Renán Castro Madera/CAMBIO 22

La penetración del narcotráfico en agencias especiales tanto de Estados Unidos y en especial de México, se comprobó tras la matanza de más de 300 personas en Allende Coahuila.

Y es que apenas el pasado 21 del mes en curso, el Presidente Andrés Manuel López Obrador dió a conocer que el gobierno que encabeza decidió clausurar la Unidad de Investigaciones Especiales (SIU por sus iniciales en inglés).

Está agencia de investigaciones especiales dependiente en otros sexenios de la entonces Policía Judicial Federal, trabajaba en conjunto con la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA), los cuales habían entrenado y capacitados a los agentes mexicanos para llevar a cabo investigaciones secretas y de alto impacto contra jefes del narcotráfico en nuestro país.

Al comprobarse que algunos de sus miembros mantenían relaciones con el crimen organizado, la actual administración federal ordenó su cierre inmediato.

En un estudio realizado por la organización no gubernamental Insight Crime se destaca que el desmantelamiento de la Unidad de Investigaciones Especializada (SIU) por parte del gobierno mexicano y que colaboraba de manera cercana con agentes antidrogas de Estados Unidos, plantea dudas sobre el estado actual de la cooperación bilateral y la confianza entre ambos gobiernos para tratar con información sensible sobre organizaciones criminales.

Las agencias de ambos países hoy se encuentran más alejadas que nunca y las dudas que persisten ha generado la disminución en detenciones de alto impacto, por la falta de confianza entre ambos países.

El gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador, determinó desmantelar el SIU, cuando aparecieron datos sobre la filtración de funcionarios de la mencionada dependencia al cártel de los Zetas en el año 2011 y que desencadenó en la matanza de Allende Coahuila.

De acuerdo a versiones de los propios agentes de la DEA y declaraciones del hoy detenido Iván Reyes Arzate, titular del SIU, en los sexenios de Vicente Fox Quesada y de Felipe Calderón Hinojosa, la filtración en la agencia mexicana, alertó a los jefes máximos de los Zetas, Miguel Ángel y Omar Treviño Morales, sobre la investigación en su contra que había iniciado en Dallas Texas.

A principios del año 2018, uno de los altos jefes de la unidad, Iván Reyes Arzate, se entregó a las autoridades federales estadounidenses para enfrentar cargos por compartir información sobre las investigaciones de la DEA con narcotraficantes. No queda claro si Reyes fue la fuente de la filtración en el caso de Allende.

Y es que a raíz de una serie de detenciones realizadas por la DEA en Dallas Tejas, a través de una operación antinarcóticos conocida como Too Legit To Quit (Demasiado Legítimo para Rendirse) pudieron ubicar al jefe Zeta en la zona, luego que asegurarán en una camioneta 802,000 dólares.

En esas detenciones la agencia estadounidense pudo saber que el jefe se llamaba José Vázquez Jr. “El Diablo”, mismo que al ser detenido relacionó a los hermanos Treviño Morales, con el dinero y la droga incautada en esa zona.

A través de negociaciones con El Diablo, la DEA pudo obtener los PIN de los teléfonos Blackberry que utilizaban los criminales para comunicarse.

Sin embargo, la alta penetración del narco en la agencia de investigaciones mexicana SIU, provocó que de inmediato los jefes Zetas de inmediato supieran las investigaciones que pesaban en su contra.

No fue difícil para los Zetas reducir la lista de delatores bajo sospecha, porque muy poca gente tenía acceso a sus números PIN. Entre ellos estaban Mario Alfonso «Poncho» Cuéllar, el lugarteniente más importante de los Treviño en Coahuila, y Héctor Moreno, mano derecha de Cuéllar.

Sin decírselo a Cuéllar, Moreno le había dado los números PIN a la DEA.

Le estaba devolviendo un favor. El hermano de Moreno, Gilberto, era el conductor del camión que había sido detenido con 802 000 dólares producto de las ventas de drogas de los Zetas en una zona de Dallas Texas.

Alrededor de tres semanas después de que Vasquez le diera los números PIN a la DEA, los jefes del cartel recibieron la noticia de que uno de los suyos los había traicionado y lanzaron una ola de venganza. Fuentes oficiales cercanas al caso dijeron que un supervisor de la DEA en Ciudad de México compartió información relacionada con los números con una unidad de la policía federal mexicana conocida como Unidad de Investigaciones Sensibles, cuyos agentes habían sido entrenados y examinados por la DEA. A pesar de ello, tenía un pobre historial manteniendo información fuera de las manos de delincuentes. Un oficial de la unidad, dijeron las fuentes, fue el responsable de la filtración.

Cuando ocurrieron los hechos, los jefes de la unidad no respondieron a múltiples solicitudes de entrevistas.
Sin embargo, a principios de este año, uno de los supervisores de la unidad, Iván Reyes Arzate, se entregó a las autoridades federales estadounidenses para enfrentar cargos por compartir información sobre las investigaciones de la DEA con narcotraficantes. No queda claro si Reyes fue la fuente de la filtración en el caso de Allende o si algún agente de Estados Unidos, participó en alianza con los criminales.

Por lo que no fue difícil para los Zetas reducir la lista de delatores bajo sospecha, porque muy poca gente tenía acceso a sus números PIN. Entre ellos estaban Mario Alfonso «Poncho» Cuéllar, el lugarteniente más importante de los Treviño en Coahuila, y Héctor Moreno, mano derecha de Cuéllar.

Una investigación realizada por una agencia de periodismo de investigación ProPublica, National Geographic y la reportera Alexandra Xanic, da cuenta en una serie de entrevistas lo anterior:

Le estaba devolviendo un favor. El hermano de Moreno, Gilberto, era el conductor del camión que había sido detenido con 802 000 dólares en el tanque de gasolina. Frente a la posibilidad de pasar 20 años en prisión, Gilberto había confesado que trabajaba para los Zetas y que el dinero pertenecía a los Treviño. Vasquez había arreglado que su abogado representara a Gilberto y prometió que impediría que nadie más del cartel supiera sobre sus declaraciones incriminatorias.

Mario Alfonso «Poncho» Cuéllar, operario convicto de los Zetas en declaraciones reconoció que se había dado cuenta que lo investigan Los Zetas al solicitarle los 596 kilos de cocaína que almacenaba del cartel y el Zeta-40 mandó a una persona para quitárselos.

Esto era algo que les había visto hacer muchas veces. Cada vez que El 40 planeaba matar a alguien en la organización, primero se aseguraba de recuperar su mercancía.

Me mandó una foto de sí mismo, cubierto con dibujos de sapos. Al pie de la foto escribió: «Mira, güey, me balacearon por los pinches sapos». Sapos es la palabra que utilizan para los soplones.

Llamé al 40 y le pregunté: «¿Oye, qué onda con eso?». No respondió. Lo único que me dijo fue: «Necesito verte. ¿Dónde vas a estar más tarde?».

Le dije que iba a estar en las carreras de caballos. Pero no fui. Llamé a gente mía y les pedí que checaran qué pasaba allí. Después de llegar, me llamaron y me dijeron «Estás fregado». Uno de los hombres de 40 estaba allí, mentándome la madre porque no había ido. Ahí supe que me tenía que ir.

Empecé a llamar a toda mi gente, les dije: «Sálganse, que hay bronca». Ninguno de ellos me hizo caso, desafortunadamente. Cuando El 40 no pudo encontrarme, fue por ellos.

Vasquez, Jr., operario convicto de los Zetas: Héctor [Moreno] me llamó y me dijo que se venía un desmadre infernal. Me preguntó qué había hecho con los números. Le dije que se los había entregado a la DEA. Me dijo: «Algo está pasando. De alguna manera, los Zetas se enteraron».

Le llamé a Richard [Martinez] y le pregunté: «¿Qué hiciste con los números?». Contestó: «Hombre, los mandaron a México».
Le dije: «Hombre, ¿cómo dejaste que eso pasara? Te dije lo que iba a pasar si esos números llegaban a México».

Richard respondió: «Hombre, yo no fui. No fue mi decisión. Vino de más arriba. El jefe lo hizo. Mandaron los números a México pensando que tenían un amigo allí en quien podían confiar».

Gonzalez, asistente del fiscal estadounidense: Richard llamó y dijo que teníamos los números, pero que habían sido enviados a México. Exclamé: «¿Qué?». No nos habíamos reunido para discutir cómo manejarlos. Me enojé. Creo que Richard pensaba como yo. Tampoco quería que se hiciera de esa manera, pero estaba fuera de su alcance. Dijo: «Son los jefes. Es la gerencia».

Sabía bien que había problemas de discreción en México. Cuando en ocasiones anteriores se había pasado información, siempre parecía que algo iba a suceder.

Habíamos tratado desde hacía tiempo de ubicar a los Treviño. Tratar de saber cuál sería el mejor mecanismo para poder decir, finalmente, «Aquí están, en este momento». Sabíamos que se movían mucho. Esta era una de las oportunidades en que podías hacerlo. Era algo con lo que habíamos batallado por mucho tiempo. Habíamos presionado a gente para que cooperara. Habíamos apresado a esposas y madres, y habíamos realizado todos esos grandes arrestos.

Era una gran oportunidad. Pero se desperdició porque no se hizo bien y se puso en riesgo.

Vasquez, Moreno, Cuéllar y Garza, cuyo rancho familiar fue la escena de muchos de los asesinatos, huyeron a Estados Unidos cuando empezó la masacre y accedieron a cooperar con las fuerzas de la ley estadounidenses a cambio de clemencia. Los escalofriantes reportes de lo que estaba pasando en Allende hicieron que las autoridades de Estados Unidos se dieran cuenta de la ira que había desencadenado aquella filtración.

A plena vista de los transeúntes y no lejos de la estación de policía, del departamento de bomberos y de un puesto militar, los Zetas demolieron casas y comercios en Allende. Quien fuera el alcalde durante la masacre de Allende aún vive al otro lado de la calle frente a esta casa. Él informó al inicio que no había visto evidencia alguna de violencia.

Cuéllar, operario convicto de los Zetas: Me acuerdo de mi primera reunión con la DEA. Les expliqué lo que estaba pasando en Coahuila, sobre toda la violencia. Me acuerdo que Ernest [Gonzalez] se levantó de la mesa, salió y enfrentó a uno de los jefes de la DEA. Empezó a gritarle. Dijo algo así como: «¿Escuchaste lo que está pasando? Todo esto porque mandaste aquellos números a México».

González, fiscal federal adjunto: Le dije que esto era una porquería. Las cosas nunca tenían que haber pasado así. Teníamos información que nos podría haber ayudado a capturar a estos tipos, pero, por la manera como se manejó, todo se desmoronó. Y ahora era un maldito lío.

LA SECUELA

Durante años, las autoridades federales y estatales en México no parecieron hacer un verdadero esfuerzo por investigar la masacre de Allende. Los números de muertos y desaparecidos estimados oscilan dramáticamente entre la cifra oficial, 28, y la de las asociaciones de las víctimas, alrededor de 300.

ProPublica y National Geographic han identificado aproximadamente a 60.

Los familiares fueron abandonados a su suerte a la hora de juntar las piezas de lo que pasó y reconstruir sus vidas.

En mayo de 2011, Héctor Reynaldo Pérez levantó un reporte de persona desaparecida con las autoridades estatales. Su hermana, que se había casado con un Garza, había desaparecido junto con su familia entera. Menos de un año después, el mismo Pérez desapareció. Un informe por parte de investigadores independientes de derechos humanos en El Colegio de México halló evidencia de que Pérez había sido visto por última vez en custodia de oficiales de la policía de Allende.

Después de eso, pocos familiares de las víctimas se atrevieron a buscar ayuda con las autoridades, mucho menos a hablar públicamente sobre su tragedia. Varios se mudaron a los Estados Unidos.

Y está historia fue llevada a la televisión a través de una serie llamada Somos, producida por Netflix en dónde dan cuenta de la masacre de Allende Coahuila y que por más de 10 años ninguna autoridad en México hizo algo por investigar la y las autoridades norteamericanas prefirieron guardar silencio y condecorar a sus agentes en vez de investigar a fondo la participación de sus agentes en una matanza de las más crueles y sanguinarias llevadas a cabo en territorio americano.

 

Continuará…

 

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