• La ternura y las características de los animales jóvenes activan respuestas emocionales en las personas, explicando por qué se vuelven tan populares en redes sociales

 

Redacción / CAMBIO 22

Hace pocos meses, un pequeño animal desató el furor en las redes. Se trataba de Moo Deng, una cría de hipopótamo pigmeo nacida en el zoológico de Khao Kheow, en Tailandia, que se hizo viral por su aspecto adorable y su comportamiento rebelde.

Moo Deng no es una excepción: por lo general los animales bebés nos despiertan sentimientos de ternura, incluso cuando se trata de especies que, una vez adultas, nos infundirían respeto o temor. Y no es casualidad, ya que la ciencia ha descubierto que los humanos – y los mamíferos en general – estamos “programados” para sentirnos así ante un animal de corta edad. Y existen razones evolutivas para ello.

Moo Deng 1 (CHINE NOUVELLE, SIPA, Cordon Press)

Los humanos, un caso particular

Dentro de la clasificación tradicional de los reinos animales (peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos), estos últimos son los que establecen una relación de cuidado más prolongada y estrecha con su descendencia, junto con algunas aves como los pingüinos. Esto implica que los progenitores deben proporcionarles alimento y protección, lo cual implica ceder parte de su propio alimento o ponerse en situaciones de peligro para protegerlos.

Los humanos somos un caso muy particular porque somos la especie que cuida durante más tiempo a su descendencia. Muy pocas especies se nos acercan en términos de cuidado prolongado, como los elefantes, las orcas y algunos primates, que pueden llegar a los 10 años de “infancia”. Incluso otros mamíferos, aunque pueden permanecer dentro del núcleo familiar o social toda la vida, son adultos capaces de sobrevivir por sí solos a los pocos años de vida.

En nuestro caso, esta infancia prolongada se debe no solo a nuestro ritmo de crecimiento más lento, sino también a la complejidad del desarrollo cerebral y a la adquisición de las habilidades sociales necesarias para la supervivencia en la sociedad, que hacen que las “crías” humanas sean totalmente dependientes de sus progenitores de un modo que no sucede en ninguna otra especie. Y a consecuencia de ello, hemos desarrollado un instinto de cuidado que no solo se extiende a nuestra especie, sino también a otras.

El patrón del bebé

En biología evolutiva, esto responde a un fenómeno llamado “patrón del bebé” (baby schema) que está enraizado en nuestro cerebro y hace que estemos “programados” para que nos parezcan adorables los animales con rasgos tiernos. Esto puede parecer subjetivo, pero se ha comprobado que hay una serie de factores objetivos que determinan esta percepción de ternura.

Foca bebé (iStock, Iurii Buriak)

Según los investigadores, las características que conforman el “patrón del bebé” son estas: una cabeza grande en relación con el tamaño del cuerpo; una frente prominente; ojos grandes situados en la parte baja de la cabeza; nariz y boca pequeñas y muy juntas; mejillas y cuerpo redondos y regordetes; extremidades cortas y gruesas, y movimientos tambaleantes.

Los bebés humanos y muchos mamíferos cumplen estos parámetros; en cambio, en los otros reinos animales no son tan habituales salvo en algunas aves. Sin embargo, pensemos en las especies que requieren un cuidado parental largo, como los pingüinos: ¿Verdad que sus crías también nos parecen adorables?

La explicación es muy sencilla: este aspecto infantil despierta sentimientos de protección y a la vez es una señal de indefensión. Es la manera que tiene la naturaleza de decir: “Te necesito, cuida de mí”. Un artículo titulado, muy elocuentemente, Irresistible: Cómo la ternura programó nuestros cerebros y conquistó el mundo, lo desarrolla y da la siguiente explicación científica:

“La percepción de ternura atrae nuestra atención muy rápidamente (en 1/7 de segundo) al desencadenar una respuesta en la corteza orbitofrontal, la red de placer y recompensa del cerebro. Esta rápida actividad neuronal parece estar seguida de procesos de valoración más lentos que provocan conductas de cuidado, disminuyen la agresión y activan redes implicadas en el juego, la empatía y la compasión”.

Por qué los animales se vuelven virales

Dicho de una forma más simple, “buscamos la ternura porque nos hace sentir bien”, explica Joshua Paul Dale, autor del estudio. Cuando vemos algo que nos parece tierno o adorable, nuestro cerebro activa los mecanismos que nos hacen sentir placer. Y una reacción inmediata es querer compartir esa fuente de placer con otros, lo cual en la era de las redes sociales se traduce en compartirlo con nuestros amigos y seguidores.

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Las fotos, pero especialmente los vídeos de animales bebés, tienen un gran potencial para volverse virales porque cumplen todos los requisitos del “esquema del bebé”. Los vídeos en particular suman el último factor, el movimiento, junto con la certeza de que el animal puede hacer algo divertido. Moo Deng, por ejemplo, se hizo viral en parte gracias a un vídeo en el que mordía las botas de su cuidador. Algo similar pasa con los vídeos de cachorros haciendo travesuras que se comparten en las redes sociales.

Algunos de estos vídeos son tan honestos que se titulan “Cosas que son adorables cuando las hacen los perros pero molestas cuando las hacen las personas” y muestran a estos animales haciendo sus necesidades, invadiendo nuestro espacio personal o robando zapatos y calcetines. Es probable incluso que, si viéramos a un bebé humano hacer muchas de estas cosas molestas, le corrigiéramos. ¿Por qué esa incongruencia?

La razón principal es que sabemos que los animales no actúan con malicia ni intención consciente de molestar y, además, muchas veces no suponen un perjuicio real. Esto hace que sus travesuras sean vistas más como encantadoras que como verdaderamente molestasy no generen en nosotros una frustración como la que sí sentimos con un bebé, ya que en este caso lo percibimos como una carencia de educación que hay que corregir. Al no percibir una intención maliciosa, nuestras reacciones suelen ser indulgentes, ya que vemos estas acciones como inocentes o espontáneas.

Finalmente, el humor muchas veces actúa como una válvula de escape para el estrés o las frustraciones de la vida cotidiana. Ver un vídeo en el que un perro roba un zapato o un gato empuja un vaso desde una mesa nos da una pequeña descarga emocional de alivio y nos reímos porque, aunque la situación sería molesta si nos ocurriera a nosotros, verla desde fuera en un contexto inofensivo y cómico nos permite disfrutar de ese caos sin sentirnos involucrados directamente.

 

 

 

Fuente: National Geographic

redaccion@diariocambio22.mx

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