El Martirío de Jacinto Canek
26 Dic. 2025
Jorge González Durán / CAMBIO 22
Esta espléndida crónica del suplicio de Jacinto Canek se debe a la pluma del gran periodista y escritor Rafael Santiago Campos (qepd), incluida en su libro esencial El Ultimo Canek.
En la ciudad de Mérida, el viernes 11 de diciembre de 1761, José Crespo y Sebastián Maldonado, después de haber revisado a vuelo de pájaro los autos criminales, consideraron que el delito era grave y que por ello era necesario un castigo espantoso que por medio del terror sembrara el sosiego en toda la provincia.
El proceso se tramitó y concluyó con tal rapidez que 5 días después de haber llegado el rey Canek a Mérida, ya había sido condenado a “…la pena ordinaria de muerte, atenazándolo y quebrando los brazos y piernas a golpes, puesto en un cadalso en la plaza pública de Mérida. Y luego que muera naturalmente y esté tres horas expuesto en dicho cadalso, para que todos lo vean, se quemará su cuerpo y sus cenizas se darán al viento.”

A las 9 de la mañana del 12 de diciembre fue informado, según anota el escribano público, Tomás Baeza:
“…estando en la cárcel pública de esta ciudad, hice sacar de un calabozo a José Jacinto Uc de los Santos Canek y mediante lengua de Pedro Cervera”, interprete general de los naturales de esta gobernación “le notifiqué. Canek se dio por enterado.”
Después lo llevaron a la capilla de la cárcel para exigirle que se arrepintiera de sus pecados. Llegaron para convencerlo el padre Jesús Martín Jerónimo del Puerto y el padre maestro Francisco Xavier Gómez, de los pocos sobrevivientes de la expulsión que recientemente había realizado la iglesia de la Compañía de Jesús, mejor conocida como “jesuitas”. Jacinto los llamó cerdos y ellos salieron como rezando y dijeron a los asistentes, que ya lo había preparado cristianamente para la hora final.
Amaneció ya dispuesto el cadalso canequiano. A las 8 y media de la mañana del lunes 14 de diciembre, José Crespo y Honorato, mandó que piquetes de milicias ocuparan los 4 ángulos de la Plaza principal. Hizo colocar en proporcionada distancia, frente a la Casa Episcopal y la catedral, a 100 hombres del batallón de Castilla, que habían venido desde Campeche bajo el mando del capitán Nicolás Mediano para guarnecer el Castillo de San Benito. Formaron 2 filas, dando la espalda al Cadalso, la Compañía de Dragones formó otro círculo de seguridad alrededor del mismo. Todos los espectadores se acomodaron en su lugar, en primera fila estaba el Gobernador y su séquito. Muy cerca, encadenados y cuidados por la tropa de guardia, estaban 69 rebeldes, que acaban de llegar, para que presenciaran el brutal espectáculo y vieran el castigo que le aplicaban los españoles al que habían proclamado como rey.
Pedro Barbosa, escribano real, anota que “a la hora acostumbrada fue sacado de la cárcel pública”. Con toda la pompa fúnebre fue llevado al cadalso, bajo la custodia de un piquete de soldados y con varios religiosos que oraban en alta voz.
Al pasar por la plaza, nuevamente, se dejó a la perfidia y agresividad del populacho. Lo arrastraron, ya sin su corona, hasta el lugar de su sacrificio y burlonamente lo saludaban: -Viva el rey de los mayas -y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y golpeaban; mientras otros doblando la rodilla le hacían reverencias: – Salve, rey de Cisteil.
Entre empujones fue conducido al patio interior. Los soldados, los curas y el público en general que acudió a la plaza, se colocaronn a su alrededor y continuaron su diversión. Le despojaron de sus vestiduras y le colocaron encima un manto de tela azul, no porque conocieran el significado maya de los colores, sino para condenarlo y burlarse de haber tomado uno similar de la Virgen cuando se coronó rey.
La iglesia disfrutaba de su propia obra sádica, pero quería dar una imagen de bondad, no cargar con todo el peso de la salvajada que se cometía. Con su hipocresía ancestral, los párrocos quisieron hacer el papel de Pilatos y al ver a Canek envuelto en sangre, lo entregaron a la multitud delirante: —Aquí tenéis al hombre.

Así empezó la agonía que duró 6 horas. El doble de lo que sufrió Cristo que tuvo las manos y los pies clavados. Como narra el Evangelista San Juan: “uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua” (Juan 19, 33-34). Pero con Canek todo fue más bestial. La santa madre iglesia y los soldados querían también tener el placer de lastimar a ese guerrero del cual nunca salió un lamento, ni para quejarse del abandono de su padre o pedirle ayuda como lo hizo el crucificado. Lo golpearon con los puños, con piedras, con las lanzas, con los sables, los látigos, con duros v eruesos maderos, Para él, legar al tablado de madera, el cadalso, tue casi como llegar a un remanso lejos de esa jauría.
Al momento de la ejecución, mientras los sacerdotes realizaban todo tipo de rituales y exorcismos, fue tendido y asegurado en el potro del tormento. Se había decretado que iba a ser roto vivo, y miraba, con sereno desatio, como en una silenciosa cámara lenta, los ojos llenos de odio de sus verdugos, las bocas abiertas por las que salían gritos húmedos que chorreaban hilos de baba amarilla y negra.
El rostro de Canek, a pesar de estar desfigurado por las huellas de tantos golpes, ataques y envuelto en tremenda agonía, tenía un especial encanto y fascinación. Su mirada limpia y pura de sacerdote maya espantaban a sus carniceros que con la cruz en la mano y con la espada en el otro le exigían que se arrepintiera de sus pecados. Parecia sonreír con dulzura, bondad, nobleza, armonía y serenidad, lo que fue interpretado por los curas como un desafío a Dios y pidieron a los asesinos ser más crueles con este diablo, brujo, malvado, perro maya que no se arrepiente de sus pecados a la hora santa de su muerte. Su muerte era fuente luz, un ejemplo de piedad y humanismo, colocando en el centro de su ancestral cosmogonía y biósfera al ser humano y sobre todo a sus hermanos indígenas mayas. Un cura dijo con solemne voz justificadora: -iEs para escarmiento de su raza! Esperamos solamente que acepten a Cristo Nuestro Señor y dejen sus idolatrías. -Con la misma saña y salvajismo usados en la conquista y quizá con mayor crueldad, se condujeron los españoles y los criollos con el sublevado. Los felones lo miraban de reojo.
Fue atado y el sayón ejecutó las acciones propias de su oficio.
Entonces fue atenazado; con las pinzas candentes le mordisquearon su piel y arrancaron fibras de sus músculos. Con hierros largos y pesados, como lanzas, le rompieron los brazos, las piernas, le atravesaron el vientre en reiteradas ocasiones. Se ondulaba su cuerpo, como amortiguando cada impacto, pero aún así no emitió lamento alguno. El dolor no desembocaba en grito ni en sollozo, aunque a veces se le escapara un suspiro.
El bárbaro encargado de destrozarlo, con aire de desesperación, le dio de golpes en la cabeza destrozándole el cráneo. A pesar de tener la masa encefálica derramada, sólo un silencio asfixiante se mezclaba con el tímido ulular del viento. Murió con los ojos abiertos. Al expirar, se escucharon los campanazos sonoros y el griterío festivo de la gente que se sintió libre de su amenaza.
Por más de una hora se sintió vibrar el instinto de la venganza en ese atardecer hambriento, de venas reventadas en el horizonte de odios y rapiñas. Y luego se le terminaron de quebrar los pies y las manos.

El doctor Lorra, cura de la parroquia de San Cristóbal, ariete de las agrias disputas entre el gobernador Crespo y la iglesia, aprovechó el momento grave y profundo. Ante esa imagen del indígena destrozado en el patíbulo, gritó como a voz en cuello, que todo había sido producto del despotismo y la injusticia y que Canek era tan inocente como cualquiera de los presentes, que todo el levantamiento había sido producto de una borrachera y lo demás era un invento de Crespo. Eran solamente posicionamientos políticos que pensaban aprovechar el momento para llevar agua para su molino.
Incluso se asegura que el gobernador quiso infructuosamente comprar su silencio entregándole recursos por 15,000 pesos para concluir la iglesia donde oficiaba. Era una de tantas escaramuzas que se darían con el pretexto de Canek.
Agotado el morbo y empezando a acumularse moscardones verdes de tétricos zumbidos, poco a poco se fue despejando la plaza.
Los principales abandonaron el escenario. Por su parte la misión estaba cumplida. También se retiraron las tropas a sus cuarteles y dejaron solamente un piquete de soldados como custodia del cuerpo demolido, que se mantuvo en el cadalso hasta las 2 y media de la tarde, para que toda la gente tuviera el tiempo suficiente para ver a detalle los destrozos en esa piel morena, el rostro aplanado a mazazos y el vientre reventado. Le compusieron coplas para denigrarlo y las escribieron con letras grandes que colocaron en un cartel a su derecha, junto a un deficiente dibujo de su rostro. El rey de Cistell quiso ser pisoteado también por los malos poetas de la época:
La ceniza la arrojaron al viento y los carbones calientes de sus huesos fueron quebrados y tirados lejos.
Coincidencias de la vida. Al matarlo de esa manera, los espaniardos revivían el mito de Kukulkán, de quien, cuenta la leyenda que, empujado por un destino implacable, abandonó su reino y se puso en marcha hacia el sol, téotl iixco, tonatiuh iixco, hacia el país rojo, las tierras de pintura negra y la pintura roja, donde se sacrificó subiéndose a una pira:
“I…] y es fama que cuando ardió, y se alzaron ya sus cenizas, también se dejaron ver y vinieron a contemplarlo todas las aves de ello plumaje que se elevan y ven el cielo, la guacamaya de rojas plumas, el azulejo, el tordo fino, el luciente pájaro blanco, los loros y los papagayos de amarillo plumaje, y, en suma, toda ave de rica pluma. Cuando cesaron de arder sus restos, ascendió su corazón” En unos días de épica rebelión quedó para siempre grabado como símbolo de la lucha por la dignidad y de la oposición a la tiranía. Canek de los amaneceres, estrella venusina, héroe de ayer, que brota como una rama de esperanza en cada injusticia que se comete.
Su leyenda, su imagen guerrera, su férrea confianza, su mirada llena del polen del futuro, se esparció por los corazones y el espiritu maya. Por las planicies de la península que eran y son su origen y destino. El aire fresco de su anhelo movió las nubes, los árboles, las casas, se convirtió en un huracán del eterno retorno, que con sus vientos fuertes levanta pudores, empuja a los indecisos y purifica todo haciéndolo correr.
Encarnó en el paisaje, corrió por las profundidades silenciosas, frescas y transparentes de los cenotes, estalló en las gargantas que gritaban rebeldía, libertad. Dio forma a un rostro maya del futuro, se convirtió en el gen de su raza. Ahí vive, pese a los exorcismos y maldiciones, el guía inigualable, el valiente luchador que es espejo y bandera del pueblo maya.
Fuente: Facebook
GPC/RCM




















