• Pasión por el periodismo, oportunidades inesperadas y un legado inigualable.

 

Redacción/CAMBIO 22

Durante casi 30 años mi papá trabajó para una empresa de Grupo Alfa. Cuando viajaba los lunes a Monterrey para alguna reunión, esperaba con ansias su regreso porque, además de “glorias”, “turcos”, paquetes de carne seca y “portafolios” con cortes de carne, siempre llevaba a casa la sección deportiva del periódico El Norte. ¡Ah, cómo disfrutaba sus fotos a color y la sección de Futbol en Cifras, un concepto que no tenían el Esto o el Ovaciones, los diarios deportivos que leíamos en casa!

Había escuchado de El Norte porque mi vecino del departamento 1, Alberto Campos, trabajaba en la oficina comercial del diario en la Ciudad de México y alguna vez nos regaló camisetas de una campaña promocional del periódico. Por eso, cuando salió a la venta Reforma, la mañana del 20 de noviembre de 1993, me emocioné al saber que era el hermano recién nacido de El Norte. Con las plumas de José Ramón Fernández y Roberto Gómez Junco, mi primer acercamiento a Reforma fue a través de sus páginas deportivas. Recién ingresado a la carrera de Ciencia Política en el ITAM, mi entusiasmo creció al saber que entre sus columnistas había profesores con los que tomé o tomaría clase, como Alonso Lujambio o Juan Molinar Horcasitas. Nunca me imaginé lo que vendría tres años después.

Sorpresas te da la vida

Si alguna vez le comenté al “Tuca” Ferretti que el gol que le metió al América en la final de la temporada 1990-91 cambió mi vida, qué podría decir del Taller de Redacción de Reforma en el que fui aceptado en el verano de 1996. Aquel año, después de casi 24 meses de militancia y muchas horas perdidas en reuniones distritales de Acción Nacional, mi papá me la sentenció: “ve buscando trabajo, porque no te voy a pagar materias este verano. ¡De qué te ha servido tanto tiempo en el PAN, ni para cargarle el portafolio a uno de esos mamones!”. El reto me pegó directo al orgullo.

Una mañana de mayo de 1996 vi en el pizarrón del Departamento de Ciencias Sociales la convocatoria para el taller de redacción. Sin pensarlo, me fui a inscribir. Grande fue mi sorpresa cuando una recepcionista me preguntó si iba a hacer el examen. No iba preparado. La prueba consistía en una autobiografía en tercera persona; tres notas que me hubieran llamado la atención en la última semana; los cambios que yo haría si fuera director del periódico y una lectura de comprensión en inglés (porque de francés no sé ni decir bonjour). Tres semanas después me llamaron para una entrevista.

El problema fue que no comenté tres notas sino que, a partir de tres temas, elaboré un breve ensayo. No sé cómo, pero una entrevista de 15 minutos se prolongó casi 45 y terminé explicándole en un pizarrón a Carlos Torio, un coeditor de la sección internacional, qué era un gerrymandering (manipulación de las circunscripciones electorales de un territorio). Finalmente el 11 de junio de 1996, cuando todo parecía perdido, un mensajero tocó el timbre de mi casa para dejarme una carta firmada por el ingeniero Lázaro Ríos, director editorial de Reforma, para informarme que, entre 887 aspirantes, había sido seleccionado para el grupo de 12 personas que tomarían el Taller de Redacción que comenzaba seis días después. Sin haber pasado por un aula de la carrera de ciencias de la comunicación o periodismo, Reforma se convirtió en mi alma mater y todos mis compañeros, mis editores, en mis maestros.

Nunca podré olvidar la minuciosidad de Diana Frías y Betty de León para revisar mis primeras notas (remember Rolando Pedrozo); a Vanessa, Marcela, Myriam y Katya; la elegancia de Maru; la seriedad de Adolfo; el cariño de Toño; la risa de Armando; el enigmático Gustavo; aquel gordo que era reportero de El Financiero y que se tuvo que ir; la chabacanería de Agustín Pérez Aguilar (qepd), con el que un día nos sacaron del aula por estar cantando Uno, aquel tango compuesto por Enrique Santos Discépolo.

Después de cuatro semanas de clase y las charlas con Germán Dehesa, René Delgado, Guadalupe Loaeza, Raymundo Rivapalacio y el ahora director editorial de Reforma, Roberto Zamarripa, consideré que estaba listo para ser reportero de la sección de política del diario, pero las “maestras” me mandaron a deportes. ¡Qué buen ojo tuvieron! Casi un mes después de terminado el taller llegó la invitación para sumarme a la sección deportiva. ¡Ya tenía trabajo!

El 5 de septiembre de 1996 fue mi primer día en una redacción. Más me tardé en cruzar el patio del edificio, que en lo que Jaime Rubio me endilgó el “Rodman” con el que todavía hoy me conocen algunos colegas. Del aprendizaje y las experiencias que viví en los cinco años que estuve en Reforma, ya he escrito o escribiré en otro momento. Rescato los grandes amigos que me dejó ese lugar como Alejandra Benítez, Miguel Padilla, Jesús Ortega, Raúl Luna, Héctor Linares, Héctor Juárez o José Antonio Cortés, de deportes; Juan Veledíaz (Ciudad) y Arturo Mendoza Mociño (Cultura), entre muchos otros. Ver firmadas mis notas en el diario fue un gran regalo para mi papá y mi mamá.

Durante mis años como estudiante del ITAM me cansé de mandar artículos, pequeñas crónicas y cuentos a las publicaciones del instituto: Opción y El Supuesto. Nunca me respondieron. Por eso, cuando semanas después de firmar mi primera nota y alguien se acercó para pedirme un artículo para el periódico estudiantil, respondí con toda la mamonería del mundo:

“¡No, muchas gracias, ya publico en Reforma!”

¡Felices 30 años!

 

Fuente: La Lista

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