La Cruda Verdad Sobre los Vuelos de la Muerte de los Años Setenta, Ordenados por el General Hermenegildo Cuenca Díaz
27 Nov. 2023
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El entonces Secretario de Defensa autorizó el operativo estatal para asesinar a cientos de guerrilleros y luego arrojarlos al mar
Primera Parte
Redacción/CAMBIO 22
Hace más de 20 años, por órdenes del presidente Vicente Fox, el Ejército mexicano inició una investigación sobre los crímenes cometidos por el Estado durante los años de la Guerra Sucia.
Ocurrió lo insólito: el Ejército se investigó y dos generales mexicanos se sentaron en los bancos de los imputados. Fueron acusados de asesinato y tráfico de drogas. Los vuelos de la muerte formaban parte de ese expediente. Se recogieron documentos y testimonios.
Pero el tiempo pasó y el Ejército encerró la investigación bajo todas las llaves posibles. Lo enterró durante dos décadas. La Fábrica de Periodismo ha tenido acceso a la parte esencial del mismo.
La verdad hasta ahora desconocida es que la operación para asesinar y arrojar los cuerpos de cientos de disidentes al mar fue autorizada por el máximo comandante militar: el secretario general Hermenegildo Cuenca Díaz.
También existe evidencia documental de cuál fue el atroz modus operandi de la ejecución y cuántos vuelos fúnebres salieron de la Base Aérea Militar #7, con sede en Pie de la Cuesta, Guerrero. Aquí te contamos sobre esas horas oscuras en México.
Modus operandi
Le dan dos hojas en blanco y luego empieza a dibujar. Una línea aquí, una línea allá. Escribe algunas palabras. Margarito Monroy Candia ya tiene 67 años, pero las décadas que han pasado desde que ocurrieron los hechos por los que se le pregunta no han tenido mucho impacto en su memoria.
Margarito Monroy, mecánico militar y aeronáutico, comienza a dibujar dibujos y letras que intentan darle forma al escenario que bien quedó grabado en aquellos años: las instalaciones de la Base Aérea Militar #7, en Pie de la Cuesta, Guerrero.
Una de las líneas conduce a un punto en un rectángulo y en letras minúsculas Margarito Monroy escribe: “Puerta por donde sacaban a los detenidos”.
De esa puerta, que más bien parece una mosca aplastada, parte una línea vacilante, que representa el camino hacia otro punto encerrado en un círculo, atravesado por otra línea diagonal, con la siguiente descripción: “Lugar de ejecución”.
No hay más detalles, pero sí esas tres palabras: “Lugar de ejecución”.
Cerca de ese punto, Margarito dibuja un camión de carga visto a vista de pájaro y luego la forma de un avión con otra línea diagonal apuntando hacia él y describiendo: “Arava Mat. 2004”.
Este es el bosquejo mental que Margarito Monroy no olvida desde aquellos años de finales de los años 1970 cuando las órdenes superiores eran, como lo son hoy, incuestionables y sólo eran obedecidas.
Los bocetos que acaba de entregar a los fiscales militares muestran los lugares donde se produjeron las torturas y ejecuciones extrajudiciales, el modus operandi utilizado antes de que él y un par de pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana encendieran los motores del avión Aravá y se adentraran en el Océano Pacífico. arrojar al mar los cuerpos de mujeres y hombres ejecutados minutos antes.
Una vez finalizados los bocetos, se concluyó este proceso. El capitán retirado Margarito Monroy Candia acaba de informar a los investigadores sobre los preparativos y ejecución de los vuelos de la muerte. Y lo ha hecho con todo lujo de detalles.
Es hora de despegar
Margarito Monroy Candia estuvo comisionado en la base aérea en dos períodos diferentes de su carrera militar. La primera vez en 1958 y 1959. Pasó mucho tiempo antes de que regresara a Guerrero a finales de 1974, cuando la estrategia contrainsurgente del Estado mexicano entraba en su etapa más cruel.
Monroy Candía fue testigo de uno de los períodos más oscuros de la ofensiva del gobierno federal contra los movimientos políticos disidentes y las organizaciones armadas. Entonces el presidente Luis Echeverría Álvarez y su secretario de la Defensa Nacional, general Hermenegildo Cuenca Díaz, tenían una misión: “defender nuestra democracia de cualquier agresión interna”. Los fantasmas del comunismo rondaban sus mentes.
Por eso, como testigo privilegiado de lo ocurrido en la base aérea, el mecánico acudió a responder las preguntas de los fiscales.
Era el 20 de junio de 2001 y, insólitamente, un año antes se había iniciado una investigación para esclarecer los crímenes cometidos por el alto mando militar encargado de acabar con los grupos guerrilleros surgidos en el país tras la masacre estudiantil de 1968.
Para empezar, el mecánico, quien estaba destinado en la base aérea de Santa Lucía, en el Estado de México, dijo que desde un principio les informaron claramente las tareas que realizarían a partir de septiembre de 1974, cuando fue comisionado al Pie de Base Aérea la Cuesta: “Nuestro trabajo era transportar a los guerrilleros que fueron detenidos y asesinados por el personal del General Quirós Hermosillo para ser arrojados al mar”.
Y aunque sobre el papel la autoridad de la base aérea recaía en el comandante de la base aérea y en el comandante de la zona militar, quienes en realidad hicieron y deshicieron algo fueron los generales Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro y, en segundo lugar, el Mayor Francisco Javier Barquín, además del personal de la policía militar al mando de los tres.
Ambos generales dirigieron las operaciones de la Brigada Blanca, el grupo de fuerzas de seguridad cuyo único objetivo era eliminar a toda costa los focos guerrilleros que estaban surgiendo en el país y, en particular, en Guerrero.
Margarito Monroy tenía en ese momento el grado de subteniente y formaba parte de una tripulación compuesta por el capitán piloto David González Gómez y el copiloto teniente Jorge Violante Fonseca. Los tres pertenecían al Escuadrón Aéreo 308, con base en Santa Lucía, y eran los encargados de pilotar un avión Arava, matrícula 204, fabricado en Israel, país al que se le acababan de comprar varias unidades.
A principios de septiembre de 1974, Margarito Monroy y los pilotos fueron informados el mismo día que su misión estaba por comenzar. Fue una ocasión especial. Al tratarse del primer vuelo, estuvieron presentes ambos generales, así como un subteniente y otro elemento del Ejército.
Era el 6 de septiembre de 1974, según las bitácoras de vuelo en poder de la Fábrica de Periodismo, casi de madrugada, entre las 6:00 y las 6:50 de la mañana.
Estaban tomando café, según relató el mecánico a los fiscales militares, hasta que el general Quirós Hermosillo dijo: “Bueno, creo que es hora de despegar; antes de que nos pille el día”.
Mientras preparaba la aeronave para realizar el primer vuelo, explicó Margarito, escuchó un disparo y se sorprendió. “Al principio me asusté, pero luego reaccioné y, mientras estaba en una escalera preparando el avión, miré y vi que a unos 30 o 40 metros unas personas tenían a un individuo sentado y luego alguien se le acercó por detrás y le disparó en la nuca; luego se lo llevaron, mientras otros llevaban a otra persona e hicieron lo mismo, lo sentaron y le dispararon en la nuca”.
Las ejecuciones tuvieron un ritmo, no se dejaron al azar. Una ejecución tras otra y luego otra y así hasta que se quedaron sin personas bajo custodia. “Los tiroteos se dieron en el intervalo en que sacaban a la persona que mataron y (mientras) tomaban a otra para hacerle lo mismo. El lugar estaba afuera al aire libre y en las siguientes ejecuciones hasta las balas zumbaban cuando salían el rostro del ejecutado y se dirigió hacia el mar”.
El avión estaba a punto de despegar. En el piso del avión “había ocho personas muertas, vestidas de civil. Eran civiles humildes, gente del pueblo. Todos tenían sangre en la cabeza. El mecánico no supo en ese momento si eran las personas que minutos antes había sido ejecutado, se sorprendió e intentó decirle algo, pero el capitán lo detuvo: “Este va a ser nuestro trabajo”.
Margarito, según contó durante el interrogatorio, estaba nervioso por lo que acababa de pasar. Estuvieron presentes los generales Acosta Chaparro y Quirós Hermosillo, además de otros dos elementos, todos vestidos de civil, y cuando el primero se dio cuenta que el mecánico “no estaba contento y que por los nervios fumaba mucho, dijo a él, molesto: “¡Qué cobarde eres!
“Me tocó a mí notar en la primera ocasión cuando el general Quirós Hermosillo disparó contra varias personas. Lo recuerdo bien porque mi general vestía una camisa blanca y después de los fusilamientos lo vi con la camisa manchada de sangre. Por eso lo llamé El Verdugo y la pistola que usaban para matar gente, una Uzi 9 milímetros, la llamé La espada vengadora, que hasta donde yo sé la habían traído de Israel”.
La insólita investigación de la Sedena
No se conocen antecedentes de una investigación de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) sobre las acciones ilegales de sus propios comandantes durante la llamada Guerra Sucia contra la disidencia política, ya sea armada o pacífica, en México.
La investigación de los llamados “vuelos de la muerte”, que tuvieron lugar entre 1974 y 1981, fue insólita y extraordinaria.
Realizada por homicidio agravado en contra del Mayor General Francisco Quirós Hermosillo, el General de Brigada Mario Arturo Acosta Chaparro y el Mayor Francisco Javier Barquín Alonso, la carpeta de investigación SC/034/2000/IV/IE-BIS está contenida en 32 tomos con 4.352 páginas.
A cargo del Primer Organismo Investigador del Ministerio Público Militar, la portada de la investigación deja explícito su objetivo: “Debido a los hechos ocurridos en la década de 1970 en el estado de Guerrero relacionados con el movimiento guerrillero que se desarrolló en esas fechas y en las que estuvo involucrado personal militar”.
Algunas de las cartas con las que se comunicó la citación a pilotos, mecánicos y demás personal militar que estaban adscritos a la Base Aérea Militar #7 de Pie de la Cuesta fueron firmadas por el general Clemente Gerardo Vega García, entonces Secretario de la Defensa Nacional.
Para integrar la investigación se interrogó a más de una decena de testigos de las ejecuciones y operadores directos de los vuelos, se realizó una minuciosa inspección de la base aérea y sus instalaciones en Pie de la Cuesta, se llevó a cabo la inspección ministerial del avión Aravá, matrícula 3005. (anteriormente tenía las matrículas 2004 y 2005) y se recuperaron las bitácoras de vuelo.
Todo está contenido en los 32 tomos de la investigación que se inició el 10 de julio de 2000 y concluyó el 16 de septiembre de 2002.
Fábrica de Periodismo tuvo acceso al volumen II, integrado por más de 240 páginas en las que se incluyen los elementos centrales de la investigación: testimonios, visitas de inspección, peritajes y bitácoras de vuelo.
Sexo a cambio de vida; fueron asesinados de todos modos
Después del primer vuelo, después de ese primer amanecer, los vuelos continuaron durante muchos meses y años, con cierta regularidad. Se repitió el protocolo criminal y las personas en manos de la policía militar, con los ojos vendados y atados de las muñecas, pasaron junto al taburete, les dispararon en la nuca y los llevaron al avión con plásticos envueltos en la cabeza para intentar evitar que la sangre gotee.
En una ocasión, cuando se disponían a arrojar cadáveres en el rumbo habitual, se avistó una embarcación en el océano y de allí en adelante se decidió volar más de una hora mar adentro y como, además, se decía que los cadáveres aparecieron en las costas de Oaxaca, alguien ordenó meter los cadáveres en sacos de ixtle -“como estropajos, de los que se usan para la copra de coco”- y en su interior les colocaron piedras para evitar que flotaran.
Los vuelos para arrojar al mar a presuntos guerrilleros se realizaron en la madrugada, dijo Margarito Monroy Candia. Para facilitar los lanzamientos, el propio mecánico retiró, siguiendo instrucciones desde arriba, una puerta lateral derecha del avión Aravá, que permanecía en la pista de Pie de la Cuesta.
En ocasiones también le pedían que bajara de la puerta en pleno vuelo, para lo que le proporcionaban cuerdas con las que se sujetaba la puerta, lo que facilitaba la operación.
Finalmente, “el mayor Barquín consiguió una lona para colocar en el suelo para evitar que la sangre que salía de los cuerpos se filtrara a la base del avión, porque con el calor desprendía un hedor insoportable”. La lona fue lavada y reemplazada en cada vuelo. Pero esto ni siquiera eliminó el penetrante olor a sangre.
Los testimonios recabados coinciden en que las personas detenidas y luego asesinadas pertenecían a la Liga Comunista 23 de Septiembre y otras organizaciones guerrilleras de Guerrero y de todo el país, pero no exclusivamente.
“Había de todo tipo, gente del pueblo, de la ciudad, de buena situación económica, ingenieros, médicos, licenciados, de todo tipo”. Algunos fueron trasladados desde la Ciudad de México.
Las víctimas no sólo fueron civiles, sino también miembros del Ejército que, por razones no expresadas, habían decidido no llevar a cabo sus tareas contrainsurgentes.
Margarito Monroy recordó en su testimonio que en ocasiones vio cómo detenían y ejecutaban a militares. “Se decía que se habían pasado al lado de la Liga 23 de Septiembre; eran jefes, oficiales y personal de tropa, pero no supe sus nombres; recuerdo el caso de un paracaidista que se había cambiado de bando, fue detenido y dijo que ya sabía que lo íbamos a matar, cosa que efectivamente sucedió”.
Cuando eran mujeres -muy pocas por cierto-, narra Monroy Candia, “los policías militares a las órdenes del mayor Barquín llegaron tan lejos que, a pesar de saber que las iban a ejecutar, les ofrecieron que si tenían relaciones sexuales con ellas, cuando llegaran a Guerrero las dejarían en libertad y, de ser necesario, a sus maridos si también estaban presos. A veces las mujeres aceptaron, pero nunca, por lo que vi, fueron liberadas”.
A la base aérea llegaban personas que no iban a salir con vida. No los iban a detener ni los iban a procesar. Si entraban en él, era casi seguro que su destino final sería el mar.
Llegaron y fueron llevados a un pequeño edificio donde los retuvieron temporalmente.
Margarito Monroy lo describió a los fiscales de la siguiente manera: “Estaba ubicado dentro de la base aérea, adosado a un pequeño techo, frente a las oficinas del comandante general de la base, que tenía unos cuatro o cinco metros de ancho por unos 15 metros de fondo.
“Lo llamaron bungalow y al fondo había una pequeña oficina y una pequeña sala de estar; más adentro, unos baños y duchas; y al fondo, una pequeña bodega de aproximadamente un metro de ancho por siete metros de fondo, donde estaban los detenidos”.
En ocasiones los interrogaban por un tiempo, para lo cual los llevaban al baño o a la pequeña oficina y los mantenían en esos lugares por varios días.
“Hasta donde yo sé”, dijo Margarito, “todos los detenidos fueron atados y con los ojos vendados y luego fueron privados de la vida. Como el pequeño cuarto estaba cerca de la playa, los sacaron por allí y a unos 20 metros estaba la banca donde los ejecutaron.
“Sé por los comentarios del personal que ayudó en las ejecuciones que engañaron a los detenidos, diciéndoles que los iban a dejar ir, que sólo les iban a tomar una fotografía, pero en lugar de eso los sentaron en el banco y Les disparó con una pistola Uzi, así como así”.
Continuará
Fuente Fábrica de Periodismo/Aristegui Noticias
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