Redacción/ CAMBIO 22

Ciudad de México. Uno de los misterios más grandes sobre el estilo de vida de los pueblos prehispánicos es su música. Por ello, la exposición Tlapitzalli: Ritos y sonidos del México antiguo, que abrió sus puertas ayer en el museo Scuderie del Quirinale, en Roma, Italia, busca adentrarse en los aspectos de esta disciplina y sus funciones en la vida cotidiana de las múltiples culturas de nuestro país.

En entrevista con La Jornada, la arqueóloga y curadora de la muestra, Frida Montes de Oca, habló sobre esta nueva exhibición conformada por 163 piezas, la mayor cantidad de instrumentos musicales prehispánicos que viajan al continente europeo.

La idea surgió cuando restauré algunas piezas sonoras, ahí vi una especie de flauta que no se parecía a ningún instrumento que yo conocía, y eso me llevó a buscar otros artefactos y a proponer un equipo que, después de reparar los objetos, investigara cómo se escucha, comentó Montes de Oca.

El panorama de la música con instrumentos prehispánicos es vasto. En el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) hay expertos que buscan desentrañar los misterios relacionados con su papel dentro de cada etnia, su función social, religiosa y de clase. De ahí toma el nombre la exhibición, ya que un tlapitzalli es una pequeña flauta que emite sonidos agudos.

No sólo estamos haciendo una exposición, sino que ofrecemos los descubrimientos luego de una investigación que tomó más de dos años. Queremos abrir el camino a los nuevos arqueólogos, arqueomusicólogos y de otras disciplinas para que se adentren y puedan explorar el universo musical antiguo, aseguró la curadora.

La música de las culturas mesoamericanas era muy compleja; no sólo tenía tonadas básicas como las que se usan en algunos espectáculos de la actualidad, sino que debió tener una cierta métrica, lo que se deduce por la forma en la que fabricaban estas piezas, y eso es algo que podrán disfrutar los visitantes a esta muestra, pues pudimos grabar los sonidos de estos instrumentos, dijo la también arqueóloga.

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Incluso, desde los aspectos religiosos, la música formaba parte indispensable de la vida cotidiana de estas culturas. Muchos de estos artefactos están dedicados a Quetzalcóatl-Ehécatl, dios del viento, y también hay otros que se relacionan con su gemelo, Tezcatlipoca.

Según el mito, tras tocar un caracol, que había sido perforado con ayuda de los insectos, el dios creador pudo convencer a Mictlantecutli, deidad de la muerte, para que le dejara tomar los huesos del inframundo, con los cuales dio forma a la humanidad.

También está el mito de Tonatiuh, dios del Sol y dueño de músicos que guardaba celosamente. Nuevamente fue Quetzalcóatl, en su forma de Ehécatl, a quien su hermano Tezcatlipoca convenció para que le entregara algunos músicos con el fin de que la humanidad pudiera disfrutar de sus melodías divinas.

Estas herramientas eran tan importantes que había artesanos que se dedicaban exclusivamente a crearlas. Hay flautas originarias de Teotihuacan, otras de las culturas mayas y algunas más que fueron modificadas para sonar de manera similar a un órgano.

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Muchos de los artefactos fueron hechos con materiales comunes, lo que permitió su restauración óptima. Cuando nos tocaba rehabilitarlos, nos daba miedo que modificáramos algo y que por lo tanto alteráramos el sonido, pero entendimos que podíamos usar casi cualquier material y no afectaríamos la experiencia sonora.

Revisamos muchos de los instrumentos y nos dimos cuenta de que eran perfectamente lisos en su interior; para tener ese nivel de manufactura debieron ser creados por expertos. No son para nada sonidos básicos, concluyó Montes de Oca.

Gonzalo Sánchez, etnomusicólogo del INAH, afirmó en entrevista con este diario que los pueblos mesoamericanos trataron la música como una representación del aliento de vida divino y se abocaron sobre todo a la elaboración del huéhuetl (semejante a un tambor) y al teponaztli, artefacto parecido a un xilófono de madera.

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Muchos se preguntan cuál era la escala de la música prehispánica, lo que es muy difícil de responder, pero lo más probable que les interesara era la variedad de atmósferas que armaban con múltiples timbres, sonidos y voces.

Sánchez refiere que al revisar los relatos de los evangelistas católicos durante la conquista, éstos no lograron describir bien los sonidos, pues para ellos eran disonantes y extraños y no entendieron su código musical, incluso los llegaron a calificar de demoniacos, por lo que los registros son escasos.

El problema es que sólo tenemos las herramientas con las que hacían música, pero nada que nos guíe en cuanto a sus ritmos y tonos, por lo que no sabemos qué tan similar sea la música que ha llegado a nuestros días a la que se escuchaba en aquellos tiempos.

Creemos que las melodías contemporáneas de algunos grupos se acercan un poco, pero son más bien propuestas más artísticas con muchas libertades; no son como las de antes porque mezclan instrumentos actuales, aunque no podemos negar que hay algo que se heredó. No tenemos la certeza de lo que sí ha llegado hasta nuestros días, por lo tanto es necesario analizar más a fin de saber cómo era en el pasado, concluyó el experto.

La muestra Tlapitzalli: Ritos y sonidos del México antiguo estará abierta hasta el 14 de septiembre en el museo Scuderie del Quirinale, ubicado en Roma, Italia. El costo de la entrada es de 7 euros.

 

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Fuente: La Jornada

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