• Doña Meche es un símbolo de la defensa de los animales. Llegó a la Cuenca oaxaqueña buscando un paraíso perdido huyendo de la violencia del ejército. Con el albergue Naricitas Húmedas cumplió un sueño que la lleva todavía a los 84 años a recorrer las calles en la madrugada para alimentar y rescatar perros callejeros que la siguen por los caminos del río

 

Redacción / CAMBIO 22

TUXTEPEC, OAXACA. – Mercedes Godínez Hernández antes de convertirse en Doña Meche, la dama sotaventina de los perros, un símbolo  del activismo de la defensa de los animales en el norte de Oaxaca –con 30 años salvando perros del olvido de las calles–, fue una mujer que llegó al Papaloapan a inicios de los ochentas, buscando las pistas y la historia de haciendas con condenados a muerte en la selva, que narra el libro “México Bárbaro” de Jonh Kennet Turner.

Era una lectora voraz de 37 años que cargaba en su beliz el sueño de tierras desconocidas y varios libros de Luis Spota con paraísos encendidos. Enviudar a los 21 años es una de sus primeras tragedias que cuenta celosamente. Se volvió a casar con un enfermero egresado de la Escuela Naval, que en busca de trabajo fue enviado a Valle Nacional a atender problemas de salud en la región de haciendas tabacaleras en la Cuenca oaxaqueña. Esto para ella fue un regalo de la vida que le estaba cumpliendo el sueño de conocer la tierra caliente de los esclavos desconocidos del país, enterrados por la historia mexicana.

Amante de las leyendas y la literatura, sobre su juventud pesaba la estela de la muerte y la felicidad a escalas confusas. Asegura que luchó por estudiar en una época donde las mujeres no tenían posibilidades de ir a la escuela, y peleaba por salir de la pobreza junto a sus hermanos Luciano, Mari Carmen, Lupita y Rosita. Una infancia de felicidades escasas en la parte antigua de la colonia José María Pino Suarez, en el corazón de la Ciudad de México.

El Halconazo y la cárcel salvaje 

Como enfermera militar de profesión, Doña Meche fue testigo de la matanza del Jueves de Corpus. “El Halconazo” de 1971 que la marcó para siempre, cuando el ejército entró al Hospital General Rubén Leñero, donde trabajaba en el área de terapia intensiva, y los soldados se llevaron a los estudiantes heridos con metrallas en las piernas.

Doña Meche dice que fue de las peores tardes de su vida en la calzada de Tacuba y San Cosme. Aguantó unos años más, pero la Ciudad de México fue desde entonces, ese recuerdo. Una especie de fantasma de aquel día, donde ella pudo ser alcanzada por una bala y los jóvenes ensangrentados eran sacados por la fuerza.

La búsqueda de una plaza de trabajo en el sector salud para su nuevo esposo, confiesa, abrió la posibilidad de su más grande aventura: emigrar de la Ciudad de México y conocer el sur mítico de su libro favorito, el caudaloso río que llevaba a la cárcel más salvaje del Porfiriato, ubicada en tierras oaxaqueñas, que relató el periodista estadounidense en 1908.

La sotaventina cuidadora de los perros - Pie de Página

“Llegué por primera vez a Tuxtepec el 8 de marzo de 1980, la gente andaba a caballo, en bicicletas, el río era profundo y corrían los perros en los médanos de arena”, dice.

Las madrugadas de las Naricitas Húmedas

Naricitas Húmedas es una posada para perros heridos. Cachorros de animales mestizos arrojados a las calles, que sin el patio desvencijado de la pensión animal de la colonia Santa Fe, junto al río de Tuxtepec, donde les dan de comer y curan sus golpes, estarían destinados a la peor de las muertes.

A pesar de sus 83 años, Doña Meche todos los días llega puntual a la cita con “sus perros”, los fines de semana lleva comida especial casi siempre costeada con su dinero o de unos pocos que ayudan.

Cuando Naricitas Húmedas comenzó, Doña Meche llevaba años saliendo por las calles de Tuxtepec a las 2 y 3 de la mañana a dejar croquetas en las esquinas, y baldes de agua limpia para perros y gatos.

La sotaventina cuidadora de los perros - Pie de Página

Todos los días, bolsas de croquetas en la madrugada repartidas en silencio. Un ritual de rescate callado que le daba sentido a su vida y que repitió incluso durante los tiempos recientes, donde en la ciudad había “toques de queda” y la policía rondaba las calles del centro y las madrugadas eran de humedales desiertos y la colonia donde vive Doña Meche vio en su paso nocturno decenas de asesinatos en vía pública.

“Tuve una farmacia, empecé dando de comer a los perros de mis vecinos, tuve que cerrarla porque algunas personas no querían ir porque había perros en la cerca, luego decidí llevarles de comer a los que estaban amarrados, después busqué con ayuda de la Doctora Cita, darlos en adopción, a veces los esterilizábamos con apoyo de veterinarios”.

Doña Meche dice que cuando la Doctora Diana Griselda –que funge como directora del albergue– la invitó a ser parte del proyecto, pensó que no podría hacerlo, tenía 69 años y sufría una crisis personal por la devaluación de la moneda que le obligó a cerrar su negocio de medicamentos.

El sueño compartido de las Naricitas Húmedas

Naricitas Húmedas es un patio con cuartos divididos por alambres viejos. Perros separados por bejucos y bolsas de plástico y cercas de metal roído. Perros que no dejan de ladrar, sus aullidos lastimosos se mezclan con la humedad y el calor.

En el centro hay una casa donde se entra por escalares elevadas. En el pórtico están encerrados los perros más grandes, que dan vueltas por las esquinas porque se acerca la hora de la comida y quieren salir a correr en las aguas del cárcamo. El terreno fue donado por el municipio por ser una región de desastre, una zona que antes estaba llena de aguas residuales, lodo, desembocaduras de drenajes al río e inundaciones en temporada de lluvias.

El primer presidente del colectivo de defensa animal fue Felipe Matías Velasco, el poeta costumbrista inmortalizado por ser el creador de los versos de “Flor de Piña”, quien murió en 2013 rodeado de decenas de gatos y tras su muerte se convirtió en presidente honorario. Felipe Matías fue un gran amigo de Doña Meche y ella lo considera el hombre del corazón más puro, porque amó a sus gatos, quizá, más de lo que ella ha amado a sus perros.

“Además de conocer Valle Nacional, y los lugares que cuenta Turner en la selva salvaje que rodea a Tuxtepec, yo tuve el sueño desde niña de tener un albergue para perros, ahora me doy cuenta que quizá por eso me hice enfermera, soñaba con tener un lugar donde cuidar animales lastimados y Tuxtepec me lo cumplió ya siendo una persona grande”, dice Doña Meche.

Mi casa servirá de albergue

Doña Meche está sentada en medio del huerto de cemento del albergue. Deshebra hilazas de pechuga de pollo con sus manos blancas. Junto a sus pies hinchados hay cubetas de plástico con retazos de carne y caldo de sal. A su lado hay un nuevo ayudante que lleva cazos de metal a las jaulas improvisadas con su hija pequeña de ocho años. Doña Meche tranquiliza a los perros, les habla con firmeza y dulzura. Frente a su voz los perros se calman.

Habla despacio, pero sus palabras tienen un eco profundo. Es una mujer que soñó con conocer Japón y viajó en libros por todos los lugares del mundo que no pudo por la pobreza, la viudez, el ejército. Los tiempos aquellos de lucha y amor por sus hermanos encerrados en una casona citadina imaginando fantasmas en las cortinas blancas, ahora se le revelan como una mujer arrojada a su destino.

“Voy a salir a darles de comer a mis perros hasta el último día de mi vida, aunque mis hermanas y mi familia me quiera llevar de regreso a la Ciudad de México, yo no puedo irme, ¿quién va a cuidar de mis perros?”, confiesa, frente a la escasez de apoyo oficial para continuar el albergue que luce limpio, pero abandonado, rodeado de cuidadores de animales que se hacen cada vez menos, a pesar de los miles de seguidores que parecen tener en las redes sociales, pero que al momento de cuidar no se aparecen.

-¿Ha pensado qué va hacer del albergue cuando usted ya no este ?, le pregunto.

“Seguirá, ya hay jóvenes veterinarias que vienen y aman a los perros y los van a cuidar. El amor por los animales no se va a extinguir, en estos años hemos cambiado la vida de casi mil perros, fuimos impulsoras de la ley de protección animal en Oaxaca, cuando a nadie le interesaba. Cuando yo no esté, mi casa servirá de albergue y si me cumplen el deseo, me enterraran ahí, con mis perros, donde no hay calor”.

 

 

 

Fuente: Pie de Página

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