• Javier Osante, diputado local por Movimiento Ciudadano, ocupa un espacio reservado para representantes mayas sin pertenecer a la comunidad, en un montaje orquestado desde el poder político de Ortega

 

JAC/Cambio 22

La política yucateca se hunde en el pantano de la desvergüenza, y en el centro de este lodazal está Ivonne Ortega Pacheco, artífice de un engaño que avergonzaría a cualquier democracia funcional. Javier Osante Solís, su pareja y diputado local por Movimiento Ciudadano, ocupa una curul indígena en el Congreso de Yucatán que no le pertenece, un acto de usurpación tan burdo como indignante. No es posible que la ambición personal y las mentiras sigan siendo el pasaporte a cargos de elección popular, pero en el reino de Ortega, las reglas se doblan hasta romperse. Si Osante tuviera un ápice de decencia, renunciaría de inmediato; sin embargo, su permanencia es el sello de una maquinaria corrupta que Ivonne maneja con precisión feudal.

Octavio Carrillo Pérez, primer regidor de Morena en Mérida, lo expuso sin rodeos: la candidatura de Osante fue un montaje, un oficio seguramente comprado que Ortega, con su influencia caciquil, impuso para instalar a su hombre en el Legislativo. Esto no es política; es una transacción de poder que pisotea la representación indígena y escupe en la cara de la Etnia Maya, cuyos usos y costumbres exigen que ese espacio sea para quien legítimamente los encarne. Osante, un impostor sostenido por el nepotismo, cobra un sueldo exorbitante y disfruta prestaciones por un cargo que le es ajeno, mientras la comunidad maya queda relegada al desprecio.

Ivonne Ortega, exgobernadora y eterna titiritera de Movimiento Ciudadano en Yucatán, no solo tolera este fraude: lo orquesta. Su silencio y el de la invisible dirigente estatal, Nayelli Crespo, son cómplices de un escándalo que desnuda la podredumbre de su proyecto político. ¿Dónde está la rendición de cuentas? ¿Dónde la supuesta renovación que pregona su partido? Lo que hay es un cínico reciclaje de prácticas priistas, esas que Ortega perfeccionó en su tiempo y ahora adapta a su conveniencia. El desafuero de Osante debería ser inminente, pero en un estado donde el poder se negocia entre familias, la justicia es una quimera.

Esto trasciende el abuso individual; es la radiografía de una élite que se burla de las leyes y de los votantes. Ivonne Ortega no representa un liderazgo, sino una regresión a los peores vicios del patrimonialismo mexicano. Mientras ella teje su red de favores, el Congreso de Yucatán se convierte en un mercado de curules, y la ciudadanía, en un espectador impotente de esta farsa.

 

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

HTR/MA

WhatsApp Telegram
Telegram