• El campo de la gastronomía constituye uno de los ámbitos donde los préstamos lingüísticos y los extranjerismos han dejado la huella más profunda

 

Redacción / CAMBIO 22

La lengua es un instrumento vivo, en constante evolución. A lo largo de la historia, el español se ha enriquecido con voces extranjeras que han penetrado en su léxico, reflejando los cambios culturales, sociales y tecnológicos de cada época, y de esta manera podríamos rastrear parte de la historia de una región a través de las palabras. En particular, el campo de la gastronomía constituye uno de los ámbitos donde los préstamos lingüísticos y los extranjerismos han dejado la huella más profunda.

La evolución de una lengua nunca se detiene. La necesidad de nombrar nuevas realidades, avances o productos obliga a recurrir a mecanismos como los neologismos, que abarcan tanto la creación de nuevos términos como la adopción y adaptación de palabras extranjeras. Se señala que los préstamos conforman un 41% del vocabulario español, aunque solo representan un 10% en el uso real, mientras que las palabras heredadas equivalen a un 23% y las creadas a un 35%.

Este contacto cultural y lingüístico puede producirse de tres maneras: mediante la aceptación directa de palabras extranjeras, a través de la adaptación ortográfica o fonética de los términos para ajustarlos al sistema español, o bien mediante calcos semánticos, en los que se traducen literalmente los elementos de un término extranjero, como ocurre con perrito caliente de hot dog o milhojas de mille-feuille.

La Real Academia Española distingue entre extranjerismos crudos o no adaptados, como pizza, consommé o brunch, y extranjerismos adaptados, que se modifican para ajustarse al sistema, como croissant convertido en cruasán o gnocchi en ñoqui. También existen los xenismos, términos que se mantienen intactos por falta de un equivalente en español, como sushi o tofu, y los híbridos, que combinan una raíz extranjera con morfología española, como cruasantería, derivada de croissant más el sufijo -ería.

El español ha recibido préstamos de múltiples culturas a lo largo de su historia. De los árabes, con su legado de ocho siglos, heredó arabismos en agricultura y gastronomía como albóndigas, aceituna, azafrán, azúcar, ajonjolí, naranja y limón. Del italiano, sobre todo durante el Renacimiento, llegaron voces relacionadas con el arte, la música y la cocina, como ravioli, tallarín, espagueti, ñoqui, mozzarella y carpaccio. El francés, presente desde la Edad Media en España gracias al Camino de Santiago y con mayor fuerza en los siglos XVII y XVIII, cuando París se convirtió en el centro gastronómico europeo, aportó palabras como crepe, chantillí, besamel y paté. El inglés empezó a ejercer influencia en el siglo XVIII y hoy predomina debido a la globalización y a la tecnología, pero en cocina aporta términos como bistec, bacón, sándwich, cupcake, muffin o kétchup. Los pueblos indígenas americanos también dejaron una huella imborrable tras el encuentro de 1492, pues los conquistadores españoles incorporaron indigenismos como chocolate, tomate, cacahuete y aguacate del náhuatl; abatí y ananás del guaraní; y ají y barbacoa del taíno.

Estos préstamos muestran además una gran variación regional. La palabra bistec, proveniente de beefsteak, se usa como bife en Argentina, Perú y Uruguay, como bistec en México y Venezuela, como bisté en Puerto Rico y como bisteque en Chile. Algo similar ocurre con sándwich, que en Chile y Costa Rica se pronuncia sánguche, en Colombia y Ecuador sánduche, en México se sustituye a veces por torta, en España por bocadillo y en Argentina por emparedado o incluso panque.

El término bacón se adapta en España como beicon o bacón, mientras que en México se reemplaza por tocino, en Argentina por panceta y en el Caribe por tocineta. El caso de crepe es también ilustrativo, la RAE acepta crepe o crep, pero en México se usa crepa y en Argentina panqueque.

Entre los préstamos lingüísticos relacionados con la gastronomía encontramos una gran diversidad de orígenes. De la tradición francesa provienen voces como brie, besamel, chantillí, ganache, petit choux, roux y velouté. Del inglés han llegado palabras hoy cotidianas como pudding, brownie, muffin y rosbif. También se incorporaron del italiano términos como gelatina, lasaña, ravioli o panteón, mientras que del árabe heredamos voces como atún, almendra y jarabe. El portugués nos legó, entre otros, mejillón y mermelada, y de las lenguas indígenas de América se difundieron internacionalmente palabras como cacao, maíz y chile.

Las palabras son, en definitiva, testigos del tiempo y reflejan los cambios culturales, políticos y económicos de una sociedad. En el caso de la gastronomía, los préstamos muestran la riqueza del contacto entre culturas y la manera en que el español se ha adaptado a nuevas realidades. Hoy, en plena globalización, el inglés domina los medios y las redes sociales, mientras que el francés conserva su prestigio en el arte culinario. Sin embargo, el español, lejos de perder identidad, se ha fortalecido al integrar y adaptar estos vocablos, convirtiendo el léxico gastronómico en un espejo de su historia y de su diversidad cultural.

 

 

 

Fuente: El Financiero

redaccion@diariocambio22.mx

AFC/RCM

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