Redacción / CAMBIO 22

Morena en Quintana Roo enfrenta una crisis de identidad más grave de lo que sus dirigentes se atreven a admitir. Lo que se vendió como una sesión ordinaria del Consejo Estatal para hablar de unidad, fue en realidad un ensayo de golpe político con guantes blancos. El objetivo era claro: desplazar a Johana Acosta de la dirigencia estatal del partido y colocar en su lugar a una operadora identificada como muy cercana al presidente del Consejo Estatal, Jorge Sanén. Un movimiento que no prosperó —todavía—, pero que dejó al descubierto las grietas profundas de un partido que hace tiempo dejó de escucharse a sí mismo. Y como ya sabes que #MiPechoNoEsBodega en estas líneas #TeLoCuento

La narrativa oficial, expresada por Jorge Sanén fue que todo se trató de “rumores malintencionados”. Según él, no hay pugnas, no hay divisiones, y mucho menos intenciones de descabezar el Comité. “Unidad”, repite una y otra vez como si eso bastara para borrar las maniobras subterráneas que ya todos conocen. Pero la realidad es otra: hay un sector importante dentro del Consejo Estatal que ya no quiere a Johana Acosta al frente, no por sus errores, sino porque su permanencia obstaculiza el reacomodo de poder que busca el grupo dominante.

Morena en Quintana Roo advierte que no habrá tolerancia futura a lujos,  nepotismo ni excesos, pero no habrá sanciones a quienes incurrieron en esas  prácticas

Esta no es una simple escaramuza por el control interno. Es un síntoma claro de cómo Morena, el partido que nació para ser distinto, ha terminado reproduciendo las mismas prácticas que antes condenaba. Se reúnen a puerta cerrada, deciden en secreto, manipulan estructuras y luego niegan todo de cara a la opinión pública, como si el pueblo fuera menor de edad y no tuviera derecho a saber qué se cocina en su nombre. Esta doble moral es precisamente la que más daño hace: la que vocifera principios mientras opera con el manual viejo del priismo reciclado.

El problema no es solo la tentativa de remoción, sino la lógica con la que se está construyendo el poder al interior del partido. En lugar de formar cuadros, integrar liderazgos territoriales y fomentar una verdadera discusión ideológica, se están levantando castillos de lealtades personales, donde la línea política la marca un grupo cerrado, con nula rendición de cuentas y una vocación autoritaria que apenas disimulan.

Sanén asegura que “somos el partido más fuerte del mundo” por el número de afiliados. Pero la fortaleza política no se mide en padrones inflados. Se mide en cohesión ética, en credibilidad pública, en coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. ¿De qué sirve tener cinco millones de afiliados si buena parte de ellos se sienten defraudados? ¿Cuántos se registraron por convicción y cuántos por promesas clientelares disfrazadas de activismo político?

Porque eso es lo que está en juego: el alma del movimiento. Morena nació de un hartazgo profundo, de una exigencia moral al sistema. Y ahora ese hartazgo empieza a volverse contra ellos mismos. Ya hay voces que lo dicen con todas sus letras: “se les olvidaron los principios de AMLO”. No mentir, no robar, no traicionar…

¿Cuántos de esos postulados sobrevivieron al primer sabor del poder? La militancia de base empieza a sentirse utilizada, instrumentalizada, traicionada. Votaron por una transformación profunda, no por un cambio de élites que repiten los vicios de siempre.

ANÁLISIS Morena: de movimiento social a partido en crisis precoz | IBERO

La jugada para relevar a Johana Acosta —que aún no ha terminado— se inscribe en una lógica mucho más grande: la centralización del poder en torno a un puñado de actores que quieren controlar no solo las estructuras, sino las narrativas. Que nadie se atreva a disentir. Que todo se vea bien desde afuera, aunque por dentro esté podrido. Y cuando alguien intenta denunciarlo, lo acusan de “crear división”, como si callar los abusos fuera un acto de lealtad.

Pero no. Callar ya no es opción. Porque las consecuencias ya están aquí: una ciudadanía cansada de ser tratada como espectadora; una militancia que empieza a hablar en voz alta; y un electorado que, con cada episodio como este, se convence de que la transformación prometida se quedó en eslogan.

Johana puede tener errores —y seguramente los tiene—, pero lo que se juega aquí no es su permanencia, sino el rumbo del partido en el estado. Si las decisiones se siguen tomando por cuotas de poder y no por principios, Morena corre el riesgo de vaciarse ideológicamente. Y un partido sin ideología es solo una maquinaria electoral, sin corazón, sin alma, sin destino.

Por eso, lo que pasó este fin de semana en el Consejo Estatal no puede ni debe minimizarse. Es el reflejo de un Morena que se niega a mirarse en el espejo, que prefiere el autoengaño del aplauso interno a la incomodidad de la crítica sincera. Pero la crítica no es traición. Traición es fingir que todo va bien mientras se fragua el siguiente golpe.

Y mientras tanto, allá afuera, el pueblo observa. Más indignado que antes. Porque no hay traición más dolorosa que la que proviene de quien prometió redención. Y no hay traidor más peligroso que el que se esconde detrás de un discurso de unidad para partirle el alma a un movimiento.

 

 

 

redaccion@diariocambio22.mx

GPC/MA

WhatsApp Telegram
Telegram


WhatsApp Image 2025 12 01 at 12.34.34 AM

  • CAMBIO 2780 BANNERS SEÑORA 800X900 resultado

  • CAMBIO 2746 BANNERS NIÑOS1 1110X100 resultado