos le quitó el arma y pidió ayuda. María Teresa recibió a los policías con su bata manchada de sangre.
-No diré nada, solamente delante de un juez y de mi abogado defensor, el licenciado José María Lozano.- Sentenció la asesina.
Los padres de Miss México y ella misma fueron trasladados a las oficinas de la segunda comisaría. Frente al comisario Quintana, la acusada declaró: “yo lo maté, a pesar de que lo adoraba. (…) Desde ese momento, lo único que anhelo es matarme y lo habré de conseguir”.
“La Señorita México mató a su esposo de seis balazos”, cabecea La Prensa el lunes 26 de agosto de 1929. María Teresa Landa es llevada a la vieja y temible cárcel de Belén. Allí se llevará a cabo su juicio.
En la imagen se observa el momento en el que se reconstruían los hechos, siguiendo las declaraciones de la acusada, “Miss México”.
Se echa a andar el mecanismo judicial de la época: se toma declaración a los parientes de la autoviuda y es 1 de septiembre cuando se lleva a cabo la reconstrucción de los hechos en la casa de Correo Mayor 119.
El licenciado J. Jesús Zavala, juez al que tocó conocer el asunto, no dudó de la veracidad en las palabras de la bella mujer. Inmediatamente el caso pasó al Jurado Popular; desde 1919 el presidente Venustiano Carranza había instaurado los juicios de esa índole, en los que un grupo de 12 personas debía decidir la suerte de las acusadas. Este fue el último de su tipo, pues en adelante se abolió la institución y no se realizaron más juicios orales.
Es tal la curiosidad y la expectación que despierta el caso de la “Miss México” autoviuda, que se pone en práctica un recurso de la modernidad, del que ya se había echado mano durante el juicio del asesino de Álvaro Obregón: se transmitirá por radio, y los capitalinos de a pie, esos que en los sucesos de sangre, pasión y emociones al límite hallan una más de esas “ocasiones de contento”, escucharán sin perder detalle, el proceso donde participa un fiscal que se revelará como implacable y que se siente defensor de la moral pública: Agustín Corona. Actúa como defensor de la reina de belleza, un abogado de fama: José María Lozano, que tiene en sus antecedentes, además de ser litigante de éxito, el haber ocupado alguna vez la cartera de Comunicaciones y Transportes.
Inicia el proceso: en el salón de la cárcel no cabe un alfiler. En la primera fila, atrás de María Teresa, su madre llora y se pasa todo el tiempo rezando. La Venus se presenta vestida con elegancia moderna, pero sobria: viste de oscuro, lleva medias de seda negra, totalmente con la mirada más ausente que nunca y su belleza nostálgica. La gente y la prensa se arremolinaban en el juzgado para enterarse del desenlace.
El ambiente ahogaba, el calor hacia sudar a los presentes cuando Ignacio Bustos, representante legal de la parte acusatoria, dijo: “No me asustan las mujeres vestidas con traje de baño”.
El licenciado Ignacio Bustos trató de presentar a María Teresa como una mujer descarada, mostrando cuatro fotografías donde aparecía con poca ropa: en la primera se le veía en una cama, con el pecho descubierto y fumando; en la segunda, un gato se aproxima a la fumadora, y en la tercera, el felino se recostaba entre los blancos pechos. En otra foto, su cuerpo se mostraba desnudo. Ella, indignada protesta. Las imágenes las tomó su marido.
María Teresa de Landa esperaba el veredicto en un sillón, contrario a la mayoría de los acusados a los que se les entregaba una silla sencilla.
Tocó el turno del famoso defensor, el también llamado Chema Lozano, quien dirigió a los presentes un discurso elocuente: “ La señora Landa de Vidal, al cometer el hecho que se le imputa, obró violentada por una fuerza moral, que le produjo el temor fundado e irresistible de un mal inminente y grave en su persona”.
María Teresa los hipnotizó a todos, los seducía tan sólo con su presencia. La conclusión la favorecía, fue absuelta de todo crimen y tomó la palabra para dirigirse al auditorio: “El jurado sabrá comprender cómo los imperativos de mi destino me llevaron al arrebato de locura en que destruí, con el hombre a quien amaba con delirio, mi felicidad”. Tras estas palabras el público explotó en llanto, vítores y aplausos de aprobación. Miss México quedaba libre. Vidal Corro estaba muerto.
Un secreto que guardó toda su vida
Aunque el veredicto de los jueces era claro, aún quedaban dudas sobre lo sucedido. Algunos creían que María Teresa no era la homicida. Los hermanos de la víctima, Tomás y Alfonso Mario Vidal Corro, aseguraban que su hermano no había sido asesinado por Miss México.
El señor Antonio B. Quijano, experto del laboratorio de criminalística e identificación de la jefatura de policía, quien tomó conocimiento del caso minutos después de desarrollarse la tragedia, opinaba que Teresa no era la asesina del general; se creía que ella no habría podido manejar la pesada arma que sirvió para cometer el homicidio, pues la joven supuestamente no falló un solo tiro a pesar del calibre del arma y de su constitución.
Antonio Quijano aclaró: “no se comprobó, tampoco, si los hermanos estaban o no en la casa, aunque yo supe que, por lo menos uno de ellos sí se encontraba allí a la hora de lo ocurrido, pero no se practicó ninguna investigación sobre el particular”. Las sospechas quedaban al aire, cubiertas por un halo de incertidumbre y conmoción.
¿Pudo haber sido el hermano de ´Miss México´ (el asesino)? Tal vez, pero no lo conocemos… Consuelo Reyes López, una amiga de María Teresa, que fue condiscípula de ella en la Normal, asegura que fue un amante de ´Miss México´ (…) Sólo la opulenta orquídea tiene el secreto y quizás nunca lo revelará”.
Lo cierto es que al preguntarle si se arrepentía de matar a su esposo, ella expresó: ¡Quién sabe! Prefiero cultivar con sublime amor el recuerdo de Moisés ya muerto, que haberle odiado en vida por destrozarme lo más caro en todo ser humano… ¡el corazón!”.
Según el historiador Agustín Sánchez González, María Teresa vivió muchos años y pasó de Miss México a profesora de Historia y Civismo en la Preparatoria Número Uno, lugar en el que ejerció hasta el día de su muerte, el 4 de marzo de 1992. Entre sus alumnos figuran los nombres de Octavio Paz, Jacobo Zabludovsky y Luis de la Barreda Solórzano.
En su libro El jurado Seducido, Luis de la Barreda escribió sobre su adorada profesora: “Era un privilegio ser su alumno. (…) Conversábamos de mujeres destacadas de vidas difíciles y lugares prominentes en la Historia. En un momento le dije que cómo podía saber tanto. Sonrió un instante antes de ponerse seria, dar un trago a su whisky y mirarme a los ojos abismalmente: ‘¿Sabe, De la Barreda? Hay algo en mi vida que ni usted ni sus compañeros de clase se imaginan. ¿Quiere oírlo?”
María Teresa, una mujer de belleza e intelecto prominentes, pasó de la hermosa joven intelectual a ser recordada como la Miss México que asesinó a su amante. Las historias dispares giran todavía alrededor de la versión oficial. La única certidumbre es que se llevó la verdad a la tumba y no dejó más que la memoria de un hecho escrito con sangre.
Fuente El Universal y La Crónica