Redacción/ CAMBIO 22

Por Miguel Ángel Sánchez de Armas

En un sarao al que fui convidado ha poco—quizá por una confusión semejante a la que llevó a Peter Sellers a La fiesta inolvidable (1968)—tuve oportunidad de una aguda observación: no hay yuppie que se respete que no luzca un terno Hugo Boss.

Fue en la gran mansión de Las Lomas del enviado plenipotenciario de un imperio al que en acatamiento de las leyes de la hospitalidad no identificaré.

La concurrencia esplendía: hombres jóvenes con look de Hart Bochner (personaje de la cinta Duro de matar de 1988) bogaban en un mar de sedas, colores y perfumes con la seguridad que da tener, o parecer tener, un lugar en el ranking de las clases dominantes y un pisito en Polanco.

Como los abejorros, se detenían aquí y allá cantando sus posibilidades eróticas y se enfrascaban en charlas más aburridas que la invocación de lluvia de los cherokees.

Yo, he de confesar, nunca fui tocado por Petronio y me visto en La Comer y en Costco, de tal suerte que los temas de la moda me son casi tan antipáticos como el pambol. Pero tuve una epifanía. Comprendí que, en el mundo de la política, el atuendo está indisolublemente ligado al poder.

Recordé la transformación del atuendo de Mahatma Gandhi en la película de Richard Attenborough (1982), cuando el viejo profesor Patel le dice: “¡Supe que eras el liberador de la India cuando te vi ataviado con calzón y turbante!”

 

Fuente: LOS ANGELES PRESS

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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