• Un episodio poco conocido en la historia militar donde un error fatal dentro de las propias filas cambió el curso de un conflicto

 

Redacción / CAMBIO22

No siempre hace falta un enemigo para perder una guerra. A veces basta el miedo, una noche demasiado oscura y una señal mal interpretada. Eso fue lo que ocurrió, según las crónicas, en una batalla entre el Imperio Bizantino y los árabes en el siglo IX, cuando un ejército vencedor terminó derrotándose a sí mismo en una de las masacres más absurdas de la historia militar medieval.

El episodio tuvo lugar durante el reinado del emperador Constantino VII, en el marco de las guerras fronterizas entre el Imperio Bizantino y el Califato Abasí. No se menciona el lugar concreto, pero parece haber tenido lugar en la región de Capadocia, donde los combates eran constantes y cruentos. La batalla en cuestión parecía haber terminado bien para los bizantinos: habían repelido al enemigo árabe y, al caer la noche, se preparaban para acampar en el campo de batalla. Pero la oscuridad del lugar y el cansancio acumulado tras horas de lucha crearon un cóctel peligroso.

16  Leyenda ejército bizantino

El poder del miedo

Según la crónica, en medio de la noche los soldados empezaron a ver en la distancia unas extrañas luces que se movían entre la niebla. En realidad, se trataba de gases inflamables que se habían propagado debido a los cadáveres putrefactos: lo que hoy conocemos como fuegos fatuos, un fenómeno natural resultado de la materia orgánica en descomposición. Pero en la Edad Media este fenómeno se atribuía a almas errantes, motivo por el cual se conocían como “luz de muerto”.

Los soldados empezaron a entrar en paranoia al ver aquellas luces, pero eso no fue lo peor: algunos oficiales, agotados y tensos, las confundieron con lámparas de soldados árabes y creyeron que la retaguardia estaba siendo flanqueada por un gran número de enemigos; entonces entraron en pánico y ordenaron una retirada precipitada. En medio de la noche, con la visibilidad casi nula, los soldados comenzaron a huir e incluso a atacarse entre ellos debido al miedo y a la confusión.

Los relatos hablan de tropas que se arrojaron por precipicios para no ser capturadas, de caballos desbocados que arrastraban tiendas y soldados y de una carnicería que convirtió lo que había sido una victoria en una derrota doble. A la mañana siguiente, cuando salió el sol, lo que quedó fue un paisaje desolador: el ejército árabe había sido efectivamente rechazado, pero el bizantino no había corrido mejor suerte; la mayor parte de la infantería y la caballería ligera había muerto, y muchos oficiales de alto rango también.

Hoy en día muchos historiadores no están seguros de la veracidad de aquel episodio, entre otras cosas porque la crónica de este episodio no menciona la batalla ni el lugar concreto, algo bastante extraño en un documento oficial. Puede que, por algún motivo que no conocemos, el cronista omitiera estos detalles, aunque resulta más plausible pensar que quien redactó la crónica lo hizo a posteriori, con información de segunda mano, y que no disponía de ciertos detalles.

Otra posibilidad, menos probable pero no del todo descartable, es que se trate de un episodio legendario destinado a advertir sobre las consecuencias desastrosas de dejarse llevar por el pánico y la superstición, enemigos tan temibles como cualquier ejército enemigo. Este tipo de historias ejemplarizantes eran habituales en la literatura medieval, e incluso la historiografía “seria” está plagada de leyendas, historias orales y datos de dudosa veracidad. En todas las épocas existe aquella máxima que dice: nunca dejes que la verdad te arruine una buena historia.

 

 

 

Fuente: National Geographic

redaccion@diariocambio22.mx

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