El Mar de los Sargazos, Mitos y Realidades; Desde Colón hasta Julio Verne

Inicio / El Mar de los Sargazos, Mitos y Realidades; Desde Colón hasta Julio Verne

Redacción / CAMBIO 22

Aquel día, el Nautilus atravesó una zona singular del océano Atlántico. Nadie ignora la existencia de esa gran corriente de agua cálida conocida con el nombre de corriente del Golfo, que tras salir de los canales de Florida se dirige hacia el Spitzberg. Pero antes de penetrar en el golfo de México, hacia los 44º de latitud Norte, la corriente se divide en dos brazos, el principal de los cuales se encamina hacia las costas de Irlanda y de Noruega, en tanto que el segundo se orienta hacia el Sur a la altura de las Azores, para bañar las costas africanas y, desde allí, tras describir un óvalo alargado, volver hacia las Antillas. Este segundo brazo -es más bien un collar que un brazo -rodea con sus anillos de agua cálida esa zona fría del océano, tranquila, inmóvil, que se llama el mar de los Sargazos. Verdadero lago en pleno Atlántico, las aguas de la gran corriente no tardan menos de tres años en circunvalarlo.

Este párrafo corresponde a Veinte mil leguas de viaje submarino, la famosa novela de Julio Verne. El escritor francés la publicó en 1870 y desde entonces el conocimiento científico sobre ese lugar del que hablaba el personaje narrador, el profesor Aronnax, ha avanzado mucho, dejando un tanto obsoleta y fantasiosa la descripción que aparece en el capítulo XI del segundo volumen. Pero es una buena forma de introducir al lector en las singulares características de uno de los rincones más peculiares de los océanos de nuestro planeta: el mar de los Sargazos.

Se trata de una región marina de forma más o menos ovalada y situada a la altura de la costa oriental de Estados Unidos, que se extiende por unos tres millones y medio de kilómetros cuadrados, delimitados al oeste, norte, este y sur por las corrientes del Golfo, Atlántico Norte, Islas Canarias y Ecuatorial del Atlántico Norte respectivamente, que circulan en el sentido de las agujas del reloj formando lo que se denomina giro del Atlántico Norte. El giro atrapa desechos marinos de origen humano, originando una gran isla de basura flotante similar a la que hay en el Pacífico; pero en ese movimiento también arrastra grandes acumulaciones de algas.

Concretamente de sargazo (Sargassum), un género de microalgas planctónicas de la clase Phaeophyceae o algas pardas, orden fucales. Crecen varios metros y como algunas especies poseen vejigas llenas de gas para poder flotar y realizar la fotosíntesis, a veces se juntan espesas capas que se pierden de vista en el horizonte. Son las mayores del mundo y aportan una chispa de vida a ese mar, que de lo contrario sería limitada debido a la diferencia de densidad de sus aguas causada por la estratificación de éstas, pues las cercanas a la superficie son muy cálidas gracias a los rayos del sol mientras que en las profundas baja la temperatura.

Así, la superficie resulta rica en fosfatos y nitratos gracias a que las algas generan oxígeno (dos mil doscientos millones de litros por hora, según cálculos, lo que convierte al mar de los Sargazos en una de las principales fuentes de oxígeno atmosférico), atrayendo microorganismos tipo plancton. Sin embargo, la alta salinidad del agua y la carencia de variedad de minerales de los niveles inferiores hacen que dicho plancton se concentre en la zona de algas, por lo que en el mar que éstas rodean la fauna resulta escasa y poco variada hasta el punto de considerarse esa zona una especie de desierto biológico marino.

Paradójicamente eso atrae a unas pocas especies, en torno a sesenta. Unas van a desovar con la tranquilidad de que no encontrarán depredadores, caso de la anguila y el congrio americano, el marlín blanco y el tiburón cailón; por la misma razón, las crías de tortuga boba viven allí hasta que son adultas. También están el pez sapo o de los sargazos (Histrio histrio), que obviamente se llama así por su adaptación a vivir entre las algas; un tipo de cangrejo que Colón reseña en su diario de a bordo que recogieron entre los sargazos; y anémonas, camarones, platelmintos, caracoles, anfípodos, moluscos… Las ballenas jorobadas y los cachalotes suelen acercarse -Colón también atestigua una- aunque ése no es su hábitat común.

Los sargazos se juntan en torno a ese mar debido a los nutrientes que fluyen desde la desembocadura del Amazonas y de las surgencias o afloramientos (masas de agua que ascienden desde la zona abisal a la plataforma continental causadas por el movimiento de rotación terrestre) procedentes de la costa oeste africana. Esa masa flotante, situada en las corrientes meridionales del mar de los Sargazos (la surecuatorial y la norecuatorial, más las de las Antillas, Yucatán y Caribe), recibe el nombre de Gran Cinturón de Sargazo del Atlántico.

Su peso total está estimado en torno a cinco millones y medio de toneladas y se extiende unos ocho mil kilómetros desde África Occidental hasta el golfo de México, si bien no de forma continua ni uniforme sino en grupos más pequeños, alguno de los cuales puede alcanzar una hectárea; si se unieran todos, el conjunto tendría una superficie como la del estado norteamericano de Delaware. A veces llega al litoral africano, Canarias incluidas, pero, por la dirección de las corrientes hacia el oeste, el sargazo suele ser empujado sobre todo hasta las costas caribeñas.

Como su vida en tierra no supera las cuarenta y ocho horas, la acumulación en las playas genera un doble problema: primero, atrae nubes insectos, con el correspondiente riesgo de salubridad; segundo, al morir libera sulfuro de hidrógeno, un gas tóxico que además de oler a podrido puede irritar ojos y garganta. Pero es que los sargazos varados conllevan un peligro extra, ya que se les adhieren los microplásticos que acaban en el mar y éstos suelen llevar consigo bacterias susceptibles de infectar a la fauna y hasta a los seres humanos de las comunidades locales.

Tradicionalmente, el mar de los Sargazos presenta otro impedimento que habría que considerar no menos grave de no ser porque está demostrado que es falso. A lo largo de la Historia, al menos desde que Colón reflejó su existencia durante su primer viaje a América, se ha creído que tamaña cantidad de algas obstaculizaba la navegación de los barcos, provocando que las singladuras se alargaran más días con el consiguiente riesgo para sus tripulaciones de quedarse sin víveres o agua; eso, cuando no lo culpaban directamente de retenerlos, dejándolos allí sin poder salir. La novela de Verne también alude a ello:

Tal era la región que visitaba el Nautilus en aquel momento. Una verdadera pradera, una tupida alfombra de algas, de fucos, de uvas del trópico, tan espesa, tan compacta que la roda de un navío no podía desgarrarla sin gran esfuerzo. El capitán Nemo no quiso arriesgar su hélice en esa masa herbácea y se mantuvo a algunos metros de profundidad.

Por eso algunos suelen vincular erróneamente el mar de los Sargazos con el mito del Triángulo de las Bermudas. En el caso de Veinte mil leguas de viaje submarino, se añade el de la Atlántida:

El mar de los Sargazos, hablando propiamente, cubre toda la parte sumergida de la Atlántida. Algunos autores han llegado incluso a mantener que las espesas hierbas de las que está sembrado las ha arrancado de las praderas de ese antiguo continente. Es más probable, sin embargo, que esas masas herbáceas, algas y fucos, arrancadas de las orillas de Europa y América, hayan sido arrastradas hasta esa zona por la corriente del Golfo. Ésa fue una de las razones que llevaron a Colón a suponer la existencia de un nuevo mundo. Cuando los navíos del audaz explorador llegaron al mar de los Sargazos, navegaron no sin dificultad en medio de estas hierbas que detenían su marcha, con gran espanto de las tripulaciones, y perdieron tres semanas en atravesarlas.

Decimos que eso es falso porque hoy sabemos que ese efecto de retención no se debe a las algas sino a dos razones muy diferentes. La primera es la falta de corrientes, pues las hay circundándolo, como ya explicamos, pero en el interior de ese óvalo las aguas son muy tranquilas y por eso -más el añadido de la escasez de nutrientes- tienen un intenso color azul y buena visibilidad hasta sesenta metros de profundidad. La segunda, más importante, es la ausencia de vientos o, como mucho, la alternancia de períodos en los que sopla brisa con otros de calma absoluta, algo debido a un fenómeno con un nombre bastante extraño, las latitudes del caballo. Son zonas de de altas presiones atmosféricas subtropicales situadas a los dos lados del ecuador terrestre.

Al estar bajo una cresta de alta presión llamada alta subtropical se asocian a situaciones anticiclónicas, de altas presiones, que reciben pocas lluvias y sus vientos se alternan con calmas. A ellas se deben desiertos como el del Sáhara, los del suroeste de Estados Unidos y norte de México, el de Atacama, los de Oriente Medio, etc. La etimología equina es incierta; unos dicen que alude al período par de meses de travesía atlántica en el que los marineros no podían cobrar su paga, conocido como caballo muerto; otros que fue cosa de los españoles, a quienes a veces se les morían los caballos que transportaban al Nuevo Mundo cuando la falta de viento prolongaba el viaje; también hay quien propone un error de traducción.

Respecto a otra etimología, la del mar, es de origen portugués. Ellos le pusieron ese nombre por el parecido que tenían las vejigas de gas de las algas con un tipo de uva llamada sargazo. Por tanto, los lusos conocían la existencia del mar de los Sargazos y Colón también, ya que había pasado una etapa de su vida en las Azores -que están justo en el borde del cambio de la corriente del Atlántico Norte a la de Canarias- y además había leído Ora marítima, una descripción en verso de las costas europeas en la época prerromana escrita en el siglo IV d.C. Su autor, el poeta y cónsul Rufo Festo Avieno, se basó en textos anteriores y uno de ellos era el relato de Himilcón el Navegante.

Fuente: La Brújula Verde

redaccion@diariocambio22.mx

KXL/RCM

Lo más destacado

Portadas: Edición Impresa