La Intervención de Quintana Roo

Efraín Villanueva Arcos/ CAMBIO22

“Así fue como llegué a sospechar que la clave para resolver el problema de la aparición histórica de América estaba en considerar ese suceso como el resultado de una invención del pensamiento occidental y no ya como el descubrimiento meramente físico, realizado, además, por casualidad”. Edmundo O’Gorman.

Justo hacia la mitad del siglo XIX surgió en Yucatán una rebelión indígena que tuvo alcances de una gran violencia social. Fue conocida como “Guerra de Castas” e inició con una sublevación en 1847 en Tepich, un pueblo que hoy pertenece a la geografía del estado de Quintana Roo. Esa rebelión se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, aunque oficialmente concluyó un 3 de mayo de 1901.

Al consolidar su control político de la nación, hacia 1877, el gobierno de Porfirio Díaz empieza a vislumbrar la necesidad de resolver los levantamientos armados y fijar en definitiva los límites geográficos en el sur -en previsión a que no suceda lo del norte. Para este objetivo, el porfiriato se fijó dos estrategias fundamentales para recuperar el control y la soberanía nacional de la región oriental de la península de Yucatán que estaba en poder de los mayas rebeldes.

La primera fue iniciar un delicado proceso de negociaciones con Gran Bretaña para definir los límites entre México y Honduras Británicas, y la segunda fue preparar una expedición militar para someter definitivamente a los mayas rebeldes. Ambas estrategias estaban sumamente entrelazadas, pues aprovechando que los mayas mantenían el control de las selvas orientales, los colonos ingleses les suministraban armas y pertrechos de guerra a los rebeldes a cambio de permiso para aprovechar maderas y palo de tinte.

Eran los tiempos de la expansión imperial, y los ingleses justificaban su presencia en ese cinturón de América por la derrota que infligieron a los españoles en la batalla de Cayo San Jorge del 10 de septiembre de 1798, fecha que marcó la legitimidad de la presencia inglesa en Belice.

La primera estrategia se consolidó con la firma del tratado de límites Mariscal Saint John de 1893, en tanto la segunda estrategia fue la expedición militar de exterminio en contra de los mayas rebeldes concluida en 1901, para la cual se habían seleccionado a los militares de mayor experiencia entonces: Ignacio Bravo, Aureliano Blanquet y Victoriano Huerta, todos ellos de triste memoria.

La invención del Territorio Federal de Quintana Roo (24 de noviembre de 1902) fue entonces motivada por un par de razones: primero “pacificar” y controlar definitivamente una región que ya tenía medio siglo de autonomía maya, y segundo fijar con precisión los límites al expansionismo británico. Otra razón secundaria pero no menos importante, fue recuperar para los grupos de poder del porfiriato el acceso a los abundantes recursos naturales de la región oriental de Yucatán que los mayas rebeldes habían impedido. Confirma esta aseveración que las primeras acciones del gobierno central en el nuevo territorio federal fueron la entrega de grandes concesiones de tierra para los allegados del régimen.

La invención en 1902 del territorio federal de Quintana Roo tuvo entonces su raíz en esa lucha y esa prolongada autonomía de los mayas de Chan Santa Cruz que, si bien entregaron su pueblo santuario, encontraron otras regiones de refugio y mantuvieron su aislamiento por lo menos hasta el período cardenista, cuando el modo de incorporarlos al control federal fue dotarlos de ejidos garantizándoles el acceso a los recursos forestales que siempre han sido su modo de sustento.

Quintana Roo fue nuevamente inventado en 1974 cuando se decidió promover la entidad a la categoría de Estado Libre y Soberano, bajo la férrea tutela política del gobierno federal que ya había decidido favorecer el desarrollo turístico de la región.
Ávidos de divisas, los planificadores de Hacienda y del Banco de México concibieron el negocio de aprovechar los prístinos recursos naturales de la entidad, sobre todo sus playas y humedales y promovieron la creación del primer centro turístico integralmente planificado del país: Cancún. Esa fue la fantasía de los banqueros, según la expresión acuñada por Fernando Martí, la que sin lugar a dudas ha sido un gran negocio.

Los mayas, en esa ecuación, simplemente aparecieron como mano de obra barata y pobremente calificada que debía irse integrando al nuevo negocio turístico, aunque su imagen y el poder de su antigua cultura siempre ha estado presente en la mercadotecnia del turismo. Así surgió la Riviera Maya, la Costa Maya y, más recientemente, el Tren Maya y quizá pronto sabremos del Bienestar Maya.

Sin embargo, el modelo puramente extractivo que se inventó en 1974 está agotándose. El crimen organizado y el desorganizado, la contaminación y los daños a los recursos naturales, la corrupción y los malos gobiernos, han desgastado el modelo turístico de sol y playa. Pero Quintana Roo ya no aguanta una nueva invención u ocurrencia. Preocuparía que llegue alguien que en vez de trenes le gusten los barcos, y quiera construir un canal de navegación interpeninsular para conectar cenotes y ríos subterráneos.

Para honrar el legado y la permanencia de los mayas, que fueron el pretexto para inventar Quintana Roo, lo único que se debe hacer es recuperar la vocación forestal de la entidad, la preservación y el aprovechamiento sustentable de la selva y sus humedales, la conservación y el cuidado de sus polinizadores – las abejas, los murciélagos, las mariposas y con todo ello alentar y estimular la sabiduría ancestral de los mayas en el manejo forestal, que de eso sí saben.

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