Jacinto May Tirán y el Jaguar
24 Jun. 2025
Jorge González Durán/Redacción CAMBIO 22
Jacinto May Tirán fue uno de los últimos dirigentes carismáticos de los campesinos del municipio de Felipe Carrillo Puerto.
Al fallecer a mediados de los ochentas víctima de cáncer, dejó un vacío de liderazgo en varias comunidades de la zona centro de Quintana Roo.
Fue hijo de Bernabé May y de Paulina Tirán, y uno de los nietos del general Francisco May, caudillo y cacique, hombre de luces y sombras. Jacinto tuvo dos hermanos: Eleuterio, ya fallecido, y Lilia, madre de Francisco J Rosado May, que ha sido rector de la Universidad de Quintana Roo y de la Universidad Intercultural Maya de José María Morelos.

Conocedor como pocos de la selva, era guía de cazadores y de exploradores. Sabía los nombres de las lagunas, de los cenotes, de los antiguos campamentos chicleros abandonados, de las ruinas prehispánicas tragadas por el monte. Sabía donde dormía el lagarto y donde descansaba el jaguar. Conocía grutas misteriosas que habían sido refugio de los mayas contra la prosecución y en donde guardaron sus dioses de barro y de piedra anatematizados por los conquistadores.

Jacinto May Tirán conocía, por encima de todo, a los hombres mayas de la vieja Chan Santa Cruz. A su organización y defensa dedicó los últimos años de su vida. En un destartalado vehículo recorría los ejidos y las rancherías del municipio, recogiendo las mismas demandas y escuchando los mismos problemas irresolutos de los campesinos.
Se metía a lo más profundo de la selva con su rifle al hombro y su machete en la cintura, una lámpara de baterías y un termo con café. Miraba las estrellas y escuchaba el rumor de la noche rondando los árboles. –Cada árbol tiene un aroma propio –me decía. –Cuando aprendes a distinguir el olor de cada árbol no te puedes perder porque el olfato te va guiando. Así logras distinguir los zapotes, los ramones, los cedros, las caobas y el palo de tinte, que todavía existe. –Donde veas un ramonal allí cerca siempre hay un cenote y un sitio arqueológico. Esa trilogía nunca falla –me decía.

En el fondo la razón de sus expediciones a la selva no era tanto la cacería sino la búsqueda del tesoro de su abuelo, el famoso general May. Nunca encontró el legendario tesoro.
El tesoro si existió pero al general se le olvidó donde había enterrado las monedas de oro producto de la venta a empresas extranjeras de miles de toneladas de chicle. A veces decía que cerca de Muyil o de Dzoyolá y que la señal eran nueve cruces grabadas en un árbol de ramón. Jacinto recorrió por años esas demarcaciones pero todos sus empeños fueron fallidos.

A mediados de agosto de 1977, Jacinto y Pepe del Valle –los dos grandes amigos ya fallecieron- me insistieron para que los acompañara a Cobá. Llegamos a la gran ciudad maya al filo de la media noche. Un viento del norte traía aromas de la selva que solo Jacinto sabía desentrañar. Los dos amigos bajaron de la camioneta con sus rifles a cazar venado. Casi nunca cazaban nada porque más que nada tenían un espíritu aventurero. Para ellos caminar por la selva en la noche los enervaba. Yo preferí quedarme en la camioneta a tomar café y a fumar.

Por la radio del vehículo escuchaba Radio Rebelde de La Habana con una cercanía tal que parecía que estaba en la cabina viendo a La China, una locutora de hipnótica voz.
Me bajé de la camioneta a estirar los píes, a fumar un cigarro y a contemplar el cielo tan despejado en su esplendor. Fije la mirada en la pirámide principal llamada Nohoch Mul, y de repente me estremecí con una imagen que prácticamente me paralizó. Un jaguar ascendía por la pirámide con la majestuosidad de su leyenda. Escalón tras escalón subía iluminado por el cuarto creciente de la luna. Cuando llegó a la cima de la pirámide dio la vuelta, oteo el horizonte, le dio la espalda a la selva y desapareció en su trono.

Cuando Jacinto y Pepe regresaron sin haber cazado nada, les conté lo que no sabía si fue una alucinación. Jacinto me dijo:
-esa es la casa del jaguar. Profanarlo sería un sacrilegio. La maldición te perseguirá toda la vida.
Hace unos días, entre unos papeles viejos apareció un rollo fotográfico. Lo llevé a revelar y allí estaba la imagen del jaguar. Sigiloso como siempre, me acompañó por años en mi casa
RHM




















