•  El Ejército Busca Desmantelar Posiciones De Hizbulah Y Garantizar El Regreso Seguro De 62,000 Evacuados En El Norte De Israel.

 

Redacción / CAMBIO 22

Las calles de Kiryat Shmona están desiertas pero los muros hablan. Aseguran que “solo la guerra traerá la paz”. Líbano está al otro lado de las colinas que se levantan junto a la ciudad y desde aquí el ejército israelí hace una semana que cruzó la frontera. La ofensiva terrestre continúa desde ayer con nuevas vías de incursión a lo largo de la costa.

La paz en este frente norte parece más fácil que en Gaza. Al menos aquí hay una estrategia final: obligar a Hizbulah a abandonar sus posiciones situadas a menos de 60 kilómetros de la frontera y conseguir la seguridad necesaria para que regresen a casa los más de 22.000 habitantes de Kiryat Shmona y otros 40.000 que también han sido evacuados en el norte de Israel.

El silencio es intenso pero para nada tranquilo. Es un silencio pesado que, además, pende de un hilo. Aguanta durante casi todo el día hasta que llega la explosión que lo rompe. En un instante, el ruido se abre paso con fuerza y se propaga lejos del impacto. Al cabo de unos segundos, sin embargo, el silencio recupera el espacio con el que arrancar un nuevo ciclo de callada incertidumbre.

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No pasa nada, pero pasa todo.

Aunque el primer ministro Beniamin Netanyahu afirma que Hizbulah está muerta, entre el alba y las tres de la tarde aún fue capaz de lanzar 135 proyectiles. Ochenta y cinco intentaron alcanzar el área metropolitana de Haifa tercera ciudad de Israel, pero casi todos fueron interceptados. No hubo víctimas.

La defensa antiaérea israelí sigue siendo infalible. Su acierto permite proteger a la población y mantener la iniciativa militar, justo lo que no puede hacer Hizbullah. Sus decenas de miles de cohetes son una fuerza inoperante.

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El ejército israelí es todo lo contrario. Ya tiene cuatro divisiones en Líbano. El movimiento de tropas, carros y vehículos blindados, sin embargo, apenas se percibe en el Dedo de Galilea, el extremo norte donde está Kiryat Shmona, una lengua de tierra que se adentra en Líbano hasta rozar las laderas del monte Hermón, frontera natural con Siria.

Los reservistas han aparcado sus vehículos en las cunetas, junto a las bases de las unidades de caballería, infantería y artillería. Los soldados de reemplazo, los que están en el frente cumpliendo el servicio militar obligatorio de dos años, llegan y se van en autobús. Tienen prohibido conducir. Los nervios ante la falta de experiencia y el cansancio que provoca el combate los convierte en conductores poco fiables.

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El ejército rota a sus hombres tanto como puede, pero los reemplazos se suceden y muchos de los jóvenes que ayer tomaban café en cualquiera de los bares de carretera que jalonan la ruta ha cumplido dos rotaciones en Gaza y está cumpliendo una tercera en Líbano. Han entrado ya en el segundo año de la guerra que determinará sus vidas.

El portavoz militar ha reiterado que la misión no es ocupar el sur de Líbano sino eliminar la resistencia de Hizbulah. En este sentido, anunció la captura de un centro de instrucción.

De momento, en todo caso, la milicia se atrinchera y planta batalla. Ayer parece que repelió un avance cerca de las posiciones de Finul, la fuerza de interposición de Naciones Unidas, de la que forman parte soldados españoles.

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Hizbulah mantiene, así mismo, la capacidad de lanzar cohetes. Aunque casi ninguno da en el blanco, lanza más de cien diarios y el domingo alcanzó Haifa por primera vez en 18 años. Ayer fue la segunda. Son éxitos simbólicos que, de momento, no han minado la moral de la sociedad israelí, cansada de la guerra, pero decida a seguir combatiendo.

Las pintadas en las calles de Kiryat Shmona a favor de una solución militar las firmaría la mayoría de la población, empezando por Netanyahu.

El primer ministro se ha dirigido al pueblo libanés con un mensaje grabado en televisión. Dice que Hizbulah es “hoy más débil de lo que ha sido en muchos, muchos años”, y que Israel ha eliminado a todos los sucesores del jeque Nasralah, fundador de la organización.

La retórica es una herramienta política de combate que se acompasa con la intensidad de la guerra. La israelí es casi tan encendida como la de sus enemigos. Transmite fuerza, determinación y ofuscación.

Hace unos días, Netanyahu también se dirigió al pueblo iraní para enfatizar la vileza de los ayatolás. Le animó a levantarse contra la tiranía –algo que ha hecho varias veces– y lo mismo hizo ayer con el libanés.

Las calles desiertas de Kiryat Shmona aseguran que “solo la guerra traerá la paz”

Netanyahu no ha explicado a los iraníes ni a los libaneses cómo deben volver a poner sus vidas en juego frente a las poderosas maquinarias de represión. Tampoco les garantizó que las armas de Israel estarán por primera vez de a su lado.

El primer ministro espolea a los ciudadanos de a pie, a los inocentes que más desean la paz, para que terminen la guerra con una gesta que no está a su alcance. La propuesta es cínica porque nadie mejor que él sabe que las revueltas populares en Oriente Próximo o son aplastadas como en Irán o conducen a guerras civiles, como en Siria, Libia y Yemen, o dan pie a nuevas dictaduras, como en Egipto. Incitar a la revolución solo beneficia a los quieren más guerra .

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Fuente: La Vanguardia

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