Redacción/Cambio22

Daniela vivió sin saberlo durante casi 7 años siendo presa de los narcotraficantes de Los Zetas y del Cártel del Golfo, ya que no le permitían conocer ni el día ni la hora que era cuando la dejaban con uno de los clientes que debía atender en un tabledance. Si los capos se enteraban que preguntaba algún dato, Daniela recibiría una brutal golpiza como castigo.

“Yo no estuve en una casa de seguridad, como se guardan a los secuestrados. Cuando es trata de personas, es diferente porque no hay rescate, ellos quieren que tu familia piense que estás muerta para que no te busquen. No te guardan, te ponen a trabajar. Te sacan a la calle, a los bares, a los tabledance”. 

“Parece que eres una mujer libre, pero no lo eres”, recordó la mujer de origen nicaragüense que es una de las pocas víctimas que lograron escapar de sus captores citada por Vice News. Daniela a veces podía darse una idea del tiempo cuando uno de los clientes platicaba con ella. “No podía escuchar radio, ni televisión, ni leer periódicos, ni nada. Dormía en una casa de ellos, me llevaban con los clientes a hacer cosas muy feas, me quitaban el dinero y me regresaban a dormir”.

La mujer contó que el dinero se lo quitaba primero Los Zetas y después los del Cártel del Golfo, hasta que un día tuvo la oportunidad de que la ayudaran a escapar. “Vi a mucha gente morir de formas espantosas. Nadie se imagina lo que tuve que ver. Quiero hablar porque la gente tiene que saber lo que está pasando en la frontera con las jovencitas desaparecidas y con muchas de las que están dando sexoservicio en las zonas del narco”, mencionó.

Así engañó el narco a Daniela

Daniela trabajaba en una fábrica como costurera para mantener a sus hijos y a su madre en su natal Nicaragua. Ante las condiciones precarias en las que vivía por culpa de la pobreza, los narcos conocieron su punto débil por lo que en el momento que una desconocida le ofreció trabajo, con lo que así le ayudaría a pagar sus grandes deudas que acumulaba- no lo dudó y se fue con ella a la frontera con Honduras para ir a una supuesta reunión informativa.

Daniela era una mujer joven en su década como veinteañera, era esbelta, de baja estatura con la piel morena tensa sin un atisbo de arrugas en su rostro. Sin embargo, tras esos años, ahora la mujer tiene cicatrices en su cara, con un ojo desviado y con la mitad de su cara paralizada por las golpizas que recibía de los narcos. Ya tenía instalado un chip para que fuera localizada.

En aquellos años en Nicaragua no habían llegado los narcos a diferencia de otros países de Centroamérica, por ello, Daniela no sospechó que se tratara de un asunto donde el crimen organizado estuviera involucrado. En el trayecto a la reunión, la camioneta donde Daniela iba junto con otras dos mujeres, de pronto tuvo una falla mecánica y quedaron en medio de una zona donde solo había maleza, de ahí salieron varios hombres armados y la obligaron a subir a otros carros mientras la gente que la llevó salía ilesa.

Así fue llevada a un tabledance donde durante los primeros 15 días sufrió los horrores de ser una víctima de trata y abuso sexual. “Nos hacían hacer cosas muy humillantes. Una les decía ‘¿pero por qué quieres hacer eso?’ y decían que ya habían pagado por nosotras, que teníamos que hacer lo que quisieran. Yo no sabía hacer muchas cosas y, pues, me golpeaban para que aprendiera”. Tras esa primera experiencia, Daniela fue llevada a Chiapas y ahí vio como una a una de las otras mujeres eran entregadas como mercancía a otros hombres.

Ella fue la última en llegar y se dio cuenta en dónde estaba cuando le colocaron un letrero que decía “Nuevo Laredo”, estaba en Tamaulipas. Uno de los sicarios le mostró un arma de fuego larga y presumió que ahora estaba con Los Zetas. Así tuvo que hacer por lo menos 10 servicios sexuales al día para evitar que la golpearan.

En Nicaragua su familia la buscó, pero pasados tres años la dieron por muerta. Uno de los castigos que sufría era que le quemaban las piernas con un fierro caliente por no saber descolgarse del tubo de la pista de baile. Así pasaron varios años hasta que contó sin dar detalles que una persona la ayudó a escapar y logró quitarse el chip.

Solo dijo que un hombre se jugó la vida al meterla en la cajuela de su carro. “Me ayudaron, me sacaron del lugar, me pagaron transporte a la Ciudad de México y huí de ese lugar”, dijo al recordar que aquella persona aún vive en las zonas que entonces controlaba el Cártel del Golfo antes de 2016 cuando hizo su relato.

 

 

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