El Tren del Istmo: Cuándo la Realidad se Descarrila Más que el Discurso
29 Dic. 2025
Manuel Andrade Díaz / CAMBIO 22
Se descarriló el Tren del Istmo.
Pero tranquilos: ya hay “carpetas de investigación”. Ese ungüento milagroso que en la 4T no investiga, no sanciona y no encuentra culpables; solo compra tiempo, borra huellas y protege a los de casa. Funciona igual en todos los casos: tragedia hoy, carpeta mañana, olvido pasado mañana.
Vamos a lo directo, sin rodeos ni incienso patriótico.
El supervisor honorario del proyecto fue Bobby López Beltrán. Honorario, sí; negociante, también. Uno más de los “ricos antes pobres” del clan, con historial en negocios de chocolate para canastas “navideñas” —esas que sirven para lavar dinero con moño— y ahora con la vía férrea convertida en chatarra turística. El Istmo como pasarela de negocios familiares.

El primer responsable operativo: Rafael Mollinedo, designado Director General del proyecto transístmico y anteriormente responsable de las Zonas Económicas Especiales, Hoy titular de Aduanas (¡qué ironía!) y aspirante a gobernador de Quintana Roo por Morena. El tren se sale del riel, pero las ambiciones no. La rendición de cuentas se quedó esperando en la estación.
Y en la cadena de proveedores “confiables”, Amílcar Olán, socio de los hijos del expresidente, proveedor de materiales al Ejército y a la Marina. Materiales que hoy vemos en las fotos: fierros oxidados, maquinaria vieja, trabajos de pésima calidad. No es sabotaje: es óxido. No es complot: es negligencia.
¿Y qué dice el gobierno?
Que no politicen.
Que no hagan escarnio.
Que los críticos son carroñeros.
Perdón, pero la carroña está en la obra, no en la crítica.
El escarnio lo hacen los rieles torcidos.
La política la metieron cuando repartieron contratos.
Mientras tanto, Claudia Sheinbaum sale a defender lo indefendible: a matizar, a minimizar, a repetir el mantra de las carpetas. Mismo elenco, mismo guion. Y lo peor: mismos responsables que siguen en el gobierno, nombrados y protegidos por López Obrador, hoy reciclados sin pudor.

La obra fue carísima, militarizada, blindada de propaganda. Prometieron modernidad y entregaron herrumbre. Vendieron soberanía y entregaron soldaduras mal hechas. Juraron seguridad y dejaron travesaños de utilería.
Conclusión sin anestesia:
El Tren del Istmo no se descarriló. Se sinceró.
Mostró lo que pasa cuando el Estado se administra como negocio familiar, cuando las “carpetas” sustituyen a la justicia y cuando el apellido pesa más que el acero.
Que no vengan con el cuento de siempre.
Aquí no falló la vía: falló el sistema de complicidades.
Y mientras no se investigue de verdad a los nombres propios —los de siempre—, el próximo descarrilamiento ya está en agenda.
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GPC/RCM




















