Redacción/CAMBIO 22

“Creo que esta es la mayor brecha generacional que hemos visto”, señala Laura Bates. “No ocurrió antes y puede que no vuelva a ocurrir nunca”. A los cinco minutos de una conversación que dura casi dos horas, Bates me hace recordar con crudeza una de las claves que definen este tramo del siglo XXI. Nos reunimos para hablar sobre la misoginia, el punto de encuentro en internet conocido como la manosfera y Andrew Tate, el concursante de Big Brother convertido en influencer, responsable de empresas de pornografía vía webcam y de un gran despliegue de retórica misógina.

Sin embargo, la conversación también regresa una y otra vez a la enorme brecha que existe entre las generaciones más jóvenes, Z y alfa, que nunca han conocido nada distinto a la realidad caótica, que distorsiona los sentidos, definida por el internet del siglo XXI; y los padres, políticos y periodistas que siguen intentando mantenerse al día.

La gente mayor, explica, suele vivir en un mundo en el que YouTube se reduce a “trailers de películas y videos de gatos” y las redes sociales significan principalmente Facebook. Bates tiene 36 años, y pertenece a una generación que se inició en MSN Messenger y Myspace, y posteriormente se sumergió en el mundo online, pero que se salvó del tipo de adolescencia que pronto estaría completamente dominada por los celulares, las plataformas de comunicación constante, la pornografía en línea y los videos de internet.

Los adolescentes actuales, en cambio, no conocen otra realidad. Para millones de niñas, lo que eso significa ahora es espantosamente claro: “Simplemente la imposibilidad de escapar del acoso, la porno venganza, la pornografía deepfake… todo es un bombardeo”, señala Bates.

“El otro día hablé con una chica de 14 años en un evento literario. Me dijo que 10 chicos le enviaron mensajes presionándola para que les enviara fotos desnuda en una sola noche. Ese panorama por el que navegan las adolescentes es completamente nuevo”, comenta.

El otro aspecto clave de esta nueva realidad protagonizó el brillante y sobrio libro que Bates publicó en 2020: Los hombres que odian a las mujeres, subtitulado Incels, artistas de la seducción y otras subculturas misóginas online. A lo largo de sus 350 páginas, Bates les presentó a sus lectores los “incel” –”célibes involuntarios”–, que consideran su fracaso amoroso y su soledad como una injusticia social provocada por mujeres todopoderosas, y cuyas ideas desembocan en la violencia (Jake Davison, que asesinó a cinco personas en la zona de Keyham, en Plymouth, Inglaterra, en 2021, estaba obsesionado con la cultura incel).

La autora arrojó luz sobre los autodenominados artistas de la seducción, que “retratan a las mujeres como poco más que objetos cuyo único propósito es proporcionar placer sexual a los hombres”. También analizó el culto a los hombres que siguen su propio camino, o MGTOW, aquellos cuyo odio es tan profundo que intentan vivir como si las mujeres no existieran. Además, incluyó material convincente sobre una categoría resumida por Bates como “Hombres que explotan a otros hombres”: estafadores e influencers que comercian con la misoginia y la incompetencia masculina para fomentar crecientes cultos a la personalidad, tanto en internet como en los medios de comunicación más tradicionales.

Todo esto, señaló Bates, llega a las vidas de niños y jóvenes a través de los algoritmos de las empresas de videos en línea y redes sociales, y de la torpe –y muchas veces implícitamente comprensiva– cobertura de los periodistas y locutores convencionales.

Una pequeña parte de esta historia irrumpió de forma espectacular en la cultura general el verano pasado, cuando las más de 11 mil millones de reproducciones de Tate en TikTok y sus declaraciones de odio contra las mujeres –afirmaciones de que las mujeres deberían “asumir la responsabilidad” de la violación y ser propiedad de los hombres, así como referencias a la violencia de repente se convirtieron en una gran noticia. Desde que lo arrestaron en Rumania, donde está detenido como sospechoso de violación, crimen organizado y tráfico de seres humanos, su infamia aumentó de manera inevitable.

El peligro, comenta Bates, es que como muchos de los responsables del control de los medios de comunicación no saben casi nada de la realidad de la vida en línea contemporánea, se está reduciendo todo un mundo de prejuicios, odio y violencia a la noticia de un solo hombre.

“Si todo se centra en Andrew Tate en lugar del problema mucho más general”, señala. “Si al final es encarcelado o pierde su acceso a las redes sociales, existe un riesgo real de que la gente diga: ‘Brillante. Problema resuelto‘”.

Bates –originaria de Taunton, en Somerset, Inglaterra, y licenciada en Literatura Inglesa por la Universidad de Cambridge– está tan familiarizada con su trabajo que parece que no hay nada que se le pueda preguntar sobre lo que no haya reflexionado con detenimiento. Habla sobre Tate y las noticias que circulan a su alrededor con una mezcla de cautela y cansancio. Uno de los principales problemas, en su opinión, es que incluso la cobertura bienintencionada de Tate no hace más que realzar su perfil y, en la mente de sus seguidores, justifica su sentimiento de persecución y paranoia. (Sus admiradores en internet creen en una conspiración anti-Tate orquestada por algo que ellos denominan “la Matrix”). Como en el caso de Donald Trump, esta es la naturaleza del culto al que se dirige.

De forma reveladora, Bates comenta que no supo de Tate hasta el año pasado. “Su nombre no había salido en las visitas que hice a las escuelas hasta que apareció en los principales medios de comunicación”, explica. Y esto es lo que ella considera la noticia clave:

“Le proporcionaron una cobertura que nunca le habrían proporcionado a otro tipo de extremista. La profundidad con la que analizaron su ideología, el hecho de que se repitieran sus citas con todo lujo de detalles en las principales plataformas de noticias… Los periodistas me han pedido que salga en televisión y cuente una especie de historia sobre el origen de Andrew Tate, considerándolo una especie de figura mística. Y las plataformas de los principales medios de comunicación me presentaron elementos de su ideología como si fueran hechos, y los presentaron como temas válidos para el debate”. “¿Puede darme un ejemplo?, ¿No es cierto que él plantea cuestiones realmente importantes que afectan a los hombres, como el hecho de que los hombres tienen menos oportunidades económicas y profesionales que las mujeres?”

“Eso simplemente no es cierto: no es una pregunta que un periodista serio debería hacerte. A otros tipos de teorías conspirativas y creencias extremistas y prejuiciosas no se les daría ese tiempo de emisión. Sencillamente, creo que, como se trata de misoginia, existe una verdadera aceptación, dándole este tipo de tratamiento casi de estrella”.

En ese sentido, la llegada de Tate a las noticias constituye otro recordatorio de cuánto tiene que cambiar. Puede que Instagram, YouTube y TikTok hayan eliminado las cuentas de Tate, sin embargo, estos gigantes de internet siguen transmitiendo grandes dosis de la misoginia que él representa.

En lo que respecta a Prevent, el programa antiterrorista del gobierno, incluso después de lo ocurrido en Keyham (y, a propósito, el ataque de Toronto de 2018 en el que un autodenominado incel mató a 11 personas), sigue incluyendo a la misoginia violenta en su categoría “mixta, poco clara o inestable”; una reciente revisión oficial de Prevent concluyó que la cultura incel no debería ser una cuestión antiterrorista.

¿Y en cuanto a las escuelas? Bates lleva ocho años visitando centros educativos, hablando sobre el sexismo y la misoginia en la mayoría de sus variantes, y parece sentir actualmente un cauto optimismo. “Las escuelas en las que observo un verdadero cambio de mentalidad –y eso se nota si se examinan varios años seguidos– son las que más se esfuerzan por combatir las cuestiones en todos los puntos de partida posibles”, explica.

“No se trata simplemente de una asamblea extraordinaria dirigida por una profesora. Son las escuelas en las que los directores y profesores hombres están muy involucrados en el proceso, dejando claro que es algo que les importa. Y no se limita únicamente a la educación personal, social, sanitaria y económica (PSHE por sus siglas en inglés), sino que lo incorporan al plan de estudios de política, literatura inglesa, teatro e historia”.

No obstante, hay un inconveniente. “No se puede desligar este tipo de cosas teóricas de lo que ocurre diariamente en términos de acoso sexual y códigos de vestimenta en las escuelas”, señala.

“Lo que me parece disparatado del debate sobre Andrew Tate es que acabamos de recibir un informe del Ofsted (Oficina de Estándares en Educación, Servicios y Habilidades para Niños del Reino Unido) que reveló que el 79% de las chicas afirmaban que las agresiones sexuales eran habituales en su grupo de amistades. Pero mantenemos un debate aparte sobre la misoginia en internet. Muy pocas veces alguien me pregunta sobre estos dos temas en la misma conversación, lo cual es una locura. Porque están claramente relacionados”.

“Lo que los niños y los jóvenes pueden y no pueden vestir en la escuela, señala, amenaza con convertirse en uno de los ejemplos más insidiosos e ignorados de cómo cosas aparentemente inofensivas crean un camino que conduce a situaciones mucho más siniestras”. “Los códigos de vestimenta son un buen ejemplo de los casos en que las normas culturales fomentan el extremismo de la manosfera”, explica.

“Vemos escuelas en las que sacan a las chicas de clase, o las regresan a casa, debido al largo de la falda, a que se les ven los hombros, las clavículas o el tirante del sostén. Y, en algunos casos, la retórica que se utiliza en torno a esta cuestión se refiere a que distrae a los chicos o a que incomoda a los profesores”.

Cuando ocurre eso, aunque puede que no sea intencional, las escuelas transmiten a los niños el mensaje de que, en la edad adolescente o preadolescente, los cuerpos de las niñas son poderosos y peligrosos de una manera en que los cuerpos de los niños no lo son; que las niñas son responsables de cubrirse para evitar el acoso, en lugar de que se les enseñe a los niños a respetar a las mujeres. Simplemente entra en todos los temas culturales posibles que hemos observado mucho a raíz de los asesinatos de Sarah Everard y Sabina Nessa recientemente: ‘Las mujeres deberían evitar esto. Las mujeres tienen que aprender a hacer las cosas bien’”.

Entre tantos retrocesos, también percibe otros signos de esperanza. “Es cierto que hay una minoría preocupante de chicos que realmente se están radicalizando en estas ideas rígidas, misóginas y extremistas”, comenta. “Pero también es cierto que hay chicos que se oponen a estas ideas de una forma que nunca antes había visto. Y su generación también es una generación formada por chicas politizadas y conscientes del feminismo, que defienden e inician campañas de una forma que definitivamente no era el caso hace 10 o 15 años. Casi todas las escuelas que visito ahora tienen una sociedad feminista o de igualdad de género. Así que el panorama es variado”.

Hay un grupo de personas de las que no hemos hablado hasta el momento. Si eres padre –sobre todo de un adolescente– y te preocupan cada vez más estos grandes océanos de material en internet dedicados al odio contra las mujeres y cómo llegan a la vida cotidiana, ¿qué deberías hacer? “Que no cunda el pánico. Cualquier padre que se pregunte: ‘¿Qué puedo hacer?’ ya va por buen camino; el mayor problema son los padres que simplemente no son conscientes de esto en absoluto”, señala.

“Una de las cosas más importantes es intentar superar esa brecha cultural digital. Por eso, echa un vistazo a algunas de las páginas sobre derechos de los hombres en Reddit. Suscríbete a algunas de las cuentas de memes de humor más importantes de Instagram y observa lo que publican. Intenta escribir algo inofensivo sobre las mujeres en YouTube y presta atención a los cinco o seis videos que el algoritmo te muestre a continuación. Hazte una cuenta en TikTok y date una idea de cómo es en realidad ese mundo”.

Cuando se trata de hablar, comenta, “tiene que ser poco y con frecuencia; se trata más bien de abrir canales de comunicación que ofrezcan apoyo y no juzguen que de intentar acallar temas. Nada de eso funcionará ante una radicalización verdaderamente efectiva, que es lo que está ocurriendo en este caso. Se trata de darles la oportunidad de hacer preguntas y de que sientan que te gustaría hablar de todo esto”.

Tengo una última pregunta: ¿cómo se encuentra ella ahora? En Los hombres que odian a las mujeres, describió interminables amenazas de muerte y violación, repetidas mudanzas y el hecho de nunca compartir detalles de su familia y amigos. “Me asusta que se publique este libro”, escribió, y por lo que parece, esos temores se hicieron realidad. “Sí, mucho más desde que se publicó el libro. Tuvo un efecto bastante dramático en términos de un aumento en la cantidad de amenazas que estaba recibiendo, hasta el punto de que la policía instaló un sistema de alarma antipánico en mi casa, y varias medidas de seguridad de las que no tengo permitido hablar públicamente. De modo que realmente afecta tu vida y a tu familia y a la gente que quieres de formas muy reales. Y no hay forma de evitarlo”.

El proyecto Everyday Sexism que creó en 2012 para catalogar y recopilar las experiencias de las mujeres no ha terminado. El año pasado publicó su incisivo y polémico libro sobre los prejuicios institucionalizados y profundamente arraigados, Fix the System Not the Women. Comenta que está trabajando en una novela, pero no parece que su activismo haya cesado.

¿Hay alguna voz en su cabeza que de vez en cuando desea detenerse, aunque solo sea por su bienestar y la perspectiva de una vida medianamente tranquila y apacible? “Sí, definitivamente hay una. Pero también existen infinidad de razones para decir no”.

Habla sobre las mujeres de todo el mundo que están “poniendo sus vidas en riesgo inmediato” mientras luchan contra los mismos problemas, y sobre las adolescentes de este país que le escriben todos los días describiéndole cómo es la vida entre aquello de lo que ella habla y escribe. También hay una mención indirecta a las personas y fuerzas a las que ella y sus aliados se enfrentan, y la más leve de las sonrisas. “Esa es la parte sangrienta de mí”, comenta. “Simplemente no quiero dejarlos ganar”.

 

 

 

The Guardian

redaccionqroo@diariocambio22.mx

IAA

WhatsApp Telegram
Telegram