La Gracia de Hugo Hiriart
28 Sep. 2025
Enrique Krauze/ CAMBIO 22
Hay una república distinta de la que está muriendo en México. Es la república de las letras. Tiene una larga historia, nunca interrumpida desde tiempos prehispánicos. De Nezahualcóyotl a Octavio Paz. Es una congregación plural de poetas, cronistas, historiadores, dramaturgos, novelistas, ensayistas, filósofos, pensadores y, por supuesto, editores, bibliógrafos, libreros y lectores. Es un árbol que cobija y siempre reverdece.
Con ese bagaje uno diría que estaba destinado a la filosofía, pero Hugo decidió crear un universo distinto, enteramente suyo: sería un “escritor filosofante”.
A Hugo no le ha apasionado la política. No es que se desinterese por el destino de México. Por el contrario: le importa y le lastima. Pero nos dejó a nosotros, los historiadores, la ilusoria tarea de desentrañar las claves de nuestro pasado y desde ahí hablarle al presente. A Hugo no le ha gustado empujar esa roca de Sísifo cuesta arriba. Parecería enfrentar las desdichas de México con resignación, pero nos conmina a elevarnos a otro plano, el de los valores que todavía, milagrosamente, nos sostienen.
Eso entreví una tarde remota en el consejo de redacción de Letras Libres, discutíamos sobre los números siguientes de la revista. De pronto Hugo se levantó de su silla indignado para interpelarnos: “ustedes aquí discutiendo necedades mientras acaba de morir el padre Chinchachoma”. Se salió indignado. Quedamos estupefactos. Nadie conocía al personaje. Poco después nos enteramos de que aquel sacerdote había vivido treinta años en Coyoacán y fundado dieciocho albergues para niños de la calle. Entendí el dolor de Hugo. Era el dolor de un alma cristiana por la partida de un santo silencioso. Y a partir de ahí, poco a poco, creí asomarme a una dimensión de Hugo aún más profunda: su fe salvadora.
Gracias, Hugo, por tu obra inmensa. Gracias por tenerte entre nosotros.
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