Juan Jo Sánchez/CAMBIO 22

En política, los equilibrios rara vez se rompen de golpe: se agrietan poco a poco. Una omisión aquí, un exceso allá, y de pronto lo que parecía una alianza sólida comienza a resquebrajarse. En Quintana Roo, ese quiebre se asoma ya sin disimulo. Lo que durante años fue un matrimonio político funcional entre el gobierno federal y el estatal, sostenido en la narrativa de la “transformación”, hoy muestra sus primeras fisuras. La señal llegó desde los tribunales, pero el mensaje fue político: el poder central empieza a marcar distancia de quienes han confundido la confianza con el control absoluto. Y como ya sabes que #MiPechoNoEsBodega en estas líneas #TeLoCuento.

Esa distancia se llama Heyden Cebada Rivas, presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Quintana Roo. Su nombre encabeza la acción de inconstitucionalidad promovida por la Presidencia de la República y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos contra la nueva Ley Orgánica del Poder Judicial de Quintana Roo, una norma hecha a su medida que le permitió reelegirse en el cargo y extender su influencia hasta 2033. Lo que se impugna no es solo la irregularidad técnica, sino un modelo de poder político encapsulado dentro del Poder Judicial, una estructura donde las decisiones se maquillan de legalidad mientras responden a una misma voluntad: la del Ejecutivo estatal.

Heyden Cebada no llegó por azar. Fue promovido, protegido y sostenido por la administración de Mara Lezama, que ha convertido al Poder Judicial en una extensión funcional de su gobierno. Bajo su mando, el tribunal abandonó la pretensión de independencia para asumir una nueva tarea: garantizar la estabilidad política del grupo gobernante.

Puede ser una imagen de texto que dice "ACCIÓN DE INCONS INCONSTITUCIONALIDAD 99/2025 Y SU ACUMULADA 100/2025 PROMOVENTES: PODER EJECUTIVO FEDERAL Y COMISION NACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS SUBSECRETARIA GENERAL DE ACUERDOS ACUE SECCIÓN DE TRÁMITE DE CONTROVERSIAS CONSTITUCIONALES Y DE ACCIONES DE INCONSTITUCIONALIDAD EnlaC Cl En la cuenta a la cinco de septiembre de dos mil veinticinco, se da os González con lo siguiente: Registro 16484 Expedient ristitucionalidad 99/2025, promovid jecutivo Federal. Expedi stitucionalidad 100/2025/ romo misión Nacional Nacional_detos delos 16494 EL PODER SE SE-MIRA-AL ESPEJO de septiembre de dos mil veinticinco."

La reforma judicial aprobada en agosto fue el instrumento perfecto para ese propósito. Modificó el método de elección de la presidencia del tribunal, eliminó los límites temporales y permitió que el propio Cebada —quien redactó la iniciativa— se reeligiera sin obstáculos. La ley fue aprobada sin resistencia por un Congreso del Estado de Quintana Roo dócil y sumiso, demostrando que en Quintana Roo los pesos y contrapesos ya no son instituciones, sino decorado.

El argumento oficial fue la “modernización” del sistema judicial. La realidad: consolidar un esquema de continuidad bajo un rostro que garantiza obediencia. Así, la justicia en el estado se convirtió en un espejo de conveniencia: refleja lo que el poder quiere ver y oculta lo que podría incomodar.

La intervención de la Presidencia y la CNDH cambió el tono del mensaje. Lo que parecía un asunto local se transformó en una advertencia política nacional. No es común que el Ejecutivo federal cuestione directamente la legalidad de un tribunal encabezado por un militante afín, pero esta vez lo hizo.

Detrás del tecnicismo jurídico se lee un mensaje claro: la federación no está dispuesta a tolerar excesos, ni siquiera entre los suyos, o por lo menos no entre los que no son ciento por ciento suyos.

En la práctica, esto significa una ruptura silenciosa con el gobierno estatal. La impugnación firmada por Ernestina Godoy, consejera jurídica de la Presidencia, no solo desafía una ley local; cuestiona también el modelo de control político que Mara Lezama ha edificado con celo y complicidad. Por primera vez, el Gobierno Federal le dice a Quintana Roo que su autonomía no autoriza la desfachatez institucional.

Este desencuentro no es menor. Durante meses, Lezama capitalizó el respaldo de la 4T para blindar decisiones locales y justificar reformas polémicas. Pero la acción de inconstitucionalidad evidencia que ese apoyo tiene límites.

Cuando el poder federal decide tocar a uno de los suyos, el mensaje es más que claro: algo se está descomponiendo.

El conflicto judicial ha dejado al descubierto la vulnerabilidad del sistema estatal. Un poder judicial que se autorregula con leyes escritas por sus propios beneficiarios no puede aspirar a independencia. Y un Ejecutivo que permite —o impulsa— esas maniobras, termina devorando su propio discurso de transparencia.

La estructura creada para perpetuar el control terminó exhibiendo su punto más débil: la falta de legitimidad. Hoy el Poder Judicial de Quintana Roo no inspira confianza ni dentro ni fuera del estado. Lo que debía ser una reforma se convirtió en un espejo roto que refleja la ambición y el desgaste de un gobierno que confunde autoridad con supremacía.

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Lo más grave no es la ilegalidad del proceso, sino el silencio de quienes deberían cuestionarlo. Ni el Congreso local ni los organismos de fiscalización han emitido una sola postura crítica. Todos miran hacia otro lado, temerosos de contrariar a la gobernadora.

Esa complacencia es el verdadero cáncer institucional. Porque cuando la crítica se convierte en riesgo y la obediencia en virtud, la democracia deja de ser sistema para convertirse en simulacro.

La resolución de la Suprema Corte definirá el aspecto legal del caso, pero el veredicto político ya está dictado. El gobierno federal ha marcado su distancia. La “transformación” en Quintana Roo enfrenta su primera crisis interna: una disputa entre la lealtad al poder y la fidelidad a la ley.

Si la Corte declara inconstitucional la reelección de Cebada, se desmoronará el escudo judicial del grupo gobernante. Pero si lo avala, la herida será más profunda: quedará claro que el poder puede escribirse para perpetuarse, y que en el sur del país la justicia sigue arrodillada.

El episodio deja una lección incómoda: cuando un gobierno necesita controlar a los jueces para sentirse seguro, es porque ha perdido el control de su propia legitimidad. Y en esa pérdida, el espejo del poder —el que antes reflejaba éxito y estabilidad— se ha roto en mil pedazos. Lo que queda son los fragmentos: leyes hechas a modo, instituciones cooptadas y un Estado que, en nombre de la transformación… vuelve a las viejas prácticas de siempre.

 

 

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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