Redacción/ CAMBIO 22

La luna en cuarto menguante apenas ilumina con tenue suavidad aquella noche. Frente a una escultura en forma de una enorme puerta, la cual se abre hacia el mar como una invitación a descubrir un paraíso escondido en la oscuridad, una pareja intercambia miradas y choca sus copas mientras disfrutan de una cena romántica a orilla de la playa, aluzada por antorchas.

La encantadora escena la observo desde una terraza ubicada en el segundo piso que poco tiempo después descubriría que es parte de la suite Luna de Miel del Hotel Villas Flamingos en Holbox. Esa pequeña isla de poco más de 40 kilómetros de extensión, cuyas aguas color turquesa se fusionan armoniosamente con una naturaleza hipnótica, perfila un destino que pareciera haber emergido del mar para estremecer a las parejas con sus puestas de sol, dibujadas por el vuelo de flamencos o pelícanos, y veladas arropadas por la suave brisa marina.

Interrumpo mi observación de aquel momento de intimidad (en el cual, quiero pensar, soy más el narrador en tercera persona de una novela de Juan García Ponce que un intruso) sólo para descubrir con cierto dejo de asombro que, en otra zona de la playa, también seré parte de esa exclusiva experiencia culinaria. Dividida en tres diferentes opciones: La Playa, La Palapita y Tipi, cada una ofrece un menú de tres tiempos acompañado de una botella de vino, en el encantador hotel boutique.

Este pequeño destino, parte de la Reserva de la Biósfera Yum-Balam, parece revelarse lentamente, como si prefiriera mostrarse poco a poco y no como un golpe que impacte la mirada.

Durante las primeras horas de la mañana, cuando la marea baja, un extenso banco de arena blanca emerge para asombro de los visitantes primerizos, quienes caminan, entusiasmados, en medio de un inmenso mar hacia Punta Mosquitos. Con un poco de suerte, los flamencos les darán los buenos días, y la larga caminata al amanecer habrá valido la pena sólo por ser testigos de aquella postal pintada de rosa y tonos turquesa.

El diseño del hotel, en comunión con la naturaleza, es una auténtica invitación a dejarse seducir por la cambiante belleza de la isla en el Caribe mexicano.

El regreso al hotel se hace más apresurado, pues una sesión de yoga nos aguarda en medio de una ligera lluvia que pronto se convierte en una auténtica tormenta tropical efímera; como si fuera una metáfora implícita de lo que persigue esta práctica milenaria para guiar hacia un estado de bienestar.

DESPUÉS DE LA TORMENTA

Este edén, ubicado justo donde las aguas del Caribe se encuentran con las del Golfo de México, es de naturaleza cambiante. Por ello, apenas “se abre el cielo”, el lobby del Villas Flamingos, con su imponente estructura de bambú que enmarca pequeños trozos de cielo (reafirmando, así, una narrativa minimalista rematada por una fachada estructural), nos despide para salir al encuentro de Punta Cocos.

Por las noches, los turistas se reúnen en esa playa para ser partícipes del espectáculo natural de bioluminiscencia, principalmente, entre junio y agosto. Sin embargo, en esta ocasión tendré que esperar para disfrutar la maravillosa experiencia. No así la imperturbable observación de una imagen etérea delineada por hamacas rosadas a la orilla del mar, como si fuera un auténtico llamado a olvidarse de todo y entregarse a la contemplación del paisaje.

Lo mismo sucede en Isla Pasión, una pequeña porción de tierra donde sólo se escucha el murmullo de la vegetación. Para llegar ahí, el Tequila Holbox se desplaza suavemente por este inmenso mar cristalino, mientras el horizonte seduce con un centelleante tono azul verde claro. De pronto aparece una pequeña estructura de palma y madera que hace las veces de mirador en una punta de la isla. Sólo entonces, el guía no solicita que desembarquemos del catamarán. Un pequeño salto me hace descubrir que el nivel del agua del mar apenas sobrepasa la altura de las rodillas.

DESPUÉS DE LA TORMENTA

Este edén, ubicado justo donde las aguas del Caribe se encuentran con las del Golfo de México, es de naturaleza cambiante. Por ello, apenas “se abre el cielo”, el lobby del Villas Flamingos, con su imponente estructura de bambú que enmarca pequeños trozos de cielo (reafirmando, así, una narrativa minimalista rematada por una fachada estructural), nos despide para salir al encuentro de Punta Cocos.

Por las noches, los turistas se reúnen en esa playa para ser partícipes del espectáculo natural de bioluminiscencia, principalmente, entre junio y agosto. Sin embargo, en esta ocasión tendré que esperar para disfrutar la maravillosa experiencia. No así la imperturbable observación de una imagen etérea delineada por hamacas rosadas a la orilla del mar, como si fuera un auténtico llamado a olvidarse de todo y entregarse a la contemplación del paisaje.

Lo mismo sucede en Isla Pasión, una pequeña porción de tierra donde sólo se escucha el murmullo de la vegetación. Para llegar ahí, el Tequila Holbox se desplaza suavemente por este inmenso mar cristalino, mientras el horizonte seduce con un centelleante tono azul verde claro. De pronto aparece una pequeña estructura de palma y madera que hace las veces de mirador en una punta de la isla. Sólo entonces, el guía no solicita que desembarquemos del catamarán. Un pequeño salto me hace descubrir que el nivel del agua del mar apenas sobrepasa la altura de las rodillas.

 

Fuente: Forbes

redaccion@diariocambio22.mx

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