Segunda Parte

 

Redacción/CAMBIO 22

Nixon también le ordenó a Haldeman que le dijera al subdirector de la CIA que se reuniera con el titular del FBI para transmitirle la preocupación presidencial y que se coordinara con él para que las investigaciones no se extendieran a asuntos no relacionados con el Watergate, puesto que podrían dejar al descubierto actividades previas de Los Plomeros, el grupo que hacía operaciones ilegales y clandestinas para Nixon.

Pocas horas después, a la 1:30 pm, se llevó a cabo la reunión ordenada por el presidente. El director de la CIA les aseguró que no había participación de la agencia en el Watergate y que no veía motivo para preocuparse por una posible conexión de Los Plomeros con la frustrada invasión a Cuba. Y que, de hecho, ya se lo había comunicado al director del FBI.

El jefe del gabinete presidencial les expresó que el tema del Watergate estaba provocando “mucho ruido” y que las investigaciones podrían conducir a gente importante, y que “esto podría ponerse peor”.

Haldeman les compartió el nerviosismo presidencial de que la investigación del FBI en México “podría comprometer fuentes o actividades clandestinas de la CIA”, por lo que Nixon le había comunicado “su deseo” de que el subdirector de la agencia hablara con el director del FBI y le “sugiriera” que no convenía que empujaran las pesquisas, especialmente en México.

De hecho, se mencionaron los cheques provenientes de México como “un ejemplo específico del tipo de cosas por las que el presidente estaba evidentemente preocupado
como “un ejemplo específico del tipo de cosas por las que el presidente estaba evidentemente preocupado”.

Casi al mismo tiempo, a la 1:35 pm, John Dean, otro de los consejeros presidenciales, le habló al director del FBI para informarle que Vernon Walters, el subdirector de la CIA, lo visitaría esa tarde.

A las 2:34 pm en punto, Walters llegó a la sede del FBI. Y le reiteró el mensaje: si las investigaciones del Buró se extendían en México se podrían poner al descubierto actividades secretas de la agencia, por lo que el tema debería reducirse a investigar a los cinco hombres arrestados. Con eso bastaba.

El director del FBI aceptó aplazar temporalmente la entrevista a Manuel Ogarrio.

Durante los siguientes días, entre el 23 y el 26 de junio, el subdirector de la CIA recibió reportes de que ni las fuentes ni las actividades de la agencia en México se verían amenazadas por las investigaciones sobre Ogarrio y sus cheques.

De hecho, el 26 de junio acudió a la Casa Blanca y se encontró con Dean, a quien le comunicó la conclusión a la que había llegado: ninguna actividad ni fuentes de la CIA se verían comprometidas.
Un día después, el 27 de junio, Richard Helms, el director de la CIA, recibió el reporte de que no había “rastros” de Ogarrio en la agencia. Más tarde, se comunicó con el director del FBI y le dijo que la agencia “no tenía interés” en el abogado mexicano.

Al siguiente día, Dean insistió con Walters. A las 11:30 am del 28 de junio le llamó y le pidió que acudiera al Executive Building Office de la Casa Blanca. Una vez ahí, le preguntó de nuevo “si había algo que la CIA pudiera hacer para detener las investigaciones del FBI de los cheques mexicanos”. Walters le respondió directamente: no podía hacer nada.

Luego de varios días, el director del FBI se comunicó de nuevo la tarde del 5 de julio con el subdirector de la CIA y le advirtió que “a menos que la CIA le comunicara por escrito, y no de manera verbal, su petición de que no se entrevistara a Manuel Ogarrio, los agentes harían el interrogatorio”.

Walters no consideró conveniente discutir por teléfono el tema con Patrick Gray y le propuso que se vieran a la mañana siguiente.

A las 10:05 am del 6 de julio el director del FBI recibió a Walters, quien le llevaba un memorandum. Y aunque se ha difundido que en éste la CIA comunicaba oficialmente que la agencia no tenía interés en el abogado mexicano, el texto sólo menciona lo siguiente:

“El director de la Agencia Central de Inteligencia le informó a usted de manera verbal el 27 de junio que el señor Manuel Ogarrio Daguerre es un ciudadano mexicano cuyas oficinas se encuentran en el mismo edificio que el Banco Internacional. En breve: el señor Manuel Ogarrio Daguerre no ha tenido ningún contacto operativo con esta agencia”.
Sólo eso:

OGARRIO “NO HA TENIDO NINGÚN CONTACTO OPERATIVO” CON LA CIA.

Con ese escrito en sus manos, una vez que concluyó la reunión, a las 10:25 o 10:30 am, el director del FBI dio la orden de entrevistar a Manuel Ogarrio Daguerre de inmediato.

–¿El FBI interrogó a su padre?
–Luego de que vino el periodista del New York Times, a mi papá le llaman de la embajada norteamericana para pedirle una entrevista. Viene una persona al despacho de Lucerna 80 y se entrevista con mi papá. Él pensó que era del FBI.
–¿Qué le dijo a usted sobre ese encuentro?
–Que le habían preguntado “lo del dichoso cheque y les dije lo que era”. Le dieron las gracias y dijeron que regresarían después, pero nunca volvieron.
–Uno de los objetivos de Nixon era detener las investigaciones del FBI en México, con el argumento de que ponían en riesgo otras operaciones encubiertas de la CIA e incluso la seguridad nacional. Pero usted dice que sí vinieron a interrogar a su padre.
–Eso ya no sólo se había quedado en las oficinas de Nixon o de la CIA. De alguna manera, mi papá se entera de que estaban deteniendo las investigaciones sobre la conexión mexicana porque podrían tener implicaciones de seguridad nacional. Cuando sabe eso, mi papá casi se desmaya.

En ese momento, mi padre, que ya no estaba bien de salud, me dice:

“Hijo, quiero que por favor vayas a las oficinas del procurador General de la República y le digas exactamente lo que pasó”.

Pedí una cita con Pedro Ojeda Paullada (titular de la entonces PGR) y él, muy amable, me recibió. Le dije:

“Licenciado, mi padre me pidió que viniera porque él no puede venir ya que se encuentra enfermo, pero este asunto le preocupa enormemente, y me pidió que le viniera a decir exactamente de la A a la Z qué fue lo que pasó”. Y le conté todo.

–¿Y qué fue ese “todo”?

Descifrar la ruta del dinero que financió el frustrado intento de colocar micrófonos ocultos y fotografiar documentos en la sede nacional del Partido Demócrata tomó tiempo e investigaciones diversas.

Al final, seguir los rastros del dinero llevó a develar una buena parte del entramado oculto de la operación de espionaje.

El origen se encuentra en un hombre: Robert H. Allen, el empresario texano que recaudaba fondos para la reelección de Richard Nixon. Fueran fondos propios o de varios hombres de negocios simpatizantes del presidente, los 100 mil dólares llegaron a México desde Houston.

De algún modo hasta hoy inexplicable, se expiden cuatro cheques del Banco Internacional a nombre de Manuel Ogarrio Daguerre por un total de 89 mil dólares, mismos que el abogado endosa y entrega a alguien más.

Los documentos llegaron, según las investigaciones del FBI, a manos del Comité para la Reelección del Presidente, cuyo presidente era John Mitchel, alto exfuncionario cercano a Nixon, quien declaró que él nunca se enteró de su existencia.

Se sabría después que los cheques con la firma de Ogarrio los recibió Hugh Sloan, el tesorero del comité, quien los entregó a un personaje clave: Gordon Liddy, un ex agente del FBI a cargo de las operaciones clandestinas de Los Plomeros de la Casa Blanca.

Liddy, a su vez, hizo llegar los cheques a Bernard L. Barker, uno de los detenidos en el Watergate, quien los depositó en la cuenta que tenía en el Republic National Bank de Miami.
De ahí salieron los billetes nuevos de 100 dólares decomisados al equipo secreto de operaciones ilegales al servicio de Nixon.

Lo que no se sabía hasta este momento es cómo y por qué se libraron esos cheques a su nombre, por qué los endosó y a quién los entregó Manuel Ogarrio Daguerre.

Continuará…

 

Esta información fue publicada originalmente el 16 de junio de 2022 en Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad

redaccionqroo@diariocambio22.mx

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